Editorial:

Todo el poder para Mitterrand

CON LA impresionante marejada de diputados propios en la Asamblea y el hundimiento casi humillante de los demás partidos -a su izquierda y a su derecha-, Mitterrand concentra en sus manos desde ahora un poder casi absoluto en Francia. Esta expresión encierra en sí misma un peligro y unas sospechas que los triunfadores tratan de negar en cada declaración: intentan -dicen- establecer el poder absoluto, sí, pero de la democracia, que estaba en disminución no sólo, en Francia, sino en toda Europa, desde hace años; y hay que considerar que el número impresionante de votos que han reunido son precis...

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CON LA impresionante marejada de diputados propios en la Asamblea y el hundimiento casi humillante de los demás partidos -a su izquierda y a su derecha-, Mitterrand concentra en sus manos desde ahora un poder casi absoluto en Francia. Esta expresión encierra en sí misma un peligro y unas sospechas que los triunfadores tratan de negar en cada declaración: intentan -dicen- establecer el poder absoluto, sí, pero de la democracia, que estaba en disminución no sólo, en Francia, sino en toda Europa, desde hace años; y hay que considerar que el número impresionante de votos que han reunido son precisamente, votos democráticos. Un nuevo estatuto de la mayoría, una reforma de los procedimientos parlamentarios, un acortamiento del período presidencial -se proponen cinco años-, un sistema más justo del sistema electoral figuran en el programa político como medidas para restablecer la democracia en Francia en las instituciones políticas (además, naturalmente, de las medidas de descentralización, libertades de expresión, revaluación de los partidos políticos, etcétera). Renunciar a resortes del poder no es ni siquiera una generosidad por parte de los socialistas, sino una respuesta a lo que parece más claro en la voluntad de Francia, tan extraordinariamente expresada. La fuga más o menos visible de algunas de las premisas socialistas antiguas -colectivismo, nacionalizaciones en masa, estatificación- forma parte de este cuadro: es una exclusión explícita del marxismo y una afirmación de la socialdemocracia. Su cantidad de moderación resulta menos visible por el contraste con lo que puede llamarse el régimen anterior -el de la derecha con apellido centrista-; el progreso en la democracia tiene un relieve mucho más importante sobre el telón de fondo de los años pasados, en los que estaba claramente en regresión. Es interesante observar cómo esta enorme mayoría que ha votado repetidam ente a la opción socialista en los últimos días no se ha dejado engañar por una campaña de enorme torpeza realizada por la derecha, en la que se presentaba al socialismo como aliado incondicional de los comunistas y a ambos como capaces de llevar a Francia a la situación de un país del Este. La derecha francesa -a la que Mitterrand definió una vez como «la más bruta del mundo», error sufrido, sin duda, por su falta de profundización en algún país más al Sur- se ha equivocado de tiempo y de lugar. Para un pueblo que se siente el padre del espíritu revoluciona'rio no es el miedo a caer en las garras del poder rojo lo que podía evitar el voto a los candidatos de un socialismo moderado, moderno y con opciones de cambio social inmediato.Podría incluso decirse que es precisamente el reflejo democrático y la necesidad de volver a unas bases de realismo humanista, de sinceridad y de transparencia de la opinión pública en las instituciones la que ha causado la abrumadora derrota del partido comunista, que deberá hacer una reflexión de fondo acerca de sus torpezas y de su falta de adecua ción a las realidades que no le presenta como mucho más inteligente que la derecha. Claro que los comunistas, para eso, tendrían que sacrificar a Marchais, si son capaces de librarse del viejo tabú por la institución del secretario general, para emprender una auténtica renovación. Dentro de su seno hay una corriente que trata de hacer de su disidencia actual algo constructivo. Pero hay que advertir que el fenómeno francés -y ese ha sido siempre el gran interés político por lo que pasa en Francia- suele desbordar el cuadro nacional, y así como el triunfo del partido socialistáhay que considerarlo como parte de una gran tendencia europea de reacción contra el conservadurismo que ha dominado estos últimos tiempos, el abandono trágico del PCF forma parte también de un fenómeno de desgaste general de los comunismos que va más allá de las meras torpezas de Marchais.

Entre las muchas lecturas posibles que tiene el cambio profundo de situación en Francia, y que no han dejado de hacerse desde la elección de Mitterrand -todo lo sucedido después no es más que una confirmación y una ampliación-, una de ellas, y quizá la más importante desde un punto de vista general y europeo, es la reacción de las poblaciones en favor de la democracia con todas sus premisas. Y eso, por encima del miedo que han tratado de crear no,sólo las películas de horror inventadas por la mayoría que se, amenguaba y recocía, sino hasta por las mismas agresiones económicas -fuga de capitales, intervenciones en la Bolsa, despido de obreros, etcétera-. Esa es una lección que pu ede recordarse en otros ambientes, en otros países. La sentencia de muerte dictada contra la democracia, por «demasiado blanda» para las circunstancias de crisis, y contra la izquierda, por una mal supuesta falta de oferta de soluciones, acaba de ser anulada en Francia por un resultado muy poco equívoco; la reafirmación de este cambio de fondo tendrá que venir, ahora, de lo que esta izquierda y esta democracia sean capaces de hacer con un país que recogen de.una bancarrota política y económica. El problema de Mitterrand proviene ahora de su propia capacidad de poder: su amplia mayoría parlamentaria, la reunión de todas sus posibilidades de actuación no harían posible exonerarle en caso de un fracaso.

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