Cartas al director

"Nuevos filósofos"

Uno se sorprende a veces de las «debilidades» en que incurre EL PAÍS. Uno se sorprende -y se harra- de que por culpa de alguna incursión en el papanatismo, los españoles, en general, podamos pasar por sandios ante ciertas prepotencias intelectuales de la cultura occidental e incluso de la cultura indígena. Uno se cansa de lanzamientos publicitarios -bendecidos por los medios de difusión- de nuevos y novísimos, y uno se cansa de que esos nuevos filósofos foráneos poseedores de autonomía editorial puedan entrar a saco en dichos medios de difusión para contarnos sus veleidades ideológicas, sus cí...

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Uno se sorprende a veces de las «debilidades» en que incurre EL PAÍS. Uno se sorprende -y se harra- de que por culpa de alguna incursión en el papanatismo, los españoles, en general, podamos pasar por sandios ante ciertas prepotencias intelectuales de la cultura occidental e incluso de la cultura indígena. Uno se cansa de lanzamientos publicitarios -bendecidos por los medios de difusión- de nuevos y novísimos, y uno se cansa de que esos nuevos filósofos foráneos poseedores de autonomía editorial puedan entrar a saco en dichos medios de difusión para contarnos sus veleidades ideológicas, sus cínicos silogismos y sus historietas de mulas, convoyes y antibióticos, que en un autodidacta nos parecería candorosas, y en un Filósofo nos resultan necias.Porque ¿qué es lo que nos expone Henry Levy en la Tribuna Libre con que nos agredía EL PAÍS el último domingo de agosto? Muy sencillo, tras ponernos a bajar de un burro a todas aquellas conciericias que no hemos boicoteado las «macabras Olimpíadas de Moscú» -pasó por alto el tema olímpico por haber sido tratado convenientemente por numerosos lectores de EL PAÍS y por EL PAÍS mismo, y paso por alto, asim ismo, la desfachatez maniquea con que Levy analiza el asunto, pues considero que la misma impudicia inherente a sus argumentos los autodescalifica)-, tras regañarnos, digo, por haber transigido con «los juegos de la vergüenza y de la infamia», sin que nos importe que «el Ejército Rojo esté estacionado en Kabul», nos propone «pasar a la acción». ¿Cómo? Mediante «caravanas para Afganistán».

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Loable intención, ciertamente. Sólo que también ha conseguido ahora dejarnos boquiabiertos a los que, como en mi caso, creemos que la injusticia y el hambre son realidades universales que no se circunscriben, desgraciadamente, a un solo país, por mucho que en éste se dé la casual circunstancia de haber caído bajo las botas del «Ejército Rojo». ¡Anda que el franchute nos ha pedido ayuda para los hambrientos bolivianos, guatemaltecos, salvadoreños y un inacabable etcétera, que pasa también, y sobre todo, por nuestras entrañables marinaledas.../

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