Roy Jenkins, un europeísta apasionado

Harris Jenkins nació en 1920, tiene hoy 62 años, sólo cinco más que la primera ministra, Margaret Thatcher, pero parece mucho mayor. Sólo las venillas rojas que atraviesan sus mejillas alegran algo su sosa presencia física: son el testimonio de muchos años de buen beber y de buen comer. Jenkins es, dicen sus amigos, un bon vivant que disfruta con el clarete, que escribe mucho mejor que la mayoría de sus colegas y que, pese a pronunciar mal algunos sonidos ingleses, es un buen orador. Juega al tenis y al criquet y es un excelente nadador, pero nadie diría que es un deportista.Su falta de...

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Harris Jenkins nació en 1920, tiene hoy 62 años, sólo cinco más que la primera ministra, Margaret Thatcher, pero parece mucho mayor. Sólo las venillas rojas que atraviesan sus mejillas alegran algo su sosa presencia física: son el testimonio de muchos años de buen beber y de buen comer. Jenkins es, dicen sus amigos, un bon vivant que disfruta con el clarete, que escribe mucho mejor que la mayoría de sus colegas y que, pese a pronunciar mal algunos sonidos ingleses, es un buen orador. Juega al tenis y al criquet y es un excelente nadador, pero nadie diría que es un deportista.Su falta de gancho es contradictoria con su magnífica hoja de servicios. Pasa por haber sido uno de los mejores ministros de Hacienda con que ha contado el Reino Unido desde la segunda guerra mundial. Como ministro ,del Interior (1965-1967) tiene en su haber la abolición de la pena de muerte y de la censura teatral la liberalización de la ley del aborto y de las leyes sobre homo sexualidad y una mayor apertura del Reino Unido hacia Europa.

Jenkins, que es galés, hijo de un líder sindical laborista que fue minero en su juventud y después diputado socialista, tiene una pasión que le ha costado más disgustos que, satisfacciones: Europa. El aun presidente del SDP hizo toda su carrera política en el Partido Laborista, con el que fue diputado durante 29 años y ministro en cuatro ocasiones, pero cuando llegó el momento clave y pudo intentar alcanzar el liderazgo, de los socialistas británicos se encontró, entre otros problemas, con que sus colegas rechazaban la integración en la Comunidad Económica Europea (CEE). Roy Jenkins está firmemente convencido de que el futuro del Reino Unido pasa por el Mercado Común, y nada le ha hecho renunciar a esta convicción. En lugar de adaptarse a Ia corriente y luchar por la presidencia de su partido, prefirió optar a la presidencia de la Comisión Europea. La logró, pese al poco apoyo que recibió del entonces primer ministro británico, su compañero James Callagham, y a la oposición del presidente francés, Valéry Giscard d'Estaing. Bajo su presidencia, la CEE adoptó el Sistema Monetario Europeo (SME), uno de los principales mecanismos de equilibrio con que cuenta hoy día.

A su regreso a Londres, Jenkins se encontró con un partido laborista todavía más dividido que cuando se marchó a Bruselas. La victoria de Margaret Thatcher había radicalizado a los socialistas, y el ex ministro decidió poner en práctica algo con lo que venía soñando desde hacia años: crear un nuevo partido, una tercera fuerza capaz de romper el bipartidismo que gobierna la vida política británica desde hace siglos. Con otros tres ex ministros laboristas fundó la banda de los cuatro, que daría origen al SDP. Fue su mejor momento: las casas de apuestas le daban como favorito en unas eventuales elecciones por seis a cuatro.

La euforia de los primeros meses, acentuada por la coalición a que llegaron con el Partido Liberal, desapareció como por ensalmo, a raíz de la guerra de las Malvinas, y la popularidad de Jenkins, incapaz de competir a nivel personal con Margaret Thatcher, cayó en picado. Las apuestas le cotizan ahora cómo un auténtico perdedor.

Jenkins no se desanima. Probablemente nunca llegará a ser primer ministro, pero, si las cosas ruedan bien, intentará al menos moderar desde el Parlamento la política económica conservadora. "La señora Thatcher", afirma Roy Jenkins, "puede hacer el mismo balance de sus cuatro años de gobierno que el que hizo el general que dirigió la catastrófica batalla de Sónime, en la primera guerra mundial". Aquel general decía: "Las bajas son intolerables, el terreno ganado despreciable, y podemos seguir en esta línea".

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