España, en el Magreb

Los viajes del presidente del Gobierno español a Marruecos en esta semana y del vicepresidente a Argelia la semana pasada, configuran una operación de largo alcance y amplitud, orientada a encajar la política española en una zona de varios países de gran importancia para nosotros, cuya política, a su vez, está siendo sometida a profundas transformaciones.El Magreb que frecuentan en este mes las autoridades españolas no es ya el escindido por la rivalidad entre Argelia y Marruecos, el aventurismo de Libia o el cáncer incurable de la lucha del Frente Polisario. A partir del pasado 26 de febrero,...

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Los viajes del presidente del Gobierno español a Marruecos en esta semana y del vicepresidente a Argelia la semana pasada, configuran una operación de largo alcance y amplitud, orientada a encajar la política española en una zona de varios países de gran importancia para nosotros, cuya política, a su vez, está siendo sometida a profundas transformaciones.El Magreb que frecuentan en este mes las autoridades españolas no es ya el escindido por la rivalidad entre Argelia y Marruecos, el aventurismo de Libia o el cáncer incurable de la lucha del Frente Polisario. A partir del pasado 26 de febrero, con el histórico encuentro del presidente Chadli Benyedid y el rey Hassan II, parece posibilitarse una convergencia entre Marruecos y Argelia que, con la vinculación de Tunicia y la protección de Estados Unidos, traerá consigo el sacrificio del Frente Polisario y el aislamiento de Libia.

Si todo ello repercute favorablemente en la estabilización del norte de Africa, sin perder la esperanza de que la paz en el Sáhara permita aún alguna solución para la autodeterminación de su población, España, en principio, habrá conseguido salir de ese laberinto de relaciones entre Rabat y Argel, con razones políticas, territoriales e ideológicas utilizadas como armas arrojadizas contra Madrid. (...).

En torno a Marruecos y Argelia nuestros políticos se han acostumbrado a poner en juego una serie de sutiles, y absurdos, motivos psicológicos y políticos. Querríamos creer que ha desaparecido esa etapa, que ha sido superada la ridícula estrategia de antaño de pretender el apoyo de uno frente a otro, y viceversa. No hay naciones buenas o malas, no hay naciones de izquierda o de derecha. Solamente existen dos países vecinos entre sí, y vecinos nuestros, y existe el Mediterráneo occidental, donde España debe contribuir a la creación de un espacio de paz y de cooperación.

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