Tribuna

El sentimiento de frustración

¿Es el minusválido distinto a los demás seres humanos? Y si es así, ¿quién o qué lo hace diferente? ¿La sociedad? ¿El propio minusválido? ¿Ambos? Estas preguntas que nos podemos haber hecho algunos -aunque a lo peor muchos ni siquiera se las han planteado nunca- son las que vamos a intentar analizar aquí, no de una manera científica o sistemática, sino intentando mostrar al lector cómo es, cómo vive, cómo piensa el minusválido y cómo influye la sociedad en él.Hay una serie de normas de conducta que casi siempre se siguen con un hijo disminuido, la superprotección desmedida hacia este hijo por ...

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¿Es el minusválido distinto a los demás seres humanos? Y si es así, ¿quién o qué lo hace diferente? ¿La sociedad? ¿El propio minusválido? ¿Ambos? Estas preguntas que nos podemos haber hecho algunos -aunque a lo peor muchos ni siquiera se las han planteado nunca- son las que vamos a intentar analizar aquí, no de una manera científica o sistemática, sino intentando mostrar al lector cómo es, cómo vive, cómo piensa el minusválido y cómo influye la sociedad en él.Hay una serie de normas de conducta que casi siempre se siguen con un hijo disminuido, la superprotección desmedida hacia este hijo por parte de los padres -sobre todo, de la madre-, que no le dejan jugar a la pelota, intentar correr, aunque sea a trompicones, y, fundamentalmente, relacionarse con otros niños normales de su edad, actividades básicas en la vida de un niño, sin tener en cuenta que cuando juega a la pelota y corre -dentro de sus posibilidades- está mejorando su equilibrio, su aparato circulatorio y muscular y perfeccionando sus reflejos, aunque a los padres les parezca que se va a caer en cualquier momento, y hay que tener en cuenta, sobre todo, que el niño, en cada juego, en cada salto, en cada desplazamiento, está descubriendo el mundo que le rodea y adquiriendo experiencias que le van a ser vitales para su posterior desenvolvimiento en la vida.

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Hay otro aspecto a significar en estos primeros años, y es que los padres de un minusválido se preocupan generalmente de llevarlos a centros médicos, y van de especialista en especialista con la esperanza de curar o mejorar su minusvalía o deficiencia -cosa que en principio nos parece lógica-, sin tener en cuenta que el niño necesita, sobre todo, una educación docente que le permita adquirir unos conocimientos científicos que a la larga son de mucha más utilidad.

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Otro aspecto que considero fundamental y que no puedo dejar de tocar, aunque sea brevemente, es la necesidad del minusválido de socializarse con los demás niños "normales". Y es que casi todos los padres piensan que si su hijo minusválido se pone a jugar en la calle con otros niños éstos le pueden empujar, echarle tierra en los ojos o alguna cosa parecida que se produce normalmente en el juego entre críos, y su hijo disminuido se va a encontrar en un inminente peligro para su integridad f'isica. Deben tener en cuenta estos padres -y no pretendo enseñar a nadie a ser padres- que el futuro de su hijo está en integrarse en la sociedad normal, que le va a poner todas las zancadillas e inconvenientes del mundo, y cuanto más tiempo quieran evitarle a su hijo esta realidad, mayor será su trauma cuando tenga que enfrentarse en este momento, aparte de que a esta corta edad, por fortuna, la mentalidad de los niños todavía se conserva sana y sin prejuicios y suelen aceptar generalmente bien al minusválido como compañero de juego.

Cierto día -tenía yo nueve años- estaba sentado en la puerta de mi casa, en un silloncito de mimbre, porque todavía no andaba solo, haciendo un hoyo en la tierra con un martillo, y vino un niño vecino, que me quitó el martillo, paseándolo por delante de mis narices, convencido de que yo no podía levantarme y salir corriendo para quitárselo; el resultado fue que le tiré una piedra y lo escalabré.

No cuento esto para que me den una condecoración por este hecho, sino para demostrar que, aunque a mucha gente le pueda parecer que los niños son crueles, la crueldad, si la hay, está repartida a partes iguales entre válidos y minusválidos, y en mi anécdota se demuestra que un minusválido no siempre va a ser la víctima -distinto será en la sociedad adulta- en el mundo infantil.

Ahora vamos a ver lo que sucede cuando se quiere integrar al minusválido en una sociedad normal.

Muchos padres que trabajan tienen la necesidad de utilizar los servicios de una guardería. En este aspecto conozco la anécdota de un deficiente mental leve, que, después de ser admitido en una guardería, la directora de la misma llamó a la madre para decirle que no tenía más remedio que llevarse al niño de allí, puesto que los padres de los demás niños le habían dicho que no estaban dispuestos a admitir que sus hijos convivieran con "un tonto", y que o se iba este niño o se llevaban a los suyos. Imagínense la tragedia de esta madre, habida cuenta de que antes de ser admitido su hijo en esta guardería habían recorrido más de una docena con la misma respuesta: "Su hijo no puede estar aquí".

Por añadidura, la experiencia me demuestra, y a mí me ha sucedido, que cuando los padres llegan con su hijo a ingresarlo en un colegio, el director suele decir que ese niño es sujeto de educación especial y que no puede ser admitido allí. El Ministerio nos dice -huyendo de tecnicismos- que una persona es sujeto de educación especial cuando padece una deficiencia que le impide seguir algún área de las que integran la educación general básica. Yo entiendo que un minusválido físico no es sujeto de educación especial, puesto que intelectualmente está capacitado para seguir todas las áreas de contenido científico. Yo conozco el caso de un paralítico cerebral con un coeficiente intelectual superior a 130 -lo normal es 90 a 100- que está en un colegio de educación especial, entre oligofrénicos, mongólicos y deficientes mentales de todo tipo.

Algo no funciona

Otro punto a comentar, y que es fundamental, es qué piensa el minusválido de todo esto. ¿Qué siente después de un largo peregrinar de colegio en colegio con la misma negativa a ser admitido? A pesar de sus pocos años, el minusválido siente que algo no funciona y que si ha sido rechazado de tantos sitios es porque debe haber algo en su persona que le haga diferente, aunque ya había notado algo anteriormente en el trato de su familia y de los demás; aquí se va a empezar a definir lo que yo llamo el hombre-tortuga y es que el minusválido empieza a construirse un caparazón protector para defenderse de las bofetadas morales, las vejaciones, los latigazos de desprecio que va a soportar a lo largo de su vida, y que se va a ir endureciendo, a medida que el minusválido va creciendo, como único medio de defensa. Además, se va a empezar a crear dentro de él el concepto de una palabra que a medida que va creciendo va a adquirir connotaciones de anuncios fluorescentes: la frustración.

Más avanzada la etapa de la educación se nos presenta una minietapa muy importante en la vida de todo individuo, como es la pubertad, que si para las personas normales es una experiencia que puede resultar en muchos casos traumatizante, para el minusválido lo es muchísimo más, puesto que en este período el individuo empieza a conocer la sexualidad y comienza a sentir atracción por el sexo opuesto, apareciendo las primeras ilusiones y amores juveniles; en este momento ya se le aparece al minusválido en toda su extensión y rigor la frustración, ya que es víctima además de la represión de la sociedad, de una represión mayor por parte de su propia familia, que no quiere aceptar que sexualmente es un sujeto normal y, por tanto, tiene las mismas necesidades biológicas que otro individuo. Debido a esta represión familiar se va a crear en muchos casos, dentro del minusválido, una necesidad aún mayor de manifestarse sexualmente y va a

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Manuel Molina Flores es maestro.

El sentimiento de frustración

Viene de la página 13 aparecer una costumbre, que en algunos casos puede resultar patológica, pero que normalmente es una manifestación o descarga biológica, común en casi todos los seres humanos y que en algunos de nuestros lectores -a los que pido disculpas-, en el caso del minusválido, les puede parecer una aberración: la masturbación. Pero esto entra dentro del tema de la sexualidad, que tocaré más adelante.Volviendo al tema de la educación y el puesto de trabajo que pueda lograrse, debe decirse que en el supuesto -y es mucho suponer- de que un minusválido haya conseguido alcanzar unos conocimientos :y una titulación que le permitan optar a un puesto de trabajo, ¿qué ocurre cuando va a solicitarlo? Pues que le rechazan, sin tener en cuenta su capacidad y aptitudes.

Hace poco oí en la radio el caso de un minusválido, paralítico de cintura para abajo, que se presentó a unas oposiciones a auxiliar administrativo que patrocinaba el Ministerio de Hacienda en Tarragona; cuando llegó al examen, un miembro del tribunal le dijo que él no podía optar a esos puestos, porque iba en un sillón de ruedas, y no le dejaron ni examinarse. Un auxiliar administrativo, para trabajar, creo que no necesita levantarse de la silla, y me parece que en un carrillo de ruedas, por desgracia, se suele estar sentado, y yo me pregunto: ¿cuál es la diferencia que hay entre estar sentado en una silla o en un sillón de ruedas?

Barreras arquitectónicas y mentalesMe resisto a dejar sin tocar un tema que ha sido muy cacareado y objeto de mucha publicidad; casi todos los lectores recordarán el eslogan de "El minusválido y las barreras arquitectónicas". Es muy útil para el minusválido que le favorezcan su desplazamiento urbano y los accesos a edificios quitándole portales, escaleras, ensanchándole las puertas, habilitándole ascensores para carrillos e incluso construyendo viviendas acondicionadas para ellos; pero esto, con toda su importancia, pasa a un plano más secundario si tenemos en cuenta que las barreras más insalvables que tiene el minusválido son las barreras sociales, es decir, la aceptación del minusválido por parte de la sociedad. Entonces yo me preguntaría si no sería más adecuado otro eslogan que dijera: "El minusválido y las barreras nientales". Para explicar esto, les quiero contar otra anécdota. En el último curso de mi carrera hice las prácticas en un colegio nacional de Zarzaquemada, que estaba construido de tal manera que había rampas al lado de las escaleras de acceso al primer piso y éste estaba acondicionado a base de puertas anchas, barras en los aseos, puertas sin picaporte y una serie de elementos que facilitaban el acceso a los posibles alumnos minusválidos -y digo posibles, porque no había ninguno-; pero todas estas facilidades se encontraban solamente en el primer piso, donde, según la teoría del organismo que mandó la construcción del edificio, y seguramente del propio arquitecto, debían de instalarse los alumnos minusválidos, mientras que los demás alumnos normales estaban situados en los pisos superiores. Yo me pregunto: ¿no es esto una desintegración dentro del proyecto de integración?

Cuando yo estudié, en mi escuela universitaria las clases de matemáticas se daban en el cuarto piso -cosa que ahora que yo no estoy se se sigue haciendo-, al que no llegaba el ascensor, puesto que se quedaba en el tercero; sin embargo, durante mi estancia en la escuela, las matemáticas las impartían en los pisos inferiores, donde sí circulaba el ascensor.

Cuento esta anécdota -también personal- para que aprecien los lectores que aun en un edificio donde, para mí, existían las barreras arquitectónicas, éstas se superaron con buena voluntad y coherencia por parte de la jefa de estudios y de los profesores de matemáticas; quiere esto decir que lo que hay que derribar son "las barreras mentales", ya que eliminadas éstas las otras se derrumbarían por sí solas.

Porque también es muy interesante saber cómo se siente el minusválido cuando, después de haber hecho el esfuerzo de realizar unos estudios, con la consiguiente dificultad, como hemos visto, se tiene que volver a su casa con el título -que sólo le va a servir de adorno- y sin tener ninguna perspectiva de trabajo. Entonces la frustración es total, puesto que se encuentra en una situación en la que, además de no poder producir un dinero tan necesario en casa, se siente culpable de algunos gastos que la familia realiza en su deseo de sacarle de esa situación.

El problema sexual

El problema sexual es para el minusválido uno de los más complejos y algunos pueden pensar que tiene una solución utópica, aunque yo no comparto esa opinión, como veremos más adelante. También guarda mucha relación este problema con la educación y el trabajo, entre otras cosas, porque se ha vivido muchos años en este país con la creencia de que la mujer debía tener como única meta el matrimonio -aunque esta idea se ha ido desterrando, por fortuna-, y entonces, en el hipotético caso de que un minusválido se pudiera plantear la posibilidad de casarse -que era el único camino en otros tiempos para poder realizarse sexualmente, estuviera o no enamorado-, se encontraría con la imposibilidad de mantener a su mujer.

En la actualidad, aunque ha cambiado un tanto la mentalidad de la mujer con respecto a esto -se han dejado atrás muchos prejuicios y temores, habiendo una mayor libertad en las relaciones sexuales-, seguimos estando en una sociedad de consumo, donde impera lo bello, lo bonito y lo perfecto, y aunque la mujer se ha liberalizado mucho en el aspecto sexual, estoy seguro -y esto es lo triste- que no se ha planteado ni por un momento la posibilidad de mantener relaciones sexuales con un minusválido.

Antes de continuar quiero pedir perdón, porque sin querer estoy enfocando desde un punto de vista masculino -no quisiera que el sexo femenino me catalogara de machista- el tema; pero es que, al ser yo hombre, todas mis experiencias es evidente que as he tenido con mujeres, y me es muy difícil, aunque lo intente, ver las cosas desde el punto de vista del sexo opuesto; pero no es difícil imaginar que si la mujer continúa todavía marginada en algunos aspectos de nuestra sociedad, al ser minusválida su problema será doblemente difícil.

La clave de la cuestión está, a mi juicio, en una escena o situación que se vive con frecuencia durante la infancia del niño o niña normales. Muchas veces-, yendo yo por la calle de la mano de mis padres, nos hemos cruzado con algún niño que, con la ingenuidad propia de su edad preguntaba: "Mamá, ¿qué le pasa a ese nene?". Entonces la persona que ie acompañaba siempre contestaba: "Pobrecito, está malito". Y se quedaban tan panchos, sin pensar que con esta contestación se crea en la mente infantil una idea de compasión, lástima y deseo de protección, que desde este momento va a dejar al minusválido en una situación de inferioridad manifiesta.

Es difícil que el minusválido o la minusválida entren en contacto asiduo con chicos del sexo opuesto que sean normales, debido a sus limitaciones de desplazamiento, lo que les hace estar generalmente en casa; pero si se produce este contacto puede suceder, y de hecho sucede, que el minusválido empiece a sentir una atracción hacia una de las chicas que ha conocido e intente -a pesar de que de antemano ya se imagine el resultado- un acercamie'nto que le permita -así sería en la misma situación entre chicos normales- intimar con esa chica, con la ilusión de mantener en el futuro una relación amorosa o, en su defecto, sexual. En este caso se puede desarrollar una serie de situaciones que en cualquier caso -y lo digo por experiencia- dejan al minusválido en una situación de frustración manifiesta. La primera reacción de la chica -y se produce en la casi totalidad de las veces- es que cuando el minusválido se acerca, y después de unos minutos de conversación, se da cuenta de por dónde van los tiros y se bate en retirada utilizando cualquier pretexto y dejando al minusválido más solo que la una. También puede suceder que la chica sienta cierta curiosidad por conocer un poco más sobre las vivencias y situación de este minusválido cosa que en principio puede favorecer los intereses del minusválido- y se inicie una relación a nivel de diálogo. En esta relación, que se conoce vulgarmente como intento de "ligue", es corriente que se invite a la pareja a tomar algo o simplemente a dar un paseo, y aquí surge el gran inconveniente. El minusválido, casi siempre, para desplazarse necesita ayuda, y le es muy violento -aparte de que no sabe cómo reaccionará ella- pedirle a la chica que le ayude a caminar o que cuando le sirvan las copas en el bar se las va a tener que dar ella a beber. Ante la situación de violencia que esto le puede producir al minusválido, generalmente éste se inhíbe y se queda metido dentro de su concha, sin intentar siquiera establecer esta relación.

Por otra parte, y aunque hay mujeres tan liberadas que mantienen relaciones sexuales con hombres sin que haya amor de por medio y sólo porque les apetece -cosa que en ningún caso censuro-, cuando el minusválido, creyendo que este tipo de mujer está más libre de prejuicios, se lanza a la aventura e intenta con ella ese tipo de relación que cree más fácil de conseguir, se lleva el gran corte, porque muchas le sueltan: "¿A dónde vas tú, desgraciado?", y lo dejan hecho polvo y más frustrado que antes.

A la vista de esto, muchos se preguntarán si el problema de la sexualidad del minusválido tendrá una solución válida y alcanzable, puesto que si bien la integración en la educación y trabajo se podría solucionar mediante una legislación que obligara a los centros docentes y a las empresas a admitir minusválidos es ímposible -y sería atentar contra la libertad del ser humano- legislar los sentimientos de las personas. Pero yo estoy seguro que la solución estaría en una educación coherente y al decir esto no me refiero a que en el colegio se le esté diciendo constantemente al niño que los minusválidos son iguales a ellos y que tienen que tratarlos como a tales, sino que si en cada aula de preescolar, EGB, BUP, COU y facultades hubiera dos o tres minusválidos, el niño o la niña convivirían con ellos desde pequeños y al llegar a la edad en que se van a presentar esas posibles relaciones sexuales conocerían ya todas las limitaciones de ese minusválido y sabrían que tienen que ayudarle en muchas cosas, haciéndolo con la mayor naturalidad del mundo, puesto que ya lo habían hecho antes cuando eran compañeros de juegos, de colegios o de facultad.

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