Tribuna:

Realidad política: una doble lectura

Hacía tiempo que no pasaba. Pero vuelve a suceder: el desdoblamiento, por llamarlo de algún modo, de la realidad política española. Efectivamente, como dicen los cinéfilos, la obra exige diversas lecturas. O, si se quiere, exige desdoblarla en diversos planos.Primera lectura del contexto general del país: esta sociedad tiene una capacidad de asimilación ilimitada. Nada inquieta ni asusta al personal, que asiste impertérrito al desarrollo del juicio por el 23-F sin pestañear. La táctica de la defensa de los acusados de extender las implicaciones cual mancha de aceite sobre un papel no está dand...

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Hacía tiempo que no pasaba. Pero vuelve a suceder: el desdoblamiento, por llamarlo de algún modo, de la realidad política española. Efectivamente, como dicen los cinéfilos, la obra exige diversas lecturas. O, si se quiere, exige desdoblarla en diversos planos.Primera lectura del contexto general del país: esta sociedad tiene una capacidad de asimilación ilimitada. Nada inquieta ni asusta al personal, que asiste impertérrito al desarrollo del juicio por el 23-F sin pestañear. La táctica de la defensa de los acusados de extender las implicaciones cual mancha de aceite sobre un papel no está dando resultados apreciables sobre una opinión pública mareada por el cúmulo de reuniones fantasmales, sedicentes órdenes cumplidas e incumplidas, contradicciones sin cuento y palabras indemostrables. No hay que extrañarse, entonces, que el "mensaje subliminal" que los sectores golpistas han emitido sin solución de continuidad desde hace meses y por muy diversos medios, y que no es otro que la involucración del jefe del Estado, se haya perdido en los meandros de las filtraciones del sumario, los golpes de efecto (tales como el documento de los cien) y otros vaivenes emocionales que, sin duda, han desflecado el hilo de la cometa, pero que ha tenido la virtualidad de pinchar un globo desinflado poco a poco y sin que en ningún momento haya tenido aspecto de traca detonante. La tensión que rodea al juicio es normal y nada traspasa los lógicos niveles de incomodidad de los cuarteles que asisten, entre serenos y estupefactos, al desarrollo del proceso. Fuera de Madrid, el juicio se contempla con distanciamiento y no son perceptibles síntomas ni de alarma ni de inquietud. Más allá de los sobresaltos proporcionados por las acciones terroristas, que han disminuido notablemente, entre otras cosas, merced a la mayor eficacia policial, cierta placidez inunda la actividad política. De modo que es normal que el Gobierno conjeture sobre la disolución de la brigada antigolpe, que ha pasado por la trama civil como el rayo del sol por el cristal; distribuya sin cesar consignas de seguridad que alejan los fantasmas; desembarque los fines de semana en Andalucía con la vista puesta en el -otoño, y se dedique, con más o menos fortuna, a administrar el presupuesto con el aquí no pasa nada como emblema. No es de extrañar, por tanto, que, en tal clima de bonanza, la clase política prácticamente en pleno siga los pasos del Gobierno y actúe con la misma tónica de normalidad: se hacen declaraciones sin parar, no siempre con la responsabilidad debida, continúan las peleas en UCD, se reflexiona a posterior¡ sobre el absurdo empecinamiento en no consensuar el estatuto de Valencia, se convocan manifestaciones que se sabe no van a poder ser controladas y, como siempre, se simultanean las posturas que tienen en cuenta una visión de estado de las cosas, como, por ejemplo, la última declaración del comité federal del PSOE, con otras de dudosa oportunidad, como el recurso de inconstitucionalidad contra el cuerpo de sacerdotes castrenses. Mientras la LAU sigue su inacabale calvario, surgen por doquier políticos con vocación de bisagra, se propagan los clubes liberales y un largo etcétera de minucias que configuran la actualidad. En esa lectura de la realidad, como decía la vieja canción, no hay novedad, señora baronesa...La otra lectura es, desdichadamente, menos tranquilizadora y no deja de ofrecer aspectos que indican que no es oro todo lo que reluce y que, como consecuencia, vivimos momentos difíciles. Como se preveían antes de la iniciación del juicio. Esta segunda lectura ofrece rasgos más preocupantes. Así, no está tan claro, ni mucho menos, que la siembra de dudas de los golpistas esté cayendo sobre un pedregal. La impresión es que algunos de los sectores implicados quieren emular a Sansón derribando las columnas del templo, no sólo sobre sus cabezas,, sino también sobre el resto del país. Vuelven los rumores, que, tímidamente, se acogen en las viñetas de humor de los periódicos, y los columnistas políticos reflejan inseguridad. Los sectores militares responsables 'muestran una muy fuerte preocupación por el alud de desprestigio contra las instituciones básicas del Estado, que emanan de las publicaciones ultras y de una causa que, hasta que la sentencia aclare definitivamente los hechos, y como se ha dicho en estas mismas páginas, se parece mucho en su desarrollo al cultivo del champiñón: mucho estiércol y poca claridad. El Gobierno no está tranquilo, sino pasivo, que no es lo mismo, y la oposición, en algunos casos, no mide las consecuencias de echar un pulso sin saber antes, exactamente, cuáles son las probabilidades reales de ganarlo. La situación es, en esta visión, bastante fantasmagórica, y nadie parece dominarla. Lo único evidente es lo delicado del momento y la absoluta convicción de que estamos pasando por la prueba definitiva de la democracia. Prueba que, por el momento, se está pasando regular. Vuelven los temores, el juego de los sobrentendidos y el doble lenguaje de los políticos. El futuro es incierto, y el presente, oscuro...

¿Cuál de estas dos lecturas, no tanto complementarias como contrapuestas, es la verdadera? Es muy posible que, como en la contemplación de un cuadro, la cercanía o lejanía impida, en un caso, dominar el conjunto, y, en el otro, se difume el dibujo y no se vean los trazos. Pero el cuadro es el mismo. Entonces, es muy posible que las dos sean verdaderas. Lo malo sería hacer artículo de fe de una sola de ellas, especialmente de la primera. Aquí, el error de apreciación sería fatal. Porque una sola cosa es segura: vivimos semanas decisivas. No sería mucho pedir, como consecuencia, a todos los políticos, y muy especialmente a los que detentan el poder, agudizar el olfato, llamémoslo así, y el sentido de la responsabilidad. No parece que se esté distinguiendo debidamente lo accesorio de lo fundamental, ni que estén funcionando al ritmo debido la creación de anticuerpos que nos vacunen contra la involución. Entre otros, la famosa ley llamada de Defensa de la Democracia, votada mayoritariamente y aún inédita. Lo que no se puede es mirar para otro lado y confundir las apariencias con las realidades. Si la situación es delicada, hay que obrar en consecuencia. Mejor prevenir que curar. La fortaleza de la democracia está en la excelente salud del pueblo español y en sus nulos deseos de aclamar a nuevos salvadores ni enembarcarse en aventuras retrospectivas. Cada cosa, a su tiempo. Y las elecciones son todavía una hipótesis de trabajo. No lo es, sin embargo, no dejar que las instituciones (el Rey, la Constitución, la confianza en la Justicia) no se vean sometidas a un constante desgaste. Nadie puede estar seguro de que estemos, o no, en situación de alerta roja. Pero, en cualquier caso, ¿qué se perdería actuando como si lo estuviéramos? Todos: Gobierno, oposición, políticos, periodistas y demócratas en general. En el otro equipo se está atacando fuerte y nunca está de más reforzar las defensas. No se trata de que nadie, por su cuenta, meta un gol. Lo que se trata es de tener la seguridad de ganar el partido.

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