Tribuna:

La mesocracia liberal

Unos amigos me piden que hable de la «nueva derecha», que es cosa que les tiene algo inquietos. La nueva derecha es más bien nouvelle droile, como ustedes ya saben, y quizá husmear una derecha nueva en este país sea pecar de optimismo y de morbo gálico. La nouvelle droite aspira a algo tan insólito y tan francés como el poder cultural: ¿ustedes se imaginan una derecha española, nueva o vieja, preocupada por semejante cosa? Aquí la cultura es precisamente lo que se de la a los que no tienen poder: es un refugio o un premio de consolación. El que se conforma con la cultura e...

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Unos amigos me piden que hable de la «nueva derecha», que es cosa que les tiene algo inquietos. La nueva derecha es más bien nouvelle droile, como ustedes ya saben, y quizá husmear una derecha nueva en este país sea pecar de optimismo y de morbo gálico. La nouvelle droite aspira a algo tan insólito y tan francés como el poder cultural: ¿ustedes se imaginan una derecha española, nueva o vieja, preocupada por semejante cosa? Aquí la cultura es precisamente lo que se de la a los que no tienen poder: es un refugio o un premio de consolación. El que se conforma con la cultura es porque no puede picar más alto. Me imagino la alegría familiar en torno a la mesa del señor Cavero cuando éste comenzó a leer cierto telegrama: «¡Mira, ministro otra vez!»; y luego, la decepción: «... pero de Cultura». Hombre, es verdad: ministro de información, pase; ministro de televisión, aún mejor.... ¡pero de cultura, decididamente no vale la pena! En Francia, quizá, pero lo que es aquí... Y, sin embargo, la cultura se está poniendo de moda entre nosotros también: con vivo reflejo se acercan nuevas revistas culturales y nuevos suplementos culturales de diarios. Y las intrigas y apuñalamientos macbethianos que se dan en los órganos ya existentes no serían mayores si fuese auténtico poder del bueno lo que se disputara. De modo que a lo mejor es verdad que se acerca la nueva derecha y, con ella, el asalto al poder cultural. Pues nada, eso tendremos que agradecerles los que bostezábamos sin mayores esperanzas de dominio en la dócil reserva culturalista.De momento, más evidente que la nueva derecha y mejor asentada entre nosotros -aunque no sería arriesgado trazar las oportunas conexiones- es la presencia de lo que yo llamaría «la mesocracia liberal». No sé si es un fenómeno nuevo o viejo, porque reconozco que mi perspicacia sociológica es limitadísima; lo único que creo poder afirmar es que debe haber aumentado de volumen en los últimos tiempos hasta llegar a hacérseme perceptible. Lo de liberal es el marbete que ellos se ponen, temo que con cierto desdén por lo que tal calificativo ha significado en otras ocasiones en España. En un país absolutista, oscurantista, clericaloide, militarista, autoritario, inquisitorial, etcétera..., como ha solido ser éste más de la cuenta, los liberales han tenido su gracia y hasta su punto subversivo. i Pero, ahora! ¡Por favor! ¿Cómo no ser liberal ahora si aspira uno a alguna prebenda o algún nombramiento? Pues sí que los intransigentes o los utopistas tienen buena Prensa... Ahora ser liberal no es más que ser un conservador no demasiado violento (es decir, no más violento de lo imprescindible), mientras que antes fue ser un subversivo no demasiado radical, lo cual está bastante mejor. Un liberal de los de ahora, por ejemplo, comprenderá muy bien las razones de un firme capitán de industria, como Olarra, y muy requetemal las de los «secuestradores» del comité de empresa, que además tienen la desfachatez de no respetar las manipulaciones «representativas» de las grandes centrales, como haría cualquier sindicalista liberal. Un liberal como el Señor manda verá clarísi

mo la horrible lacra que supone el terrorismo «venga de donde venga» y hará oír su voz contra él, pero será más inaudible en la denuncia concreta y con nombres y, apellidos de la tortura en cárceles e interrogatorios policiales, del abuso autocrático que supone la nueva ley antiterrorismo, de las detenciones masivas y caprichosas en Euskadi... Un periodista liberal, que dé la noticia de la detención de supuestos implicados en el caso Bultó, aprovechará para mezclarla como al desgaire con la desarticulación de supuestos grupos anarquistas catalanes y ecologistas que nada tienen que ver con el asunto (el caso de L. A. Edo y sus compañeros) o tendrá la malevolencia cínica de agrupar en primera página y bajo un mismo titular la tragedia de Ortuella con la crónica de los últimos atentados y secuestros terroristas... Estos liberales creen que cualquier política de izquierda que no se limite a clamar por los derechos humanos en Rusia y Cuba atenta contra los derechos humanos en Occidente, y que para que haya derechos humanos es imprescindible el modelo de sociedad occidental actual, la de la Conferencia de Seguridad, la del imperio de los servicios secretos que crean y administran el fantasma terrorista, la de la explotación laboral y colonial, la del esoterismo político, la prestidigitación representativa y la carrera de armamentos. ¡Nada, Occidente es el CIEL en la tierra! El horror liberal a la desestabilización colabora activamente con la estabilización del horror.Pero ¿por qué mesocracia? Porque todo en ellos es medio. De edad mediana (entre los treinta y los cuarenta y pocos años, por lo general), están «en la mitad del camino de su vida» y de su trayectoria política: entre el fanático ortodoxo y autoritario que fueron no hace tanto y el fanático de la autoridad ortodoxa que están en vías de ser. Su medianía se aferra con obsesión a la vida privada, hasta privarla de vida. Permísivos sin excesos, sueñan orgías y realizan guateques: tienen «su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche», como anunció Zaratustra de los últimos hombres. Creen que el justificado recelo de la espontaneidad instituyente frente a las instituciones se concreta en una despreocupación resignada ante las existentes; pero agradecidos con los jefes, como perfectos empleados que son, dan rienda suelta a su entusiasmo ante cualquier discreta medida que facilite el juego de su privacidad, incluso, quizá, la sueñan como conquista propia. Cambian la religión oficial (menos liberal y caprichosa de lo debido) por arúspices, quirománticos y visitantes estelares; periclitados los directores de conciencia, dada la decadencia de ésta, se potencian los directores de estómago y otros pensadores del pienso, destinados a transformar el antisensualismo pazguato de hace unos años en gula dogmática. Tras la gravosa burocratización de los espectáculos de izquierdas o derechas del reciente pasado, trascendentalizados hasta la náusea, la mesocracia triunfante se infantiliza en recreos trivializados y veniales, de espontaneidad programada e imbecilidad compulsiva: suelta de globos, verbenas populares con pueblo cibernético asegurado, guiñol para adultos y gente encantadora en general, etcétera... Así, los funcionarios humanizan la seriedad del escalafón y sus bregas dando suelta al niño babosín que todos llevamos dentro. Por lo demás, les gusta a rabiar el cotilleo, la maledicencia disfrazada de «nuevo periodismo» desenfadado. los temas «fuertes», la agilidad ortopédica de la crónica amarilla sustituyendo al comentario político o a la crítica literaria: todo lo que es fácil y bajo cuenta con su aprobación. «Desmitificar» es la consigna de quienes nunca han tenido entusiasmos a su favor; a hozar en la miseria (que nunca es ajena si ahí se revela que a uno le gusta hozar) le llaman «rebajar los humos a fulano o zutano». A fin de cuentas, la horda mesocrática se define por ser radical y furiosamente antiutópíca. La búsqueda del aire ético y de lo abierto -utópica al fin y al cabo- llevó a desconfiar críticamente del ámbito demasiado acabado y por ello ominosamente perfecto del proyecto utópico; ahora amenaza otro tipo de asfixia, la de un orden ciego para todo lo que trasciende de algún modo la chatura de lo dado. ¿Estamos ante la «nueva derecha» a la española? Sólo cabe repetir el dictamen de cierto paisano de Donosti que me dijo el otro día: «Con tanta nueva derecha y tanta vieja izquierda lo que va siendo cada vez más difícil es encontrar gente maja». Pues ni más ni menos.

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