Tribuna:

'Sudacas' del mundo, uníos

Hace algunas noches, cuando asistí al excelente recital que Rafael Amor, Olga Manzano, Manuel Picón, Claudina y Alberto Gambino dieron en el teatro Salamanca con el título de Sudaca, detecté (como pocas veces en el amplísimo espectro del canto emigrado) un planteo estimulante y a la vez realista, que excedía la ostentación normal de la nostalgia. Y algo mejor aún: no caía en el recuento quejumbroso, en el lloriqueo verbal que, de algún modo, busca la conmiseración hacia la comunidad expatriada. Esto último suele ocurrir cuando el artista se confina en un círculo estrecho de compatriotas...

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Hace algunas noches, cuando asistí al excelente recital que Rafael Amor, Olga Manzano, Manuel Picón, Claudina y Alberto Gambino dieron en el teatro Salamanca con el título de Sudaca, detecté (como pocas veces en el amplísimo espectro del canto emigrado) un planteo estimulante y a la vez realista, que excedía la ostentación normal de la nostalgia. Y algo mejor aún: no caía en el recuento quejumbroso, en el lloriqueo verbal que, de algún modo, busca la conmiseración hacia la comunidad expatriada. Esto último suele ocurrir cuando el artista se confina en un círculo estrecho de compatriotas, o sea, en un gueto donde se desarrolla una suerte de masoquismo ante la mala noticia y hasta cierto enfermizo deleite en difundirla.En el programa que repartieron los responsables del espectáculo del Salamanca se define al sudaca como "el natural del sur de América, que vive en España y hace de ello un oficio, una cultura", y luego se agrega: "Si definimos al sudaca, si lo humanizamos y concretamos, es decir, si lo arrancamos de la fácil generalización que un término así implica, si lo comparamos incluso con el emigrado español, si lo damos a entender en su grandeza y su miseria, si circunstancia, tal vez consigamos que la carga despectiva que ahora tiene la palabra se quede en los mínimos sectores donde se utiliza actualmente: mejor aún, se invierta su sentido y quede en una generalización comparable a la que nosotros mismos hemos hecho al llamar gallegos a todos los españoles, es decir, una generalización afectiva que jamás alcanzó la categoría de juicio moral". Tan saludable como el rigor artístico del espectáculo me pa reció su propuesta vital. Es cier to que la palabra sudaca tiene en su origen una carga despectiva, pero no es menos cierto que en gran parte depende de nosotros que la transformemos en una carga afectiva. Las siete plagas del exilio (el pesimismo, el derrotismo, la frustración, la indife rencia, el escepticismo, el desánimo y la inadaptación) no constituyen, por cierto, el mejor aval para pasar indemnes por las severas aduanas de la xenofobia.

Pero no hay que olvidar que en algunos exiliados se da otra es pecie más sutil de xenofobia de signo contrario, que algunos llaman endofobia: me refiero al re chazo que ciertos exiliados cultivan con respecto al pueblo que los acoge, rechazo que a veces se mezcla con extraño chovinismo de la derrota. Quienes todo lo encuentran peor que en su país de origen, olvidando que por algo han tenido que sumarse a la diáspora, desperdician la lección incanjeable que siempre brindan los pueblos, cualquier pueblo. De todos tenemos algo que aprender, y acaso también tene mos algo que enseñar. La mejor y más efectiva solidaridad reside precisamente en esa osmosis, siempre posible, que consiste en nutrirnos mutuamente.El 'notorio acento'

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Es claro que siempre hay sectores interesados en que fracase esa compensación, esa permuta de generosidades y baluartes. Cuando ocurre un asalto o un secuestro y la primera versión que dan algunos diarios es que los perpetradores hablaban entre sí "con un notorio acento sudamericano", se está propiciando artificialmente una ruptura, un enfrentamiento, una desconfianza. Después resulta que no era cierto, pero la desmentida no figura en los titulares, sino en el desván de las noticias.

La verdad es que no existe un "notorio acento sudamericano", así, globalmente considerado. Entre un limeño y un tucumano, o entre un caraqueño y un montevideano, hay probablemente más diferencias de acento y de vocabulario que entre un andaluz y un madrileño. Es probable que a esta altura los asaltantes más aplicados estén familiarizándose urgentemente con las inflexiones promediales del sucada básico, a fin de no defraudar a los testigos profesionales. Soltar, por ejemplo, en pleno atraco un comentario de esta laya: "Che, no seas güevón y alcanzáme esa vaina" daría un sabroso proniedio rioplaltense-chileno-colombiano que cubriría de norte asur la gama coritinental de los acentos. Siempre será recomendable incluir un che, aunque tomando ciertas precauciones. No sería apropiado exclarnar: "Che, ¿dónde vais a por ganzúas?, porque no sonaría a sudaca, sino a sudañol o, más bien, a su variante culta, el españaca. Pero regresemos a lo serio. Uno de los rasgos que más frecuentemente provocan la carga despectiva hacia el sudaca es el hábito de ventilar en público las diferencias políticas entre grupos de exilíados. Parece que a veces somos lerdos en comprender que nos han golpeado duramente y que los golpes no han discriminado entre tirios y, troyanos. Ha habido suficientes para todos los sectores populares. Si a uno le dan palos (le ciego, la única respuesta eficaz es dar palos de vidente. Pero no al otro golpeado, sino al dueño del garrote.

Es claro que tenemos diferencias internas: de táctica y de estrategia, de estilo y de ritmo, de criterio y de ideología. Pero cuánto mejor sería si pudiérarrios zanjarlas en nuestro patio comunitario y no en la plaza mayor de la sociedad que nos acoge. La mínima cortesía exige que evitemos a nuestros anfitriones el ingrato espectáculo de nuestras riñas y escararnuzas. O sea, que la gran pancarta. podría ser: "Sudacas del mundo, uníos". Y no sólo de palabra, ya que la unidad verbal es sólo espuma. Hay tantos hechos, pequeños acaeceres cotidianos, que pueden ir construyendo esa unidad... Los presos políticos suelen saber mucho de estas cosas. En el mundo exterior, para que la solidaridad tenga peso, hay que reunir millares de personas y firmas importantes, y colectas, y deriuncias, y derechos humanos; barrotes adentro, en cambio, la solidaridad puede tener el tamaño de media galletita.También es cierto que hace medio siglo, allá en el Cono Sur, empezamos llarnando gallegos a todos los españoles, y tanos, a todos los italianos; fueron las dos corrientes más importantes de inmigración. Es posible que en el comienzo esos apelativos incluyeran un dejo de menosprecio. Pero aquellos inmigrantes se juramentaron para hacerse querer, y cómo lo lograron.Y cuando, en ciertas ocasiones memorables, decíamos tano o gallego en mitad de un abrazo, ellos comprendían, sin otra explicación, que esas palabras eran de austero y real afecto. Así que a no desesperar. El día no lejano en que en nuestras patrias, grandes o pequeñas, los usurpadores del poder se vean por fin obligados a resignarlo, y el pueble, español acaso nos arrope con su abrazo y nos diga: "Enhorabuena, sua'acas", estoy seguro de que no nos sentiremos agraviados, sino radiantes. Agradecidos y radiantes.

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