Editorial:

Jóvenes delincuentes

LA TRAGICA muerte de un pastelero, ayer en Madrid, cuando trataba de defenderse de unos atracadores de su modesto negocio, hace temer que ya no sean sólo las joyerías y bancos ni los establecimientos de lujo las víctimas preferidas de los delincuentes. Una oleada de violencia y robo protagonizada frecuentemente por jóvenes entre los quince y los veinte años viene asolando los criterios de seguridad ciudadana de este país, y más concretamente, de la capital del Estado, en los últimos años. La mejora de las dotaciones y dispositivos policiales no parece suficiente para contener tanta muerte inút...

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LA TRAGICA muerte de un pastelero, ayer en Madrid, cuando trataba de defenderse de unos atracadores de su modesto negocio, hace temer que ya no sean sólo las joyerías y bancos ni los establecimientos de lujo las víctimas preferidas de los delincuentes. Una oleada de violencia y robo protagonizada frecuentemente por jóvenes entre los quince y los veinte años viene asolando los criterios de seguridad ciudadana de este país, y más concretamente, de la capital del Estado, en los últimos años. La mejora de las dotaciones y dispositivos policiales no parece suficiente para contener tanta muerte inútil.Un hecho que los propios policías, los jueces y los sociólogos señalan es la característica, no esencialmente organizada, de esta delincuencia. Sus protagonistas son no pocas veces hijos de familia de clase media y media baja, que, una vez fuera del colegio, no encuentran ni oportunidades de empleo, ni motivaciones para el estudio, ni manera de sufragar la enorme apetencia de deseos materiales con que la sociedad de consumo les tienta. Son ladrones -y a veces asesinos- por el dinero suficiente para comprar unos porros, pagarse una copa en una discoteca o pasar un fin de semana en la sierra con su chica. Cuando son detenidos, confiesan sin dificultad sus delitos. Y es peculiar el poco valor que parecen conceder a la vida humana, incluyendo la suya propia, la falta de perspectivas y horizontes que padecen, la ausencia de justificaciones reales para su existencia y de incentivos para su integración en la sociedad.

La contestación permanentemente convulsiva de la propia sociedad a este fenómeno no sólo no logra mejorar las cosas, sino que las empeora. Es cierto que, por un lado, hay que acrecentar la efectividad de la lucha policial en los temas de seguridad ciudadana y criminalidad común. La inexistencia, pese a los ensayos realizados, de la policía de barrio en las grandes aglomeraciones urbanas y el aluvión de visitantes extranjeros con motivo de las vacaciones dificultan aún más el tema. Peto hay que añadir que la sola actividad policial no será suficiente si no está acompañada de una administración de justicia y unas instituciones reeducadoras modernas y efectivas. Y, sobre todo, si no existe una tarea educacional y preventiva y una oferta de soluciones a los problemas de la juventud por parte de la Administración pública y del pluralismo asociativo de la sociedad.

Basta una ojeada a los barrios periféricos de Madrid para contemplar cuál es el origen de tanta desesperación juvenil. Nuestros adolescentes crecen, por millares, por cientos de miles, en condiciones urbanas simplemente repugnantes, adoctrinados sobre principios y teorías que difícilmente pueden ver encarnarse en su entorno. vital; esquizofrénicos entre la moral que les predican y la vida a la que les obligan, sometidos a mil y una tentaciones del más variado género y huérfanos de diálogo y de entendimiento para sus problemas más inmediatos. Educados de espaldas a la cultura, a las nociones de sociedad y civismo, hiperbombardeados de criterios y estigmas míticos o mágicos, rodeados de un mundo de violencia y competitividad absurdas, sólo perciben la insolidaridad y la rapiña de sus mayores, justificadas no pocas veces con rimbombantes teorías sobre la concepción del mundo. Pero si uno se detiene a contemplar qué es lo que han estudiado en la escuela, qué es lo que han oído en sus familias, qué lo que les dice la televisión y cómo es posible que a la larga lean tan poco de casi todo, uno comprende ciertas motivaciones y ciertas causas de la actual ola de criminalidad. La historia acaba al fin segando la vida, de un disparo, de un empresario modesto de 45 años al frente de un negocio de ilusiones: una pastelería. Y la sociedad se queda absorta y huérfana de respuestas.

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