Tribuna:

Secuestro de actualidad

El peor infortunio que le puede suceder a un comentarista es que encuentre la actualidad de su país muy poco actual. Y, encima, que tenga tal sensación extemporánea precisamente cuando surgen esos abyectos sucesos de cada cierto tiempo que, con sospechoso rigor cíclico, avasallan los medios de comunicación, arrasan el acontecer político, disuaden la pluralidad y paralizan la vida nacional durante horas o días.Negarse a describir en prosa desgarrada el dolor personal que experimenta el comentarista por la última vileza de ETA no sólo infiere otra vileza, sino un imperdonable atentado contra las...

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El peor infortunio que le puede suceder a un comentarista es que encuentre la actualidad de su país muy poco actual. Y, encima, que tenga tal sensación extemporánea precisamente cuando surgen esos abyectos sucesos de cada cierto tiempo que, con sospechoso rigor cíclico, avasallan los medios de comunicación, arrasan el acontecer político, disuaden la pluralidad y paralizan la vida nacional durante horas o días.Negarse a describir en prosa desgarrada el dolor personal que experimenta el comentarista por la última vileza de ETA no sólo infiere otra vileza, sino un imperdonable atentado contra las leyes periodísticas de lo actual. Todas esas emocionadas y masivas movilizaciones, declaraciones y expresiones de repulsa contra la lógica descabellada del calibre Parabellum excluyen las demás actualidades, anulan la complejidad política y exigen la liturgia del consenso.

Así se fabrica en este país el acontecimiento; esos rugientes acontecimientos dolorosos que siento como el primero, pero que personalmente, pese al clamor estadístico, me niego a sentir como actualidad excluyente. Y por una sola y elemental razón: para evitar que se repitan las siniestras historias de nueve milímetros.

Hay que estar muy ciegos por la inmediatez para no entender que el objetivo del terrorismo es, precisamente, el rapto y el monopolio del discurso de la actualidad político-informativa. Esa constante analogía entre la atención nacional y el atentado nacionalista facilitan extraordinariamente la producción, amplificación y circulación de esta clase de trágicos acontecimientos accidentales que, al cabo, se viven como hechos sustanciales de la historia, incluso como vísperas fatales del Apocalipsis. Y nada hay más alentador para el fanático que contemplar el siempre excepcional espectáculo del consenso clamoroso. Ésa es, con exactitud, la razón de su criminal sinrazón.

No entro ahora en la circular disputa de si hay que silenciar o airear las acciones terroristas. Únicamente compruebo, alarmado, la facilidad enorme que nuestros fanáticos tienen para secuestrar los mecanismos de producción de la actualidad política.

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