El viaje de Suárez

Por aquello de que lo cortés no quita lo valiente, damos la más respetuosa bienvenida al presidente Suárez en este día de su llegada a Euskadi. Nos satisface que el titular de la Moncloa se haya decidido a pisar tierra vasca en el marco de esos itinerarios que realiza periódicamente por los diferentes pueblos del Estado español. Lo que no sabemos -y queremos decirlo en primerísimo lugar- es si Suárez viene aquí reclamado por las urgencias internas de su propio partido o lo hace con responsabilidades de Gobierno, para dar cumplida respuesta a los gravísimos problemas que tiene planteados este p...

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Por aquello de que lo cortés no quita lo valiente, damos la más respetuosa bienvenida al presidente Suárez en este día de su llegada a Euskadi. Nos satisface que el titular de la Moncloa se haya decidido a pisar tierra vasca en el marco de esos itinerarios que realiza periódicamente por los diferentes pueblos del Estado español. Lo que no sabemos -y queremos decirlo en primerísimo lugar- es si Suárez viene aquí reclamado por las urgencias internas de su propio partido o lo hace con responsabilidades de Gobierno, para dar cumplida respuesta a los gravísimos problemas que tiene planteados este país. De esa dualidad ejecutiva, que señalamos al margen de cualquier interpretación legalista, de penderá en gran parte el que la visita tenga un carácter meramente testimonial o signifique un arranque definitivo de comprensiones clarificadoras, diálogos fecundos y soluciones terminantes a ese largo y complejo contencioso que emana del Estatuto de Autonomía.Porque ahí está para nosotros la clave de la visita de Suárez al País Vasco. Y ninguna oportunidad mejor que ésta para recordarlo. Si el Estatuto fue la gran esperanza, el bálsamo que cicatrizaba heridas históricas, el texto que legitimaba atribuciones de Gobierno, lo cierto es que el Estatuto, después de un año interminable de negociaciones, de ir y venir de Madrid con las manos vacías, ha traumatizado las exigencias más sensatas y moderadas de nuestro pueblo. Se pueden entender las prudencias, pero no se pueden entender las desconfianzas, las dilaciones y la tremenda contradicción entre las palabras prometidas y las realidades incioncretas. Algo ha funcionado mal, y no quisiéramos entrar en un juicio de intenciones, para que aspectos tan imprecindibles para la reivindicación y estabilización de este país, como el concierto económico o la policía autónoma, se encuentren todavía en un callejón sin salida. Huelga decir que toda esa política de comportamientos podría dar la razón a quienes se han situado en posiciones maximalistas y no a quienes apostamos por el diálogo como único cauce democrático de entendimiento. (..)

, 9 de diciembre

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