Tribuna:TRIBUNA LIBRE

La opción comunista y la izquierda

Hace unos días, en la Gran Vía de Barcelona, tres muchachos que llevaban en la solapa el distintivo de los socialistas me saludaron efusivamente y me preguntaron a bote pronto: "¿Qué, habrá cambio el 28 de octubre?". Mi respuesta no fue ni breve ni fácil, y por ello no estoy seguro de que la entendiesen del todo. Pero la pregunta me llamó la atención porque creo que resume las esperanzas y los equívocos de mucha gente ante las próximas elecciones.La palabra cambio, en un país como el nuestro y a finales de 1982, lo dice todo y no dice nada. Expresa muchos deseos a la vez -seguramente to...

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Hace unos días, en la Gran Vía de Barcelona, tres muchachos que llevaban en la solapa el distintivo de los socialistas me saludaron efusivamente y me preguntaron a bote pronto: "¿Qué, habrá cambio el 28 de octubre?". Mi respuesta no fue ni breve ni fácil, y por ello no estoy seguro de que la entendiesen del todo. Pero la pregunta me llamó la atención porque creo que resume las esperanzas y los equívocos de mucha gente ante las próximas elecciones.La palabra cambio, en un país como el nuestro y a finales de 1982, lo dice todo y no dice nada. Expresa muchos deseos a la vez -seguramente todos justificados-, pero deja en el aire el problema principal: cómo se puede cambiar y con quién.

La izquierda tiene bastante claro lo que quiere cambiar: que no haya paro, que se erradique el terrorismo, que haya paz y que no nos metan en la OTAN, que se amplíen las libertades, que funcione la Seguridad Social, que no haya corrupción, que haya más seguridad, que no bajen los salarios, que suban las pensiones, que se mejore la enseñanza y todos puedan tener acceso a una escolarización de calidad y en buenas condiciones, etcétera.

Pero también la derecha quiere cambiar, y no precisamente en el mismo sentido. Por eso, la cuestión no es el cambio en general, sino el cambio en concreto, con nombres y apellidos. El cambio por el que me preguntaban los muchachos de Barcelona es muy sencillo, muy claro, muy transparente. Pero a la vez ignora la cuestión más esencial, a saber: quiénes tienen que ponerse de acuerdo para que el cambio empiece a notarse, para que el cambio se abra paso entre mil obstáculos y vaya siendo una realidad. Los socialistas afirman que pueden hacer el cambio ellos solos. Los comunistas decimos que esto es una barbaridad, que el Gobierno que lo intente en estas condiciones se va a quemar. Y nosotros no queremos que un Gobierno en el que esté la izquierda se queme, porque, si esto se produce, el camino sólo quedará libre y expedito para la derecha conservadora, dada la descomposición espectacular del centro y las dificultades de su recomposición.

Un frente democrático

Me parece evidente que ésta es la opción de la gran derecha o de la mayoría natural. La gran derecha no se prepara para ganar estas elecciones, sino para crear las condiciones de su victoria en las próximas. Para ello necesitaba dinamitar el centro y ha hecho todo lo posible para ello, con éxito hasta ahora. Necesitaba también que estas elecciones se hagan bajo el signo de la bipolarización. Necesitaba, finalmente, que las fuerzas de izquierda vayan lo más desunidas posible. Y la culminación de su proyecto sería, en esta fase, que si los socialistas ganan las próximas elecciones se decidiesen a gobernar solos o con alianzas precarias e inestables.

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Los comunistas no queremos que esto ocurra. Pero sabemos que no basta con decirlo. Se puede tener más razón que un santo, pero carecer de voz suficiente para que a uno le oigan. Por eso defendemos un programa, hacemos unas propuestas políticas y luchamos por un espacio electoral lo más amplio posible. Hablamos de frente democrático porque entendemos que no se puede hacer ningún cambio real en este país si no se tiene detrás la fuerza política y social suficiente. Esta fuerza existe en potencia, y la primera tarea de una política de cambio es convertir esa fuerza potencial en fuerza política operativa. Para ello hay que partir del hecho de su pluralidad, unir a los sectores de la izquierda y facilitar la colaboración con fuerzas de centro y con sectores nacionalistas, para romper la bipolarización y evitar que algunas de estas fuerzas oscilen hacia la gran derecha.

Todo esto es elemental, pero no estoy seguro de que los amigos socialistas lo vean así, y esto me preocupa. Me preocupa sobre todo que tengan una falsa idea de lo que es la izquierda social en este país. Y que a partir de ahí piensen que la puedan representar ellos solos, enfrentándose a la vez con la triple tarea de emprender la reforma de los aparatos del Estado, hacer frente a la crisis económica y detener a la gran derecha. Esto no hay quien pueda hacerlo solo. Y una forma de estar solo, para una fuerza de izquierda, es también buscar alianzas tácticas contradictorias e inestables a su derecha y rechazar los acuerdos y la acción conjunta en el seno de la propia izquierda. Estar solo es, en un país como el nuestro, ahondar la división política y sindical de los trabajadores.

La izquierda es plural

En nuestro país la izquierda es plural y no creo que nadie pueda aspirar seriamente a representarla sólo, aunque los factores coyunturales den lugar a grandes desproporciones en la fuerza electoral de sus componentes.

Cierto que las relaciones entre los socialistas y los comunistas no han sido ni son fáciles. Hay detrás, diferencias históricas que no se borran así como así. Hay la influencia de la situación internacional, las presiones de la guerra fría y la reaparición de nuevos brotes de esa misma divisoria. Y hay, luego, la trayectoria de ambas formaciones en la España franquista, una trayectoria que no ha podido ser plenamente valorada por la forma en que se ha pasado del franquismo a la democracia, y que, de haberse valorado justamente, habría dado a los comunistas un peso muy superior. Y hay, finalmente, los resultados electorales de 1977 y 1979.

La izquierda es plural no sólo por su entidad social y su representatividad, sino también por su práctica política. Después de las elecciones de 1977, los socialistas y los comunistas tuvimos una concepción muy diferente de las cosas. Para los socialistas, el primer objetivo era constituirse en alternativa única, aprovechar los resultados electorales para marginar a los comunistas y destruir lo más rápidamente posible al centro. Los comunistas considerábamos que lo más importante era fortalecer una democracia muy precaria, sumar el mayor número de fuerzas a este lado de la línea divisoria y buscar la corresponsabilización del máximo de sectores posibles en la institucionalización del nuevo sistema.

Cuando se empezó a elaborar la Constitución, los socialistas querían redactarla entre ellos y UCD y marginar a los demás grupos. Los comunistas decíamos que había que hacerla entre todos y no dejar fuera a ninguno de los grupos que estaban por la democracia. Hoy todo el mundo reconoce que el principal valor de la Constitución es precisamente éste: el de haberla redactado y aprobado entre todos.

Cuando se discutió la ley de Elecciones Locales, los socialistas y UCD pretendían que el alcalde fuese el cabeza de la lista más votada, lo cual habría dado sistemáticamente gobiernos municipales de minoría y habría provocado una bipolarización de los Ayuntamientos. Fuimos los comunistas los que propusimos la fórmula que ha permitido formar gobiernos de mayoría en los Ayuntamientos, y de mayoría de izquierda, por tanto, en los más importantes.

Fuimos los comunistas los que lanzamos la idea que luego se concretó en los Pactos de la Moncloa, con un entusiasmo muy escaso de los socialistas, que no quisieron comprometerse en una comisión de seguimiento. De haberse aplicado plenamente, los Pactos de la Moncloa hubiesen evitado, seguramente, muchos de los problemas posteriores, tanto en el plano político como en el económico.

A partir de las elecciones de 1979, la estrategia de la bipolarización empezó a predominar, y los comunistas chocamos con dificultades políticas serias, porque seguíamos pensando que la transición no había terminado, que la bipolarización era una locura, y nos negábamos a lanzarnos por la vía fácil de un testimonialismo que posiblemente nos hubiese sido muy rentable, como partido, a corto plazo, pero que en nada habría contribuido a resolver los problemas del país.

Los socialistas, en cambio, se lanzaron a fondo por esta vía e hicieron todo lo posible para dinamitar al centro..., hasta que el 23-F puso de relieve el estado real del país. Es cierto que luego se ofrecieron para formar un Gobierno de coalición, pero el proceso de ruptura de UCD era ya imparable.

No pretendo con esto hablar de responsabilidades ni establecer actas de acusación. Quiero decir, simplemente, que el pluralismo de la izquierda se ha expresado también en opciones políticas diferentes, y que las que hemos propuesto los comunistas se han traducido, cuando han triunfado, en avances reales para el país y para el conjunto de la izquierda.

Y creo que hay que decir esto bien alto y bien claro, precisamente ahora, cuando se aproximan unas elecciones que son difíciles para los comunistas, tanto por los errores propios -algunos muy serios- como por el avance de la bipolarización y la destrucción de un centro que modi fica todo el panorama político.

La izquierda va a las elecciones con la voluntad de cambiar y de avanzar. Los socialistas hablan de cambio; los comunistas decimos que nada se pare. La cuestión es que para que haya cambio y se avance, la izquierda debe poner todos sus componentes a un mismo lado de la balanza. Y si uno de estos componentes -en este caso el socialistadice que no quiere hacerlo, es preciso reforzar al que sí lo quiere -en este caso, los comunistas-, para que no salga debilitado el conjunto de fuerzas que puede hacer posible el cambio y el avance que el país necesita.

Jordi Solé Tura es miembro de la dirección del Partido Socialista Unificado de Cataluña y del Partido Comunista de España.

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