Matar y morir por un pedazo de tierra

Detrás de cada crimen rural hay casi siempre un pleito, un litigio que ahoga

Ahora es el barbero de la cárcel. Y ayuda en la clínica. "Es que tienen confianza en mí, ¿sabe usted? Yo sólo soy un labrador". Son las 18.30. A esta hora comienzan los preparativos de la cena en la prisión provincial de La Coruña. A unos 40 kilómetros de aquí, en el lugar de Lameiros, parroquia de Buscás, municipio de Ordenes, muge el viento y se enciende la lumbre del hogar. Viste chaleco campesino sobre camisa de labor y un pantalón de pana recosido. Pudo haber sido el fin de una jornada más, abriendo surcos o desgranando el maíz. Pero rechinan los cerrojos. Hace 22 meses, José Bao mató a u...

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Ahora es el barbero de la cárcel. Y ayuda en la clínica. "Es que tienen confianza en mí, ¿sabe usted? Yo sólo soy un labrador". Son las 18.30. A esta hora comienzan los preparativos de la cena en la prisión provincial de La Coruña. A unos 40 kilómetros de aquí, en el lugar de Lameiros, parroquia de Buscás, municipio de Ordenes, muge el viento y se enciende la lumbre del hogar. Viste chaleco campesino sobre camisa de labor y un pantalón de pana recosido. Pudo haber sido el fin de una jornada más, abriendo surcos o desgranando el maíz. Pero rechinan los cerrojos. Hace 22 meses, José Bao mató a un vecino de un escopetazo. Al fondo, un viejo pleito y un camino.

El pleito, su viejo pleito, está en Madrid, en lo contencioso-administrativo, y aún no se ha resuelto. Mientras tanto, todo ha cambiado en la vida de José Bao, 49 años, soltero, labrador, vecino de Lameiros. Días atrás fue condenado a 10 años de presidio por la Audiencia como autor de la muerte de Jesús Martínez, 32 años, también labrador y vecino de la misma parroquia. La vista de su causa es la más reciente en relación con delitos de sangre que tienen su origen en rencillas por la propiedad de la tierra, o la servidumbre de paso, o el aprovechamiento de las aguas. Ha oído hablar de lo de Gomesende, el horrible crimen de los robles caídos, pero su historia es distinta. Hay otros ocho hombres en esta prisión, labradores más o menos tranquilos, que un día estallaron. Cada caso es un mundo, aunque detrás, casi siempre, está el pleito, la arena que es montaña, el litigio que ahoga.Aquella mañana se había ido muy temprano a Santiago de Compostela, donde compró medio millar de plantas de fresa que luego colocó con mimo en su tierra. Le iban bien las cosas a José Bao. De no tener nada, a ser propietario de una finca, ganado y casa, "que me la hice yo con mis propias manos". Dos veces emigrado a Suiza, otras dos temporadas en el valle de Arán, en otra ocasión arrimando el hombro para abrir una carretera en Lugo y, en fin, unos ahorros. "Para mí el domingo era igual al lunes. No sabe usted con cuánta ilusión trabajaba, quería tener más; a veces es un defecto, pero somos así; allá quedó un cebadero para los cerdos y una cuadra para el vacuno sin estrenar..., y las fresas, que se secaron".

José había visto crecer a Jesús Martínez. En años, llegaron a jugar juntos al fútbol. A nuestro hombre se le alegran los ojos cuando habla de sus carreras tras la bola. Hasta los 40 aguantó el tipo, entreteniendo con los más jóvenes las pocas horas de ocio que permite la tierra. El primer balón de reglamento lo había visto en Melilla, cumpliendo el servicio militar en la Agrupación de Transmisiones. Cuando Jesús Martínez quiso emigrar a Inglaterra, José le buscó una agencia en La Coruña. "Trató de pagarme el favor, pero yo no acepté; nunca me había llevado mal ni con él ni con sus padres".

"Le voy a contar todo, claro que le voy a contar todo". El periodista no había insistido, pero José Bao se incorpora y narra su versión en el cuarto carcelario, abarcando con los brazos su lugar de Lameiros. La pólvora que reventó una noche invernal de 1982 comenzó a cargarse en 1968. Entonces, José y su padre entran en pleito con una familia de labradores pudientes de la parroquia de Buscás, lejanamente emparentados con Jesús Martínez, en relación con una parcela sometida a pensión foral. Se llevan a cabo los trabajos de concentración parcelaria, que en parte cogen a nuestro hombre en Suiza, y el laberinto de la enemistad se complica con un nuevo litigio por un camino de tres metros de ancho y 138 de largo, que Bao considera particular y como tal lo defiende.

Meses antes del suceso fatal, alguien mata a Mazaroco, su perro fiel, "que reconocía en la noche el ruido de mi moto por la carretera general". Desde ese día comienza un calvario obsesivo en el que se siente sitiado. Abandona las partidas de naipes, "porque me amenazaron". Toda su vida gira alrededor de sus cosechas y de sus animales. De lo que sucedió la noche que mató a Jesús Martínez no hay testigos. José Bao afirmó en el juicio, y afirma ahora, que disparó, a la puerta de su casa, en legítima defensa, "porque venía a por mí, azuzado por terceros". Carga el cadáver en una carretilla y lo deja entre la vegetación, a casi tres kilómetros, y en una chousa (monte con cerca) suya esconde la escopeta de cañones que portaba Jesús Martínez. A los tres días decide entregarse e indica el lugar donde se encuentra la víctima. Ahora, en la casa que levantó con sus manos, no queda prácticamente nada "Hubo que vender los muebles, los animales.... y se murieron las fresas". Demasiado precio para u pequeño pleito aún no resuelto.

Demasiado precio

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"Demasiado precio", dice el abogado y profesor de Filosofía coruñés Manuel Caeiro. "Sin entrar en casos penales, casi todos los interdictos que se plantean sobre servidumbre de caminos o similares resultan más costosos para el pleiteante que el valor material del bien en litigio; existen, pues, otras componentes, como la dignidad, la afirmación personal o una desmesurada identificación con el terruño, que impulsan a entablar el pleito sin cejar hasta el final". Aunque, a veces, la sentencia del juez tampoco pone el punto y aparte en la historia. Las diferencias sobre un mojón, un paso, un árbol o un regadío, cuando se llevan por abogados, suponen con frecuencia que los litigantes y sus respectivas familias dejen de dirigirse la palabra... En una atmósfera cerrada, de pequeños núcleos de población, la tensión puede irse acumulando y dispararse un día cobrando un precio inmensurable.Los delitos de sangre por este motivo eran altamente frecuentes en el campo gallego cuando otro abogado, Luis González Deus, comenzó a ejercer la profesión hace ahora 25 años. "Los juzgados de la Audiencia de Lugo daban por aquel entonces el mayor índice de este tipo de delitos en el campo de toda España, índice extensible a otras zonas, como las comarcas coruñesas de Ordenes y Carballo; el labrador defendía su patrimonio como su propia vida y a veces estallaba la riña por un quítame allá esa paja; posteriormente, factores como la concentración parcelaria o el mayor nivel cultural han reducido los delitos de sangre, aunque a veces resurjan como en la actualidad".

Lenguaje y derecho

Para Iglesias Corral, "lo de Gomesende no responde a ninguna naturaleza criminológica del país; todo lo contrario: por lo que se caracteriza Galicia es precisamente por la paz interna, por la capacidad de convivencia". En su opinión, a pesar de opresiones foráneas, el campesino gallego ha preservado los dos tesoros de una civilización: el derecho y el lenguaje. "Hay petrucios que conservan el consejo de los antiguos jurisconsultos romanos". Lo que no ha estado a la altura de las circunstancias, según Iglesias Corral, ha sido precisamente la legislación general, que ha producido desajustes históricos al no conectar con las necesidades del campo gallego y no recoger el derecho foral. "Por ejemplo, hay que corregir la ley de Arrendamientos Rústicos que se ha hecho en el Parlamento español, que tiene defectos capitales". Aunque está escrito que los abogados gallegos son los mejores del mundo, no le parece al decano, que comenzó a ejercer en los años veinte y que sonríe ante la cita, que esto se deba a un ancestral espíritu litigioso, que rechaza como tópico.Tampoco está de acuerdo con la teoría de la naturaleza lítigiosa el historiador Ramón Villares, autor de La propiedad de la tierra en Galicia, 1500-1936, publicado recientemente por Siglo XXI. "En un minifundismo casi ilimitado, Galicia tiene, aproximadamente, las tres cuartas partes de la parcelas existentes en toda España; cada parroquia es una intrincada maraña de propiedades, y dadas las circunstancias es evidente una cierta capacidad de consenso social, recurriéndose al pleito cuando ya no se puede establecer acuerdo, cuando lo que pueda estar ya en juego es la dignidad social de la persona, su consideración en la comunidad".

El exacerbado sentido de la propiedad, que explica en parte comportamientos políticos, tiene, según este historiador, una tradición profundísima en la larga lucha por la titularidad de la tierra. Aunque la parcelación es una tendencia antigua, la efectiva posesión de las tierras, la redención de los foros, es un logro consumado este siglo. Esa fue la batalla del cura Basilio Álvarez -aquel que dijo: "Lo único bien organizado en este país es la injusticia"-, acaso uno de los pocos políticos que hizo vibrar al campesinado gallego.

Lo cierto es que la tierra sangra con demasiada frecuencia en Galicia. Lo dice la frialdad de las cifras: prácticamente la mitad de los delitos penales en el campo tienen su origen en litigios por la propiedad. A esta hora, a cualquier hora, en la prisión provincial, Lameiros es un sueño verde donde algún día crecerán las fresas, a la vera de aquel camino de tres metros de ancho por 138 de largo.

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