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La LOAPA y el miedo al diálogo

Los pactos autonómicos impulsados por Calvo Sotelo y Felipe González no podían, en modo alguno, pasar a reescribir lo que poco más de dos años antes sentenció la soberanía popular. Eso es lo que no tuvieron en cuenta al hacer la LOAPA; y el Estado, a través de su institución pertinente, el Tribunal Constitucional, ha repuesto las cosas en su sitio.Otra cosa es que la concertación de voluntades políticas entre los partidos entonces mayoritarios, tuviera sentido para hacer frente a los problemas derivados no de la puesta en marcha del Estado de las autonomías, sino del mismo Estado. Pero en aque...

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Los pactos autonómicos impulsados por Calvo Sotelo y Felipe González no podían, en modo alguno, pasar a reescribir lo que poco más de dos años antes sentenció la soberanía popular. Eso es lo que no tuvieron en cuenta al hacer la LOAPA; y el Estado, a través de su institución pertinente, el Tribunal Constitucional, ha repuesto las cosas en su sitio.Otra cosa es que la concertación de voluntades políticas entre los partidos entonces mayoritarios, tuviera sentido para hacer frente a los problemas derivados no de la puesta en marcha del Estado de las autonomías, sino del mismo Estado. Pero en aquel afán no hubo la suficiente altura de miras. De otra forma no se habría despreciado la opinión de minorías tan importantes que, en el caso del PNV y CiU, gobernaban precisamente, y por mandato popular, las nacionalidades más conciencia das. Ni tampoco la de Alianza Popular o el partido comunista.

El espíritu constituyente de la última apuesta española por la democracia, iniciada en 1976, y que ya es la más larga en nuestra historia, se quebró en aquel proyecto legislativo. Eso es lo que ha dictado el Tribunal Constitucional en el fondo, al rechazar el trágala que suponía, en determinados aspectos, la LOAPA.

La Constitución, el cambio político general, fue efecto de un espíritu transaccional que sólo desde la grosería mental de algunos cabe confundir con debilidad o entreguismo, supuestos males horribles para la concepión machista de la vida que parece anidar en algunos compatriotas.

La transacción es algo mucho más noble que todo ello; es una forma de contrato que libremente aceptan las partes para, según la vieja letra de nuestro Código Civil, "dando, prometiendo, o reteniendo cada cual alguna cosa, evitan la provocación de un pleito o ponen término al que había comenzado".

Ese fue el espíritu que hizo posible el cambio político, la Constitución; y la concertación y el diálogo, sus instrumentos. En el fondo, la expresión de una nueva España que parecía dispuesta, al fin, a avanzar por el sendero de la convivencia paso a paso, ganando todos los días la adhesión de quienes sólo juntos pueden conformarla.

Frente a ello vuelven a salir a la luz dos "de-una-vez-por-todas", el ahora o nunca, la imposición "porque sí". No es raro, ni nuevo, ni tampoco exclusivo de la derecha más rancia. Porque si no existe la voluntad de vivir en común como nación, no hay nación ni Estado. Este es el tema; que los decretos no valen para imponer nada importante si no existe la voluntad previa de someterse a ellos.

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Nadie habla del artículo 4 de la Constitución, referido a la bandera, y que acaba diciendo que en los edificios públicos de las comunidades autónomas se utilizarán sus enseñas junto a la bandera de España. En determinados casos no se está cumpliendo y, sin embargo, nadie ha pedido por ahora que se reforme el artículo cuarto, sino que se cumpla simplemente. ¿Por qué no predicar lo mismo del artículo 2 o del título VIII de la misma norma constitucional? ¿No será un problema de voluntad política el hacerlos cumplir? Y, sobre todo, ¿no lo será de inteligencia el poder hacerlos cumplir?

Hay métodos seguros para no llegar a ninguna parte, como el utilizado en la elaboración de la LOAPA o los que parecen propugnar los del "de una vez por todas", en su inmensa mayoría "inconsolables viudas del ayer", que diría el patriarca Sánchez Albornoz.

Cuando minorias extremosas como Herri Batasuna y su secuela etarra en el País Vasco se ven comprendidas por la mayoría que allí representa el PNV, por ejemplo, es que algo no acaba de estar soldado; que se requieren nuevos esfuerzos para integrar, que el diálogo y la transacción continúan siendo necesarios. Y continuarán siéndolo toda la vida. Y que es menester respetar y hacer respetar la expresión bien reciente de la soberanía popular. ¿Puede alguien imaginar las consecuencias que tendría para la convivencia nacional la suspensión de los estatutos de autonomía?

Quienes no estén dispuestos a seguir hablando, negociando, conviviendo, no hacen ningún favor a España, que es algo mucho más seno y seguramente difícil que el manojo de leyes e inquisiciones con que su debilidad les hace soñar.

Federico Ysart, periodista, fue promotor del CDS y anteriormente subsecretario adjunto al vicepresidente segundo del Gobierno, Fernando Abril.

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