Tribuna:

Guerra santa

Ya está, ya ha empezado de nuevo la contienda. Las trompetas de Jericó rasgan el aire con su voz de cobre del pasado. Entre las pesadas herencias que recibe el mundo actual destaca, por su ferocidad, la guerra santa. Los excesos de Jomeini son resultado de su espiritualidad beligerante. Gadafi guarda sin duda en su memoria el fresco fantasma de la jihad. ¿Qué decir del agresivo Estado de Israel, que bombardea arropado en misticismos? Y cuando Reagan amenaza cataclismos en defensa de Occidente, utiliza la occidentalidad como cruzada. La guerra santa consiste en convertir toda cuestión d...

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Ya está, ya ha empezado de nuevo la contienda. Las trompetas de Jericó rasgan el aire con su voz de cobre del pasado. Entre las pesadas herencias que recibe el mundo actual destaca, por su ferocidad, la guerra santa. Los excesos de Jomeini son resultado de su espiritualidad beligerante. Gadafi guarda sin duda en su memoria el fresco fantasma de la jihad. ¿Qué decir del agresivo Estado de Israel, que bombardea arropado en misticismos? Y cuando Reagan amenaza cataclismos en defensa de Occidente, utiliza la occidentalidad como cruzada. La guerra santa consiste en convertir toda cuestión de Estado en una confrontación cielo/tierra aniquilante. Porque, ¿cómo se puede parlamentar con las alturas? ¿Qué hay más inhumano que una lucha capitaneada por los dioses?Bueno, pues la batalla de los catecismos es lo mismo, pero sin disparar un tiro. Claro está que los obispos tienen derecho a exponer su condena del aborto y a decir que es pecado, gordísimo merece dor de estruendos infernales. Pero equiparar aborto a terrorismo y sostener así que un crimen contra la fe es también un crimen público es demasiado. Arrebatados por el recuerdo marcial de las cruzadas, los prelados quizá no se den cuenta de que, con su actitud, están acusando de asesinato a medio mundo, incluyendo a gentes como la señora Thatcher, sin ir más lejos, que ya se sabe que es una santa y partidaria de la guerra, o sea, que está próxima al asunto que tratamos. Hay que reconocer que es excesivo.

Es la fuerza del ancestro. Yo no sé por qué las tradiciones brutales parecen perdurar mas que las amables. Porque los católicos tienen otros ejemplos a imitar de su pasado que no son la arrasadora guerra santa. Yo preferiría que prevaleciera en los obispos la modesta herencia misionera, esa actitud de convencer por el ejemplo, por la transparencia en la pureza; un método con el que, según me enseñaron siendo chica, convirtieron a miradas de chinitos. Pero vivimos en un mundo sin milagros y se diría que la Iglesia ya no se fía de la sola fuerza de la fe. Por eso se inmiscuye en asuntos terrenales y presenta batalla en territorio ajeno. La guerra santa siempre se ha caracterizado por confundir el Reino de Dios con otros reinos.

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