Tribuna:TEMAS PARA EL DEBATE

Las necesidades de ciertos modelos de desarrollo

La Humanidad se ha caracterizado por una peculiar forma de utilización de la energía a lo largo de las diferentes etapas de su evolución histórica. Ello, principalmente, hace que el naturalista la diferencie de las demás comunidades naturales del planeta. Una gran parte de la energía utilizada no corresponde a necesidades alimentarías, sino que se consume en circuitos muy diversos. En la historia reciente, la búsqueda de energía, su utilización y liberación, se ha practicado de forma tan intensa que se considera que el impacto del desarrollo sobre la biosfera viene determinado por el aumento d...

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La Humanidad se ha caracterizado por una peculiar forma de utilización de la energía a lo largo de las diferentes etapas de su evolución histórica. Ello, principalmente, hace que el naturalista la diferencie de las demás comunidades naturales del planeta. Una gran parte de la energía utilizada no corresponde a necesidades alimentarías, sino que se consume en circuitos muy diversos. En la historia reciente, la búsqueda de energía, su utilización y liberación, se ha practicado de forma tan intensa que se considera que el impacto del desarrollo sobre la biosfera viene determinado por el aumento de la población humana y por el elevado consumo de energía por individuo.El problema planteado es grave por dos motivos. En lo que a la Naturaleza se refiere, porque la degradación a que se le somete sobrepasa probablemente ya los límites de su capacidad de amortiguar la actividad humana, que acelera notablemente sus flujos y ciclos lentos, y respecto a la Humanidad, porque la energía de origen habitual escasea, siendo muy patente que el consumo de ésta mantenga unas diferencias extraordinarias entre unos tipos de sociedades y otros.

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Se nos asegura que de aquí al año 2030 va a haber un aumento considerable de nuestras necesidades energéticas. Tal vez una sextuplicación si el modelo de desarrollo contemplado es de elevado crecimiento, o quizá las necesidades sean sólo cuatro veces superiores a las actuales si el modelo es de bajo crecimiento. La sociedad moderna parece aceptar tácitamente tales previsiones, admitiendo, por tanto, las consecuencias derivadas de un consumo de esa naturaleza. La energía necesaria para tal desarrollo se supone que permitirá alcanzar los objetivos siguientes: elevar la producción agraria; aumentar el bienestar físico; mejorar la calidad de vida y corresponder a las crecientes necesidades de transporte desde unos puntos a otros del Globo.

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Los alimentos, la madera, las fibras vegetales, etc., van a producirse en mayor cantidad por unidad de superficie cultivada, pero a un mayor costo energético (fertilizantes, maquinaria, diversas inversiones energéticas), de forma que, siendo exponencial el aumento de la población, será mucho mayor el consumo de energía por individuo en períodos sucesivos de tiempo. El aumento del bienestar físico estará de sobra justificado si se contempla desde la perspectiva de la disminución de las enfermedades, la satisfacción de las necesidades individuales y sociales o incluso la mejora de la distribución de los ingresos. Pero, frecuentemente, el término bienestar, como el de calidad de vida, suele identificarse con la frase "posibilidades de consumir cosas". Por ejemplo, en las fiestas que acaban de pasar, llama la atención el alarde publicitario de los grandes almacenes anunciando literalmente "caprichos" que la población consume con gran avidez (cuchillos eléctricos, cepillos de diente eléctricos, multitud de electrodomésticos perfectamente inútiles, etc.). Qué duda cabe que algunas de estas cosas hacen la vida más agradable a algunas personas -aunque en cualquier caso, es una cuestión cultural-. Sin embargo, ni los recursos naturales admiten una explotación al ritmo que una sociedad de este tipo le impone, ni ninguna nación del mundo es capaz de disponer durante plazos relativamente cortos de la energía suficiente para mantener tecnologías de tan altísima tasa de despilfarro.

Naturalmente, siempre cabe la posibilidad de comprar esa energía a quien la tiene, a cambio de productos diversos, a veces más o menos esto5riles, sobre todo sí previamente, se ha vendido la imagen del portentoso mundo occidental que lo produce y lo consume todo. Cabe aún otra posibilidad más curiosa: a Estados Unidos, que ni siquiera es rico en energía, puede convencérsele de lo interesante que resulta seguir un modelo de desarrollo del tipo referido, abriéndose así un mercado aún más amplio a la tecnología. Situaciones de este tipo dernuestran el creciente control de unos países sobre otros: los caracterizados por una alta tecnología y degradación energética sobre los que carecen de aquélla. Este control es más intenso cuando estos países insisten en copiar la imagen de aquéllos. En el intercambio comercial, los segundos resultarán sobreexplotados, y los primeros, muy beneficiados.

Las necesidades de transporte en España (lo que corresponde al cuarto de los objetivos mencionados más arriba) ofrecen interesantes ejemplos de lo que comentamos. Una compañía aérea puede considerar verdaderamente de oro, por sus beneficios, un puente aéreo como el establecido entre Madrid y Barcelona. El joven y dinámico ejecutivo español, cuya misma imagen es con frecuencia un magnífico ejemplo de alto consumo energético, considera demasiado valioso su tiempo para depender de un horario normal de aviones. En un país que fabricara aviones y dispusiera de petróleo suficiente para hacerlos volar, aquél podría, tal vez, enorgullecerse de la rapidez con que cierra los tratos o coloca la mercancía en puntos tan alejados entre sí. Careciéndose de tales posibilidades, resulta curioso mantener semejante modelo de transporte, y llama la atención que la solución de un tren rápido -aunque fuera el más caro del mundo- no se haya llevado a la práctica. La hipoteca de una fuerte dependencia exterior en aviones (¿cuánto cuesta un avión de línea?) y combustible es manifiesta.

En España, como en casi todos los países, la cuestión energética radica tanto en discutir si se debe aumentar o mantener el consumo energético como en plantear los efectos secundarios de este consumo: sobre el entorno y el uso de los recursos naturales, tal como plantean los conservacionistas, y sobre el tipo de desarrollo que puede mantener el país, como suscitan ecologistas, economistas y sociólogos.

En este contexto, nos encontramos sin una coherente planificación del uso racional de la energía, y encima, en ciertos círculos parece tomarse a pie: juntillas que la energía nuclear, en la actualidad, representa un progreso científico que nos pone a salvo de las oscuras perspectivas del combustible fósil. Uno se pregunta si el Gobierno está convencido de ello. Cualquier punto de vista razonable sobre el suministro de energía estará de acuerdo en que una diversificación de las fuentes energéticas resulta, en principio, conveniente. de acuerdo con ello, entre todas las fuentes posibles habría que reservar ahora un espacio a la energía nuclear de fisión. Este espacio podría representar un porcentaje más o menos elevado de acuerdo con la intensidad de la amenaza económica que representa el encarecimiento de los combustibles fósiles. El peligro de la contaminación radiactiva podría incluso suponerse controlado, tratándose de olvidar accidentes importantes recientes o pasar por alto escapes radiactivos de menor importancia que ocurren continuamente (el último, conocido en la central británica de Windscale). Pero semejante propuesta estaría ahora mismo anticuada. Las reservas brutas de uranio (de precio más accesible) tienen una vida bastante más corta que las propias reservas de petróleo si se prosigue el ritmo de desarrollo de reactores inicialmente previsto por la comisión de energía ató-

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F. Díaz-Plueda es catedrático de Ecología en la Universidad Complutense de Madrid.

Las necesidades de ciertos modelos de desarrollo

Viene de la página 9mica norteamericana. Otros tipos de reservas, con un precio al menos cuatro veces superior a las primeras, pueden agotarse antes de veinte años. La amenaza económica aludida simplemente procedería de otro sitio, y sería tan intensa como el espacio reservado a la energía nuclear entre todas las fuentes. El mismo Estados Unidos ha desacelerado muy considerablemente, por considerarla ruinosa, la construcción de centrales nucleares desde hace ya cinco años.

Si admitimos que la sociedad requiere, a todo trance, un consumo energético esencialmente derrochador, como el de algunos países desarrollados; si no admitimos otro modelo alternativo, las opciones resultan en todo caso muy diferentes si se consideran plantas de producción energética descentralizadas y sí las inversiones se canalizan razonablemente hacia otras fuentes energéticas de menor dependencia exterior (hidráulicas, carbón, biomasa, solares; eólicas). Habría que canalizar hacia el Parlamento las preferencias energéticas y de consumo de los ciudadanos. La educación ambiental en este tema, como en tantos otros, es un papel que debieran asumir más seriamente algunas instituciones. Si el modelo consumista (la calidad de vida mal entendida, a mi juicio) es uno de los señuelos mostrados a los votantes ningún partido político con posibilidades de acceder al poder dirá que no a la energía nuclear, ello suponiendo que tal energía fuera rentable para alguien más que para determina das compañías. En Francia, las proposiciones que encuentra el Gobierno, de cara a su plan energético, no descartan la energía nuclear en las próximas décadas. En toda Europa, el apoyo a los partidos ecologistas se hace cada vez más patente, y los modelos de desarrollo a largo plazo, que éstos propugnan, no se consideran, por tanto, fantasías bucólicas que deban descartarse como alternativa. ¿Cómo va a decidirse en nuestro país el modelo exacto de desarrollo futuro?

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