Un campamento gitano vive en Vicálvaro de los beneficios de la automarginación

Un poblado de gitanos formado por unas veinte familias, afincadas en un descampado de Vicálvaro, se ha constituido en motivo de polémica para la población paya de las cercanías. Isidoro, el jefe del poblado, tiene 56 años, más o menos, porque no recuerda exactamente cuándo nació, una mujer y ocho hijos, y toda su intención de cara al periodista es demostrar sus precarias condiciones de existencia: «Mire usted cómo vivimos».Los payos, sin embargo, insisten en que tal vez no todos los gitanos vivan tan mal; que tal vez algunos vivan mejor que un obrero normal, y cuando dicen esto, señalan...

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Un poblado de gitanos formado por unas veinte familias, afincadas en un descampado de Vicálvaro, se ha constituido en motivo de polémica para la población paya de las cercanías. Isidoro, el jefe del poblado, tiene 56 años, más o menos, porque no recuerda exactamente cuándo nació, una mujer y ocho hijos, y toda su intención de cara al periodista es demostrar sus precarias condiciones de existencia: «Mire usted cómo vivimos».Los payos, sin embargo, insisten en que tal vez no todos los gitanos vivan tan mal; que tal vez algunos vivan mejor que un obrero normal, y cuando dicen esto, señalan los coches particulares, los camiones y las furgonetas que están aparcados frente a las chabolas.

¿Cuál es el límite que separa la marginación real y la pobreza que conlleva de la automarginación que produce beneficios para quienes la practican? Los payos es indudable que están influenciado por un sentimiento de culpa difuso pero efectivo, hacia los gitanos, y ese sentimiento puede ser a veces muy bien utilizado por ellos para obtener beneficios económicos y sociales que los payos no consiguen. Práctica esta, por otra parte, legítima desde el punto de vista de un colectivo que durante siglos ha sido perseguido y menos preciado socialmente.

Para Carlos Sotos, el concejal comunista presidente de la junta municipal de Moratalaz, el problema es muy delicado, puesto que ni todos los gitanos tienen razón en todas sus quejas ni todos los payos la tienen en todas sus formas de rechazo a los primeros. Así, Carlos Sotos no admite las peticiones de los vecinos de Vicálvaro de que se expulse al poblado de gitanos, porque son indecentes, y en verano se pasean o los niños juegan por allí medio desnudos; pero tampoco se siente satisfecho por haberles concedido la cartilla de beneficencia, por la que disfrutan de asistencia médica y farmacéutica gratuita. No porque los gitanos la tengan, sino porque hay muchos obreros en paro que no la tienen y eso tampoco es justo. Sobre todo cuando existen sospechas de que las cuentas corrientes de los gitanos, o sus dineros guardados en una olla, da lo mismo, son lo suficientemente abultadas como para permitir la compra de un piso, aunque sea a costa de ciertos sacrificios, como la mayoría de la gente.

Veinte chabolas grandes y limpias

El poblado en cuestión lo forman unas veinte chabolas, grandes y limpias, situadas en un descampado entre las carreteras de Vicálvaro a Ventas y Vicálvaro a San Blas. Es terreno a expropiar, y sus dueños no se preocupan de él desde hace años. El interior de las chabolas contrasta con su aspecto destartalado visto desde fuera. Una estufa en el centro, hecha con un barril metálico, proporciona calor, y la vajilla que se alinea en la cocina es nueva y limpia. No se sabe de dónde, pero algunas de las chabolas tienen luz y enchufes para la televisión. Desperdigados por el solar están dos camiones, cuatro furgonetas bastante nuevas y cuatro o cinco turismos, Seat 124, Renault 4 y dos Citroën. Isidoro no tiene demasiadas ganas de hablar. Sus respuestas son muy breves, sin aportar datos concretos, y tópicas, como si respondiera adrede aquello que los payos identifican de entrada con el cliché del gitano pobre que vive poco menos que de la caridad y que no se mete con nadie. Sus afirmaciones no coinciden en absoluto con las recogidas entre los vecinos y el concejal de la junta municipal.Así, Isidoro dice que llevan allí ocho años, y que se llevan muy bien con los vecinos. Los segundos afirman que sólo están allí desde hace dos o tres, y que molestan continuamente con riñas, cogiendo agua de los enganches de la calle y llevando su vida sin consideración alguna de que sus manifestaciones pueden desagradar a sus vecinos payos.

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A través de la conversación, da la impresión de que Isidoro y los demás quieren pasar inadvertidos, llevar su vida según sus propios cánones. Ocurre, sin embargo, que una de sus reglas parece ser la de sacar el mayor rendimiento a los payos, a la sociedad en la que no desean integrarse porque tiene muchos inconvenientes -hay que documentarse, pagar impuestos, mantener relaciones que a veces ocupan tiempos y molestias, etcétera-, pero sin renunciar a sus ventajas. Y como la explotación de su propia imagen es algo que dominan bien, resulta que los gitanos del poblado no pagan absolutamente nada por ningún concepto, pero tienen luz, el Ayuntamiento les envía un camión cisterna dos veces por semana y han conseguido la cartilla de beneficencia para asegurarse la atención médico-sanitaria.

Si se les pregunta sobre sus necesidades, en seguida responden que lo que quieren es una vivienda, pero en el transcurso de la conversación lo que más veces se cita es una fuente, para no tener que depender del camión cisterna. Carlos Sotos duda sobre si realmente quieren una vivienda entendida a la manera paya. Puede que vivan mucho mejor como lo han hecho tradicionalmente, porque parece indudable que fondos para comprar un piso sí tienen.

La mayoría de las familias del poblado tienen vehículo propio, van al mercado de Legazpi a comprar la fruta que luego revenderán por la calle, al margen de circuitos comerciales, y eso implica manejar ciertas cantidades de dinero. Las mujeres acuden regularmente al mercadillo de Vicálvaro y siempre tienen ropa para vender y otros objetos, que, sin duda, les reportan algunos beneficios. Nadie sabe, sin embargo, a cuánto asciende su fortuna personal, ni si la tienen. Nunca han declarado ingresos ante Hacienda ni cualquier otro organismo, e Isidoro, cuando se le pregunta por la economía familiar, contesta que «todo está muy mal. Nuestra mejor época es en verano, con la venta de melones, pero ahora vivimos como podemos». El negocio de la chatarra, sin embargo, no depende de las estaciones, y aunque tampoco hay cifras concretas, se sabe que no es un mal negocio. Por lo menos, puede dar beneficios tan altos como el sueldo de un trabajador industrial de clase baja. Uno tiene la sensación de que, aunque fuera la mejor época del año, Isidoro también habría contestado que las cosas ahora van mal.

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