Editorial:

Los fracasos y la amargura del Mundial

LA MELANCOLIA que ha dejado entre los aficionados y seguidores el fin del Mundial de Fútbol no es, por desgracia, del mismo orden que esa nostalgia entera que las grandes fiestas dejan tras de sí como huella de su estatura. A la expectativa excepcional con que se esperaba esta feria ha seguido una ristra de decepciones que finalmente han convertido la escena singular de estos veintiocho días en un decorado salpicado de remiendos, sofocos y averías. Por supuesto, lo más visible ha sido la actuación del equipo, incapaz de alcanzar en todas sus actuaciones una sola victoria por sus méritos -la lo...

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LA MELANCOLIA que ha dejado entre los aficionados y seguidores el fin del Mundial de Fútbol no es, por desgracia, del mismo orden que esa nostalgia entera que las grandes fiestas dejan tras de sí como huella de su estatura. A la expectativa excepcional con que se esperaba esta feria ha seguido una ristra de decepciones que finalmente han convertido la escena singular de estos veintiocho días en un decorado salpicado de remiendos, sofocos y averías. Por supuesto, lo más visible ha sido la actuación del equipo, incapaz de alcanzar en todas sus actuaciones una sola victoria por sus méritos -la lograda contra Yugoslavia fue obra arbitral- e impotente para ofrecer la más ligera estampa de cohesión o de imaginación que la hiciera aproximarse al generoso aliento recibido de la afición española.En la actuación del equipo y en el destemplado comportamiento de su seleccionador, mal dotado no ya para concebir una forma de juego sobre el campo, sino para el juego de asimilar las críticas fuera de él, se sintetiza la parte más compartida del desaguisado. Pero no es tan sólo esto. El fracaso del equipo ha discurrido en paralelo con otros aspectos de la organización, que ha podido afectar a esa oportunidad de promocionar la imagen de España entre visitantes y telespectadores.

Lo que en principio parecía, a estas alturas del desarrollo español y de su experiencia en recibir turistas, una tarea fácilmente controlable, ha resultado, en manos del plan que dio origen a Mundiespaña, casi un caos. Las reclamaciones judiciales o las interpelaciones parlamentarias presentadas al Gobierno sobre las posibles responsabilidades en cuanto a incumplimiento de contratos es un síntoma de lo que ha sido su funcionamiento cotidiano. Sobre Mundiespaña, formada por cuatro agencias de viajes (Wagons Lits, Ecuador, Meliá y Marsans) y a la que después se agregaron cuatro importantes cadenas hoteleras (Meliá, Husa, Entursa y Hotasa), ha recaído un amplio surtido de críticas y reclamaciones que pasan desde haber trasladado a clientes en autobuses cuando el paquete turístico especificaba viaje en avión hasta haberlos hospedado en residencias de menor categoría a la pactada y, en ocasiones, a varias decenas de kilómetros de la ciudad sede. Debe advertirse que Mundiespaña fue declarada agencia oficial del Mundial-82 por el Comité Organizador del campeonato, y de este Comité procede la modalidad de oferta -sutilmente leonina- que este pool trató de comercializar en el extranjero. Por eso no cabe descargar toda la culpa en las compañías privadas -también había dos de propiedad pública- del consorcio ni en la dirección misma de éste. Es también responsable el Comité Organizador, y con él, los ministerios y organismos allí representados.

Prácticamente, ninguno de los pronósticos que se habían hecho desde los centros oficiales sobre este Mundial llegaron ni siquiera a aproximarse a lo sucedido. Aquí, de nuevo, los augurios deportivos se vieron tan revocados por los hechos como las predicciones económicas se vieron revolcadas por la realidad. En cuanto al número de turistas atraídos por el campeonato, bastaría consultar a hoteleros y taxistas para tener una pobre impresión cualitativa.

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Ciertamente, si se compulsa tanto el ámbito de la hostelería -donde la voracidad incontinente llevó a establecer unos precios abusivos e inadmisibles, siendo también pionera en el abuso la compañía hotelera del INI- y otros sectores del turismo como si se consulta sin especificaciones a cualquier ciudadano español, la experiencia de este Mundial-82 no habrá de inscribirse entre las celebraciones rotundas. Una suma de actos fallidos, tropezones en el fluir organizativo -tanto para la Prensa como para el público-, la desolación -rayana en la afrenta- suscitada por un equipo y un seleccionador que ni siquiera han tenido la atención no ya de justificarse, sino de mostrarse proporcionalmente condolidos, han dejado un regusto de amargura que sin duda habría de afectar no ya al fútbol en abstracto, sino a los concretos dirigentes de este fútbol.

Nos debería quedar la esperanza de ver a Porta marcharse de una federación que le ha servido a él más que al fútbol y a los intereses del equipo español. Pero ni eso nos queda, porque sería mucho pedir y demasiado esperar de quien ha dado pruebas inveteradas de su apego a la poltrona por encima de toda racionalidad. Nos queda, no obstante, la exigencia de que todos los implicados en este desorden -desde el Gobierno a Mundiespaña-, cumplan, como el presidente del Comité Organizador inició ayer en una rueda de Prensa, la obligación de dar la cara, presentar las cuentas y explicar las cosas, para impedir que todo quede en una simple y episódica decepción.

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