Tribuna:Asesinado el jefe de la División Acorazada

El general Lago sí tiene quien le escriba

Al filo de las nueve de la mañana, varios oficiales desayunábamos en la cafetería del Cuartel General del Ejército. Un comandante, rostro demudado, se acercó presuroso diciendo: "Han matado al general Lago". Fue algo más que un escalofrío. Abandoné el lugar sin despedirme. En la soledad del despacho, un torbellino incontenible de recuerdos cruzó por mi mente. Sentí una necesidad acuciante de escribir sobre recuerdos y vivencias personales junto a ese hombre ya definitivamente muerto; sin importarme un resultado sensiblero o tópico.En la ciudad santa Smara, el entolces teniente coronel Lago man...

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Al filo de las nueve de la mañana, varios oficiales desayunábamos en la cafetería del Cuartel General del Ejército. Un comandante, rostro demudado, se acercó presuroso diciendo: "Han matado al general Lago". Fue algo más que un escalofrío. Abandoné el lugar sin despedirme. En la soledad del despacho, un torbellino incontenible de recuerdos cruzó por mi mente. Sentí una necesidad acuciante de escribir sobre recuerdos y vivencias personales junto a ese hombre ya definitivamente muerto; sin importarme un resultado sensiblero o tópico.En la ciudad santa Smara, el entolces teniente coronel Lago mandaba una de las zonas militares del antiguo Sahara español. Yo, joven teniente de 23 años, mandaba una pequeña unidad. No era necesario ser ningún Séneca para percibir la gran personalidad y autoridad de aquel jefe que paseaba inseparable de su bastón y gorro legionario. Durante mucho tiempo, mantuvimos una relación profesional de despacho diario y aprendizaje permanente. Nunca con un jefe me sentí más motivado y más cómodo; en lo estrictamente humano era fluido y enriquecedor. Con fama de militar duro, que lo era, todos queríamos a aquel gallego de verbo rápido y cortante, que obligaba a seguirlo con atención para no, perderse por los vericuetos de la comprensión.

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Su virtud militar básica, esencial y totalizadora era su sentido de la responsabilidad, que liberaba al subordinado de graves preocupaciones, asumidas por él con plenitud. En una institución como la militar, estructurada piramidal y jerárquicamente, esa virtud tiene una alta valoración que ennoblece a quien la ejerce.

Era destacable su preocupación por el bienestar de sus subordinados; defendía vigilante cualquier asomo de arbitrariedad. Al calor de las copas, algunos oficiales le llamaban don Víctor, que se interpretaba y aceptaba como un reconocimiento a su magisterio señorial.

Estas cosas las escribo atropelladamente y con emoción, pero tengo necesidad de decirlas al hilo de recuerdos en que su cariño y comprensión disimulaban los errores de un joven profesional.,

Quiero destacar, como lección. sobre la práctica del mando, su actitud de aquella noche, sahariana cuando, tras haberme perdido en el desierto durante un frívolo paseo en coche, entré en Smara agotado por largas horas de marcha. El teniente coronel Lago había ordenado ya el despliegue de las tropas legionarias y paracaidistas para rastrear la zona. Los compañeros, que me anticipaban un fuerte correctivo, quedaron asombrados cuando él me cogió del brazo y tomamos unas copas juntos.

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Su brillante carrera profesional la han roto esta mañana. El vértigo homicida de los profesionales de la desestabilización lo ha elegido como víctima. Además de a un hombre, han asesinado a un militar consciente de la grandeza que encierra nuestro marco constitucional. El terrorismo y el golpismo, dos caras de la misma moneda, se están equivocando. En España, el largo camino hacia la democracia es irreversible.

Yo, uno más de los miles de subordinados que han estado a sus órdenes, he pretendido con estas líneas rendir homenaje a un inolvidable militar.

Mi general, créame, yo sencillamente le quería.

Ángel García Oviedo es capitán del Ejército.

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