Tribuna:

Posteridad

Aunque la bomba atómica nos haga la merced de no reventar este adorable planeta como a una cala baza, está claro que la humanidad, por propia inspiración o por una simple ley física, logrará un día extinguirse totalmente y entonces incluso Shakespeare se va a quedar sin lectores. Tal vez algunas bacterias, orugas o larvas palpitarán aún en el interior de la piedra pómez, pero cualquier profeta de tercera regional puede imaginar el siguiente panorama. Llegará el momento en que un silencio sideral cubrirá este perro mundo deshabitado y bajo medio metro de polvo glacial permanecerán las obras más...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Aunque la bomba atómica nos haga la merced de no reventar este adorable planeta como a una cala baza, está claro que la humanidad, por propia inspiración o por una simple ley física, logrará un día extinguirse totalmente y entonces incluso Shakespeare se va a quedar sin lectores. Tal vez algunas bacterias, orugas o larvas palpitarán aún en el interior de la piedra pómez, pero cualquier profeta de tercera regional puede imaginar el siguiente panorama. Llegará el momento en que un silencio sideral cubrirá este perro mundo deshabitado y bajo medio metro de polvo glacial permanecerán las obras más insignes del hombre, que no hallarán un solo admirador. El templo de Karnak, los restos del Partenón, las odas de Horacio, la Capilla Sixtina, El Quijote, Las Meninas, el Discurso del Método, la catedral de Colonia, la Novena sinfonía de Beethoven, el Manifiesto Comunista, Las señoritas de Avignon y toda la biblioteca del Congreso girarán en el espacio al compás de un gélido acorde de Wagner enmudecido. El mismo paso del hombre por la Tierra, desde que se agitó como un bacilo en una charca hasta sus últimos tiempos de astronauta, será únicamente una breve aventura de la química.El sentimiento de posteridad es algo que sólo se puede gozar en vida, y entre otras cosas sirve para pasar por idiota en los cócteles. Este virus da ocio y suele atacar a esos escritores, artistas y políticos que sueñan en la intimidad con un futuro de mármol o con un puesto en los tingladillos de la cuesta de Moyano. Siento decepcionar a los héroes del mañana. Si Dios no existe, todo está permitido. Esto lo dijo Dostoievski. Si la humanidad se va a extinguir, ninguna obra de arte merece el más mínimo respeto. Esto lo digo yo, que ni siquiera soy ruso. La inmortalidad, incluida la de Homero, consiste en un fin de semana en los anaqueles del pasadizo de San Ginés. Cuando veo a un escritor con la papada póstuma, a un pintor que compra en Macarrón un lienzo muy resistente o a un político emitiendo frases hacia la historia, me entran ganas de llorar. Las bacterias que logren sobrevivir serán incapaces de escribir una tesina acerca de estos imbéciles. ¿Qué es la inmortalidad? La inmortalidad es que aquí y ahora te acaricie fugazmente una mujer hasta que haga brotar de tu cuerpo una flor de jara.

Sobre la firma

Archivado En