Tribuna:

Himno a Madrid

Todos los países pobres tienen cánticos vibrantes, cunetas llenas de latas, patriotas ardientes, grandes descarrilamientos de trenes, escudos con águilas imperiales, intoxicaciones masivas en bodas y bautizos, oradores muy sagrados, prostitutas que huelen a permanganato, soldados heroicos alimentados con sardinas, vestíbulos oficiales con columnas de granito, chabolas con chapas de bidón, señores con un percebe en el anillo y mendigos del Antiguo Testamento. Una literatura barroca cubre todo eso con una capa de terciopelo raído. Los himnos a la patria corren a cargo de los poetas laureados.Com...

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Todos los países pobres tienen cánticos vibrantes, cunetas llenas de latas, patriotas ardientes, grandes descarrilamientos de trenes, escudos con águilas imperiales, intoxicaciones masivas en bodas y bautizos, oradores muy sagrados, prostitutas que huelen a permanganato, soldados heroicos alimentados con sardinas, vestíbulos oficiales con columnas de granito, chabolas con chapas de bidón, señores con un percebe en el anillo y mendigos del Antiguo Testamento. Una literatura barroca cubre todo eso con una capa de terciopelo raído. Los himnos a la patria corren a cargo de los poetas laureados.Como capital de un país pobre, Madrid era hasta hace poco una ciudad alegre y confiada, o sea, que un alcalde cuatrero podía convertir el Museo del Prado en aparcamiento de coches y el ciudadano tenía el buen gusto de no protestar. A este campamento o aduar beréber levantado en el desierto, poblado de centralistas de litoral, antiguamente llegaban alcaldes de pueblo, escritores de provincias, jefes del servicio del Trigo, delegados de mataderos municipales, flamencos con guitarra, pendolistas de sindicato vertical, cómicos, gobernadores civiles, putas y latifundistas. Todos venían a comprar una póliza. En aquel tiempo Madrid no tenía himno. Entonces el cántico más conocido aquí, aparte del chotis, era el sonido de las sirenas policiacas que en plena calle cazaban rojos al ojeo.

Ahora la capital de España se ha visto forzada a ser autónoma y se ha quedado sola con el botijo y las tortas del santo. La autoridad ha encargado a un presocrático de Zamora, el filósofo de guardia Agustín García Calvo, que componga unas estrofas para ensalzar la soledad mesetaria de este conglomerado de cemento. El poeta ha hecho unas letrillas burlescas, antiheroicas, esperpénticas, ácratas, llenas de un encanto amargo. Si un día este himno a Madrid es oficialmente cantado a coro, seguro que va a llover; esa canción será la rogativa más eficaz contra la sequía. Pero Madrid habrá alcanzado la gloria de desmitificarse y de ser más noble que los símbolos.

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