Tribuna:SPLEEN DE MADRID

París

He venido a presentar un libro mío. En Orly duermen los aviones, cebados de bomba, y se adunan las multitudes, mojadas de espera y silencio. Se esperaba el Premio Goncourt para Michel del Castillo, el español que, hace ya tantos años, amaneció francés a la literatura. Le han dado el Renaudot, que viene detrás. ¿Cuál le darán a España en el Mercado Común?, ya que no una flor natural, nos conformaríamos con una col de Bruselas.La bomba no llega a estallar en Orly y la niebla se marcha Sena abajo, como un clochard del cielo. Europa huele a guerra y las mocedades del 68, aquí se han partido...

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He venido a presentar un libro mío. En Orly duermen los aviones, cebados de bomba, y se adunan las multitudes, mojadas de espera y silencio. Se esperaba el Premio Goncourt para Michel del Castillo, el español que, hace ya tantos años, amaneció francés a la literatura. Le han dado el Renaudot, que viene detrás. ¿Cuál le darán a España en el Mercado Común?, ya que no una flor natural, nos conformaríamos con una col de Bruselas.La bomba no llega a estallar en Orly y la niebla se marcha Sena abajo, como un clochard del cielo. Europa huele a guerra y las mocedades del 68, aquí se han partido en dos: Bruckner y sus místicos del Baedeker preconizan la aventura a la vuelta de la esquina, que no es sino una manera marchosa de pasar. Otros, como Bernard Gazier (de los Gazier pascalinos de Port-Royal), aprendieron ya entonces que los resortes de la realidad estaban en la economía y dejaron a Mallarme por Keynes/Marx. Son los que ahora sacan las cátedras en provincias y comienzan a explicarle a la nueva generación Mitterrand una economía menos platónica que, ya que no el mundo, cambiará las cabezas.

Tensión en el Ulster, represalias contra los católicos, cuatro atentados en Líbano, reivindicados por armenios, contra la lejana Francia, que está aquí mismo. Europa, ya digo, huele a guerra, pero París, en el visón de Francoise Cibiel, huele a lilas pasadas por el filo de la actualidad. Françoise ha editado el último libro parisiense sobre la moda, el look y el rollo, escrito, claro, por una parisiense y lleno de la nostalgia de Josefina Baker, el caque-Walk y Hemingway. Hasta llega a decirse, en el libro, que «París era una fiesta», en un violento arranque de originalidad y audacia. Es la eterna nostalgia mojada que París tiene de sí mismo, y que sabe vender al mundo en frasquitos Saint-Laurent de cabeza atómica OTAN. Sería conveniente, quizá, que Mitterrand se afiliase al Partido Socialista francés.

Y digo que sería conveniente porque Mitterrand, hoy, se lo hace de De Gaulle de izquierdas y, desde que es presidente, habla más de la nación que del pueblo. Todo hombre empieza a degaullizarse en cuanto llega al poder, incluso en Francia. Le ocurrió hasta a Napoleón, que no era sino un De Gaulle bajito.

Todos los camareros son argelinos y todos los presidentes son degaullistas, aunque sea contra De Gaulle. La negra de mi hotel es hermosa, hermética y muy mujer de su etage. El socialismo tiene que pregnar el revés oscuro de la sociedad, donde las razas que criaban hierba en las colonias, ahora crían moqueta en la metrópoli. Los socialismos son más imposibles -Francia, Grecia, Portugal- a medida que triunfan, porque hace veinte siglos que no estamos preparados. Espero no haberles traído, encima, la colza a los franceses.

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