Cartas al director

¿Un pueblo sin esperanzas?

Es el nuestro un país sin culpables o, lo que es lo mismo, un país sín ética. Los unos arrojan literalmente los muertos sobre los otros, como medida de autojustificación. Se ironiza con la responsabilidad del mejillón como culpable de todo, y ya no sabemos si hay que depurar al mejillón o depurar a las depuradoras. La honorabilidad de las personas está por encima de todo; esto se dice, pero no se demuestra de modo fehaciente.Repasando casi todos los ámbitos de la vida pública, ¿dónde queda la capacidad " de autocrítica y su ejercicio? ¿Quién reconoce sus errores?, ¿quién dimite?, ¿quién antepo...

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Es el nuestro un país sin culpables o, lo que es lo mismo, un país sín ética. Los unos arrojan literalmente los muertos sobre los otros, como medida de autojustificación. Se ironiza con la responsabilidad del mejillón como culpable de todo, y ya no sabemos si hay que depurar al mejillón o depurar a las depuradoras. La honorabilidad de las personas está por encima de todo; esto se dice, pero no se demuestra de modo fehaciente.Repasando casi todos los ámbitos de la vida pública, ¿dónde queda la capacidad " de autocrítica y su ejercicio? ¿Quién reconoce sus errores?, ¿quién dimite?, ¿quién antepone la dignidad a la permanencia terca en el poder? Después hablamos con dureza puritana del pasotismo juvenil como una lacra socíal, pero ¿qué modelos convincentes de comportamiento ofrecemos a una juventud desorientada y desesperanzada, que, sin embargo, esconde rescoldos de autenticidad que tantas veces apagamos?

La honorabilidad de cualquier institución -sea Administración pública, partido político o empresa- sólo se salva con la investigación a fondo y la explicación transparente y pública de toda la verdad, con las consiguientes medidas de justicia a costa de lo que sea. La honorabilidad no estriba en las palabras o los meros propósitos, en,los juicios gratuitos de valor. Hay demasiado dogmatismo, parcialidad, compadreo, como para que muchas posturas y afirmaciones públicas de unos y de otros "personajes" de nuestra vida política y ciudadana resulten fiables.

Un país sin autocrítica y sin ética es un país condenado a la mediocridad, a una gestión política excesivamente ambigua, a una oposición tibia y sin garra. Y lo que es aún peor: un pueblo sin esperanza./

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