Apertura oficial de la campaña electoral en Estados Unidos

La carrera hacia la Casa Blanca se abrió oficialmente ayer, cuando Estados Unidos lleva ya casi un año de campaña electoral, de hecho, y acaba de vivir las elecciones primarias más largas y costosas de su historia. Todo esto hace que los norteamericanos entren en la campaña oficial saturados de informaciones sobre los candidatos -de los que conocen hasta el último detalle de su vida personal-, programas y partidos.

Las paradojas de esta campaña aparecen con toda claridad en los temas tratados tradicionalmente. En ocasiones anteriores, los republicanos han centrado sus campañas en la...

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La carrera hacia la Casa Blanca se abrió oficialmente ayer, cuando Estados Unidos lleva ya casi un año de campaña electoral, de hecho, y acaba de vivir las elecciones primarias más largas y costosas de su historia. Todo esto hace que los norteamericanos entren en la campaña oficial saturados de informaciones sobre los candidatos -de los que conocen hasta el último detalle de su vida personal-, programas y partidos.

Las paradojas de esta campaña aparecen con toda claridad en los temas tratados tradicionalmente. En ocasiones anteriores, los republicanos han centrado sus campañas en la política exterior, recordando que las últimas guerras han estallado siempre bajo administraciones demócratas, mientras que los demócratas culpan al «viejo gran partido» de todas las catástrofes económicas.Esta vez se produce el fenómeno inverso. El punto débil de Carter es el paro y la inflación, por lo que intenta desviar su campaña hacia la política extranjera, señalando que las intenciones que Reagan tiene en este campo pueden llevar al país a la guerra.

Por su parte, los republicanos hán descubierto su vocación social y asumen la defensa de las víctimas de la crisis.

La realidad es que, por primera vez desde hace muchos años, ningún pretendiente de la Casa Blanca se ha hecho portador de un gran proyecto progresista, y los tres candidatos, incluido el independiente Anderson, han tomado el conservadurismo por bandera, aunque este último haya querido disfrazarse de liberal.

La campaña se presenta como esencialmente negativa. Se votará contra Reagan o contra Carter, y Anderson sólo puede esperar recoger a los ciudadanos que no quieran, a ningún precio, a los candidatos de los dos grandes partidos.

Son tres hombres ya desgastados, por razones distintas -uno por su mandato anterior, otro por su edad, y el tercero, por una carrera parlamentaria larga y gris-, que se disputan los favores de un electorado cada vez más joven.

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Otro elemento curioso es que los candidatos a la vicepresidencia, Bush y Mondale, resultan bastante más atractivos para el electorado que los candidatos principales.

En estas condiciones, los resultados del escrutinio dependen de factores externos a la campaña. La presidencia de Estados Unidos queda a la merced de la evolución económica durante estos meses.

Si la campaña que ahora se inicia no logra hacerse más estimulante, el número de abstenciones -en progresión constante durante los últimos veinte años- corre el riesgo de marcar un nuevo récord, lo que lanzaría, de nuevo, el debate sobre la validez del sistema electoral vigente, sobre el esquema bipartidista y, en general, sobre el funcionamiento del sistema.

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