Tribuna:

Tal para cual

Isabel la Católica fue en su tiempo una reina anticuada que tenía en la cabeza un sueño de oro y de indios bautizados. Fue una señora medieval casada con un renacentista. Entonces Castilla estaba entretenida barriendo moros, pasando el estropajo por la Alhambra mientras en Europa se levantaban ya las primeras industrias, se hilaban encajes de Holanda y la gente se iba hasta Ceilán en busca de especias para hacer embutidos. En cambio ella sólo pensaba en acuñar pelucones y en llevar infieles, herejes y otros modernos al cielo, con o sin hoguera. Naturalmente el marido Fernando, baturro florenti...

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Isabel la Católica fue en su tiempo una reina anticuada que tenía en la cabeza un sueño de oro y de indios bautizados. Fue una señora medieval casada con un renacentista. Entonces Castilla estaba entretenida barriendo moros, pasando el estropajo por la Alhambra mientras en Europa se levantaban ya las primeras industrias, se hilaban encajes de Holanda y la gente se iba hasta Ceilán en busca de especias para hacer embutidos. En cambio ella sólo pensaba en acuñar pelucones y en llevar infieles, herejes y otros modernos al cielo, con o sin hoguera. Naturalmente el marido Fernando, baturro florentino, le decía que se cambiara de camisa, pero ella sabía que aquel hediondo olor de ropa sucia era la mejor arma para ahuyentar a los enemigos de la religión, a los comerciantes judíos y a otros filatélicos. Isabel fue nuestra tía cerealista, teologal, obsesionada por la catequesis en una tierra llena de podencos con pulgas. Quiere decirse que todo lo que se haga con el fin de destrozar la figura de esta hembra real me parece bien, incluso que ahora salga Lola Flores haciendo su papel en el cine.A mi generación le han dado mucho la lata con esta señora. Sobre un fondo de gazuza canina, castillos de cartón, verborrea de García Sanchis y alpargatas, Isabel la Católica coronó nuestra niñez. La veíamos en los libros escolares sentada como un tótem presidiendo la caspa nacional, nos dábamos de narices contra el mármol de su estatua y una literatura enfática, a tanto el folio, le humeaba de incienso el sagrado calcañar mientras en este paraje corría el látigo a caballo de la tuberculosis. En aquella época las faraonas del cante también daban alaridos de gloria a la patria y jaleaban los valores de la raza. Hoy el sacramento de Isabel la Católica y la España de pandereta ha hecho síntesis por medio de Lola Flores. Esta artista va a encarnar en una película el papel de aquella señora. Será una reina de falso oropel y de esa mezcla, o sea, entre los delirios de grandeza y la estética del tablado, saltará una carcajada blasfema. El esperpento de guitarras y blasones, de literatura imperial y jipíos al ajo arriero puede hundir felizmente una historia de cartón piedra. Tanto monta, monta tanto Isabel Flores, como Lola la Católica.

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