Tribuna:SPLEEN DE MADRID

El marketing

Nunca había sabido, lo confieso, qué cosa sea el marketing. Hablaba de oídas, como todos y, sobre todo, como los que se dedican al marketing.Ahora lo sé. Marketing es que escriba usted una carta de amor y, en vez de contestarle a uno la interesada, le contesten quince jefes de marketing. Hace unas semanas, utilizando uno de mis honestos vectores periodísticos, le escribí una carta de amor sin sello ni esperanza a Ana Belén, que naturalmente no me ha contestado nunca, porque ella es muy legal, lo cual que me parece bien. Pero en cambio recibo todos los días cartas, discos, cosas de los d...

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Nunca había sabido, lo confieso, qué cosa sea el marketing. Hablaba de oídas, como todos y, sobre todo, como los que se dedican al marketing.Ahora lo sé. Marketing es que escriba usted una carta de amor y, en vez de contestarle a uno la interesada, le contesten quince jefes de marketing. Hace unas semanas, utilizando uno de mis honestos vectores periodísticos, le escribí una carta de amor sin sello ni esperanza a Ana Belén, que naturalmente no me ha contestado nunca, porque ella es muy legal, lo cual que me parece bien. Pero en cambio recibo todos los días cartas, discos, cosas de los distintos jefes de marketing que tienen algo que ver con la labor profesional de Ana Belén, agradeciéndome el artículo, invitándome a cubatas, sugiriéndome suasoriamente que vuelva a hablar de su chica/producto (perdona, Ana, montándome número numereros sobre nuestra amistad y colaboración. Yo agradezco a todo este material su amabilidad para conmigo, que empieza por leerme, y admiro lo bien que llevan su raro oficio de marketing, pero cuando Dante le escribió a Beatriz La Comedia (que luego llamaron Divina), Beatriz no le contestó, claro, porque era una musa sin escolarizar, pero tampoco le contestaron quince banqueros florentinos para comprarle nuevas Comedias sobre nuevas Beatrices. Entre Laura y Petrarca nunca se inmiscuyó un buhonero, que se sepa. Ni entre Isabel y Diego Marcilla, los amantes de Teruel. Lo de Tristán e Isolda está más confuso de óperas y sindicatos del Espectáculo, pero sin llegar a lo mío. Lo de Romeo y Julieta quedó en familia y entre cuchilladas. Lo de Calixto y Melibea (etimológicamente «voz de miel», como la de Ana, que hizo Sabor a miel) fue llevado por Fernando de Rojas tan discretamente que hasta el propio Rojas desaparece con abnegación de judío, y han, tenido que reivindicarle los investigadores.

Otra jai menos legal que Ana ya me habría enviado sus álbumes completos para que le maquillase el nombre en negritas todos los días. Pero Ana, claro, no va de eso. En cambio, Ana, amor, los incontrolados del marketing han iniciado contra mí una guerrilla amistosa en comando publicitario, y en lugar de la carta tuya que no esperaba, porque no ha lugar, tengo que leer las cartas amistoso/ comerciales, en máquina eléctrica, que me hacen añorar tu milagrosa caligrafía. Esto es el mal del siglo, Ana, aunque Suevos me decía la otra tarde (y en parte tiene razón) que estamos en un nuevo Romanticismo: el marketing, la comercialización automática de todo, que nos vende nuestros propios sentimientos y nuestra propia nostalgia, y que ahora tiene en saldos y rebajas la década/60, porque veinte años de distancia ya son suficientes para marketizar una nostalgia de supertiendas y servirnos mediante tarjeta de crédito nuestra propia melancolía: tal como éramos, o sea jóvenes. Tú sabes de este rollo, Ana, como yo, y por eso eres quien eres, pero lo nuestro es más grave, Ana, y creo que hemos marcado el punto sin retorno de la comercialización, la robotización y el marketing.

Es lo que un teórico paliza llamaría «las contradicciones internas del sistema», si no estuviera ahí Ludolfo Paramio parándole los pies de escribir tópicos. Pero un sistema que lo aprovecha todo para promocionar la promoción es un monstruo, Ana, y sé que incluso esta carta/columna contribuirá a engordar un balance. Ya da casi lo mismo. Sólo que, en lugar de la carta tuya que no esperaba, ahora tengo y mantengo relaciones con una docena de ejecutivos de marketing con bigote, desconocidos, correctos y enrollados. Esto a Petrarca no le pasaba.

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