Editorial:

Las conferencias sin esperanzas

SE HA llegado a un punto en las relaciones internacionales en el que se considera con satisfacción que las grandes conferencias internacionales, convocadas para resolver o atajar problemas pendientes, lleguen al final sin haber ocasionado otros nuevos. Así ha sucedido en Cancún, reunión de pobres y ricos, vistosa por la presencia de jefes de Estado Y Gobierno, fragmento del gran tema del diálogo Norte-Sur, de la que se temían rupturas y, por lo menos, no las ha habido, aunque tampoco se haya llegado a ninguna clase de acuerdo positivo. Ha venido a mostrarse en la conferencia algo que se...

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SE HA llegado a un punto en las relaciones internacionales en el que se considera con satisfacción que las grandes conferencias internacionales, convocadas para resolver o atajar problemas pendientes, lleguen al final sin haber ocasionado otros nuevos. Así ha sucedido en Cancún, reunión de pobres y ricos, vistosa por la presencia de jefes de Estado Y Gobierno, fragmento del gran tema del diálogo Norte-Sur, de la que se temían rupturas y, por lo menos, no las ha habido, aunque tampoco se haya llegado a ninguna clase de acuerdo positivo. Ha venido a mostrarse en la conferencia algo que se va acentuando cada vez más: los grandes bloques se desflecan en intereses cada vez más parciales; cada país va representando cada vez más su propio caso y asumiendo un poco menos el de su vecino. No es época de unanimidades, ni siquiera dentro del conjunto del Tercer Mundo, que una vez acertó a definir la totalidad de sus aspiraciones y de sus problemas -en Bandung: época de grandes esperanzas- y que hoy comienza a asentarse en una nueva clasificación: ya hay pobres y ricos dentro del sector de los pobres, y políticas muy distintas; y suspicacias de unos con otros. La palabra "hambre", que una vez fue una expresión seca y directa, se va convirtiendo cada vez más en una retórica que sólo sirve para el acuerdo global de que "hay que erradicarla", pero sin ir más allá. El problema se va devolviendo a su lugar de origen; el párrafo del comunicado en el que se indica que la lucha contra el hambre es una cuestión de cada país cuya población lo sufre, y que debe hacer por sí mismo el esfuerzo necesario para salir de ella, con la "suficiente ayuda internacional" -una adaptación de las tesis de Reagan expuestas en la conferencia-, oculta que ese esfuerzo es imposible mientras haya una situación mundial de explotación de unos por otros. Un destino parecido parece esperar a la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, o Conferencia de Madrid, que se reanuda actualmente en el Palacio de Congresos y Exposiciones, ahora con el plazo fijo de la tregua de Navidad, que podría convertirse en un final definitivo. Un año de reuniones -que, a su vez, continúa las etapas anteriores, que comenzaron en Helsinki- no ha llevado más que, a un bloqueo dominado por la disputa general entre la URSS y Estados Unidos. La conferencia estaba prevista para planear por encima de los acontecimientos diarios y buscar un orden europeo apaciguador y coexistente; son, sin embargo, esos acontecimientos los que penetra¡! las discusiones de cada día. Más que historia, se escribe el reportaje de la coyuntura, y ésta no ha dejado de ser continuamente desfavorable. Desde la invasión de Afganistán a la bomba de neutrones, pasando por la situación en Polonia o por los euromisiles, todo va influyendo directamente y de una manera negativa en lo que tenía que haber sido una base de entendimiento.

Es preciso constatar que la situación es hoy peor que cuando se convocó y celebró la primera conferencia de Helsinki. Se pretendía con ella que los países menores tuvieran voz y voto en lo que atañe a su seguridad, y que esa seguridad no consistiera sólo en una reducción de los ejércitos y las armas en la gran, región europea, sino en una especie de tolerancia mutua y de intercambios posibles, de la que no se excluía la de la Unión Soviética sobre sus propios súbditos, naturales o adquiridos por el Pacto de Varsovia. En lugar de ello, hemos llegado a un punto en el que el rearme está en pleno desarrollo, y en el que tanto la Unión Soviética como Estados Unidos desconfian de sus aliados y presionan sobre ellos.

Todo ello hace pensar que las ocho semanas que quedan pira que la conferencia se interrumpa de nuevo van a estar dominadas otra vez por las acusaciones mutuas y por el bloqueo de cualquier resolución que pueda ser efectiva. Y otra vez la esperanza en una gran conferencia internacional se reduce a desear que no sea, por lo menos, dañina; que se llegue a un documento de compromiso, aunque esté vacío de contenido, y que en él se contenga la convocatoria para una nueva etapa de mejores augurios.

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