Editorial:

El viaje a Jerusalén

EL VIAJE de Mitterrand a Israel otorga más relieve a la anomalía de la insistencia española de no reconocer ese Estado. No se puede, sin embargo, equiparar las políticas internacionales de Francia y de España. Mitterrand está haciendo ahora una aproximación insistente hacia objetivos marcados por Estados Unidos, a cambio de que Estados Unidos acepte su socialismo, lo cual le es imprescindible en una situación financiera que podría serle hostil y que no sólo controlan los Estados Unidos, sino unas bancas muy estrechamente relacionadas con Israel; tiene que explicar que su colaboración con el PC...

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EL VIAJE de Mitterrand a Israel otorga más relieve a la anomalía de la insistencia española de no reconocer ese Estado. No se puede, sin embargo, equiparar las políticas internacionales de Francia y de España. Mitterrand está haciendo ahora una aproximación insistente hacia objetivos marcados por Estados Unidos, a cambio de que Estados Unidos acepte su socialismo, lo cual le es imprescindible en una situación financiera que podría serle hostil y que no sólo controlan los Estados Unidos, sino unas bancas muy estrechamente relacionadas con Israel; tiene que explicar que su colaboración con el PCF es más bien una toma de rehenes de ese partido, hasta el punto de que Francia es hoy el país de Europa que está a la vanguardia de las condenas a la URSS en el caso de Polonia. Además, el Partido Socialista francés tiene una retaguardia de intelectuales judíos muy importante. La cobertura de Mitterrand, en este caso, es la de que siendo inevitable, como lo es, la existencia de Israel, un cese de las resistencias europeas a integrar el Estado realmente existente y poderoso en muchos aspectos -y este es, como se subraya continuamente, el primer viaje de un jefe de Estado europeo a Israel- podría tener influencia benéfica en el desarrollo de una paz en la zona del Oriente Próximo: la coincidencia del viaje de Mitterrand con las operaciones de evacuación forzosa del Sinaí indican una voluntad de Israel de que se adelante un equilibrio en la zona, En general, Mitterrand está rectificando la política de Gobiernos anteriores -desde De Gaulle-, en el sentido de una mayor aproximación al atlantismo, como precio que tiene que pagar por instalar una forma atenuada de socialismo en su país. Y el atlantismo requiere, según la manera actual de considerar las cosas por parte de Reagan y su equipo, que en la zona de Oriente Próximo se entienda que se está desarrollando una parte del combate contra la penetración y la expansión soviética y que hay que fortalecer a quienes están en contra de esa expansión.Pero, ¿no es más atlantista España que ningún país, a veces hasta más que Estados Unidos? Sí, pero aquí se mantiene una doctrina más bien ingenua en favor de ese atlantismo -o, por lo menos, eso parece desprenderse de la falta de explicaciones suficientes de la doctrina nacional- la, de que, por sus antiguas relaciones en La contemporaneidad, y por lazos creados siglos atrás, España puede ser un mediador entre Occidente y los países árabes (la misma figura se suele emplear con respecto a Latinoamérica); un puente, un istmo. Si ello permite al mismo tiempo hacer ventas, recibir inversiones y facilitar exportaciones a los países implicados o de ellos, es un aliciente más, en vista de que la peculiaridad económica de España impide por ahora que alcance una normalidad europea. Se supone que si Washington ve con entusiasmo el viaje de Mitterrand a Francia, podría recomendar a España que se siguiera reteniendo. No es más que una suposición, partiendo de una base: la de que Francia puede permitirse desafiar a los países del petróleo y España no. Veremios si en el futuro inmediato Francia pierde petróleo y pierde inversiones árabes por esta forma entusiasta de integrar a Israel en la sociedad europea: probablemente no. Probablemente los países petroleros que suministran a Francia -y a España- han aceptado desde hace mucho tiempo que la existencia de Israel es irreversible, y temen más a sus propios pueblos revolucionarios que al propio Israel; y a los países radicales, sobre todo.Con lo que hay que contar en la historia más próxima es con la consolidación de Israel y con una forma de solución de la diáspora palestina -sin lo cual no habría arreglo posible en la zona-; en la historia un poco más lejana habrá que pensar si el revolucionarismo islámico no configurará de una manera distinta todo lo que sucede en la gran zona. En los dos casos, España puede aparecer rezagada. En el primero, por una persistencia en el no reconocimiento de Israel; en el segundo, porque no es con el revolucionarismo islámico con lo que cuenta la política exterior española para su influencia en la zona.

En todo caso, habría que matizar, en la cuestión de Israel, cómo se reconoce una situación histórica de establecimiento de Estado que ya no se puede destruir, y, al mismo tiempo, cómo se reprueban determinados actos de su gobierno, desde el bombardeo de la central nuclear de Irak hasta la anexión ilegal del Golán. España tiene relaciones diplomáticas con muchos países cuyos actos reprueba: no sería Israel una excepción.

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