La tormenta monetaria

Los acontecimientos de los últimos días en torno a la paridad de las monedas europeas constituyen sólo la punta del iceberg del profundo drama financiero, económico y comercial que están viviendo las economías europeas desde hace casi una década. Esto no quiere decir que el origen de la crisis, por coincidir cronológicamente con la primera subida brutal del precio del petróleo, deba situarse de modo exclusivo en la decisión de la OPEP que provocó el brutal encarecimiento de los costes energéticos en los países industrializados. Quiere decir tan sólo que a partir de aquellas fechas todo ...

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Los acontecimientos de los últimos días en torno a la paridad de las monedas europeas constituyen sólo la punta del iceberg del profundo drama financiero, económico y comercial que están viviendo las economías europeas desde hace casi una década. Esto no quiere decir que el origen de la crisis, por coincidir cronológicamente con la primera subida brutal del precio del petróleo, deba situarse de modo exclusivo en la decisión de la OPEP que provocó el brutal encarecimiento de los costes energéticos en los países industrializados. Quiere decir tan sólo que a partir de aquellas fechas todo el difícil equilibrio internacional no encontró en los dirigentes occidentales más que medidas provisionales, encubridoras o anestesiantes, que sirvieran para mantener las apariencias de un poder político y económico que ningún Gobierno ostentaba suficientemente. (...)Obviamente, la revaluación del marco, la devaluación del franco y el ajuste de las paridades de otras divisas europeas -incluida la peseta-, al que se ha llegado bien poir el procedimiento traumático del cambio de paridad, bien por la flollación, más o menos sucia, o acaso por el juego de las amenazas para salir o seguir sin entrar en el Sistema Monetario Europeo, no son, otra vez, más que desenlaces parciales que aplazan el gran debate de la viabilidad de la Comunidad Económica Europea, en su actual situación de insolidaridad absoluta, y ocultan la situación de fondo de algunas economías excesivamente sanas (como la alemana), crecientemente depauperadas (como la francesa) o incapaces de retornar a la realidad, tras sus experiencias imperiales (como la británica).

Al margen de las ideologías gobernantes, por encima del ajuste o saneamiento que hayan podido introducir en sus estructuras y más allá de la creciente o decreciente competitividad internacional en el terreno comercial, es todo el modelo de crecimiento de la vieja Europa lo que necesita una revisión a fondo. Una revisión que se aplaza desde hace dos lustros porque nadie quiere cargar con la responsabilidad histórica ni con el riesgo político de un error de cálculo. Por eso, todo lo que se decide, ganen o pierdan el poder las fuerzas conservadoras o las progresistas en cada país, son remiendos y parches de urgencia para aplazar la cirugía con la esperanza de que los analgésicos obren milagros. (...)

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