Editorial:

El chantaje del silencio

EL CHANTAJE de ETA Político-militar, al suspender sobre la vida de quienes veraneen en nuestras playas la espada de Damocles de una red de artefactos explosivos, ha ocupado titulares de primera página en todos los periódicos europeos. Las razones son obvias: la noticia es cierta, la brutal matanza del último domingo de julio del año pasado en Madrid constituye un siniestro precedente, los destinatarios de la amenaza no son sólo los ciudadanos españoles, sino también los veraneantes europeos. Resulta indudable que los terroristas necesitan la publicidad de los medios de comunicación para ganar...

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EL CHANTAJE de ETA Político-militar, al suspender sobre la vida de quienes veraneen en nuestras playas la espada de Damocles de una red de artefactos explosivos, ha ocupado titulares de primera página en todos los periódicos europeos. Las razones son obvias: la noticia es cierta, la brutal matanza del último domingo de julio del año pasado en Madrid constituye un siniestro precedente, los destinatarios de la amenaza no son sólo los ciudadanos españoles, sino también los veraneantes europeos. Resulta indudable que los terroristas necesitan la publicidad de los medios de comunicación para ganar estas tristes batallas de intimidación a la opinión pública. Pero este hecho no basta para justificar el silencio sobre una amenaza cierta contra la población, disminuir o menos preciar el volumen de ésta y, en definitiva, volver a sistemas, más o menos disfrazados, de censura de Prensa.

La actidud, que sin duda encontrará argumentaciones de pretendido valor intelectual, adoptada por la mayoría de los medios de comunicación de nuestro país puede simbolizarse con lo sucedido en la propia Televisión Española, que ocultó las amenazas de ETA, la explosión de Fuengirola y el desalojo masivo del parque de atracciones en la Costa del Sol, mientras proporcionaba abundante información de un incendio en un hotel del extranjero.

La polémica sobre la oportunidad o no de que la Prensa de los países democráticos publique información sobre actividades, comunicados y amenazas terroristas es, por lo demás, tan vieja como el terrorismo mismo. La respuesta de la Prensa del mundo occidental -y el ejemplo valeroso de la de Italia no debe pasar inadvertido- ha sido siempre la misma: la implantación de una censura -del género que sea- sobre esos hechos no logra en modo alguno la disminución de los mismos, y contribuye a ampliar la inestabilidad buscada por. los terroristas. En cualquier caso, no debe limitarse el derecho a la información, que es inviolable en las sociedades democráticas. Decenas de simposios y encuentros internacionales sobre el tema han puesto de relieve que los periodistas del mundo occidental defienden este principio contra las quejas y las presiones de la policía, los políticos y los representantes de los Estados. Numerosos estudios avalan la tesis de que silenciando a los medios de comunicación fiables, por mor de no asustar a la población, comienzan a funcionar el bulo y el rumor a gran escala -¿quién silencia el teléfono en una sociedad desarrollada?-, se aumentan o deforman las historias y el pánico resulta no pocas veces mayor, al tiempo de que se crea el caldo de cultivo de la inseguridad que los terroristas buscan y las autoridades quieren evitar. ¿No sería mejor, más cívico, más humano y justo, que TVE explique a los habitantes de las costas españolas lo que está sucediendo?

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En el caso que nos ocupa, el escandaloso silencio informativo, sospechosamente acordado por la mayoría de los medios privados de comunicación y fielmente aplicado por los oficiales y oficiosos, es tanto más ridículo por cuanto que la campaña está destinada fundamentalmente a hacer desistir a los turistas de Europa de venir a España. Y la prensa europea está informando convenientemente de la situación.

Es lamentable por eso que los terroristas de ETA, tan contundentemente rechazados y ridiculizados por el manif¡esto de intelectuales vascos de hace pocas semanas, se encuentren como adversario un Estado cuyos funcionarios parecen dispuestos a salvar la temporada veraniega ocultando a los ciudadanos españoles lo que los europeos conocen de sobra por su Prensa y su televisión. ¿Pero qué habrán de salvar una vez que comiencen a estallar bombas. si los locos de ETA prosiguen en su empeño?

Hasta el momento, el Gobierno ha intentado aplicar la ley del silencio a las opiniones discrepantes y a las informaciones -incluso dadas en una comisión de investigación del Congreso- que arrojan alguna luz sobre el basurero, de Televisión Española. Es de temer que, a partir de ahora, los nuevos tutores de la opinión pública -dispensadores a troche y moche de carnés y credenciales- traten de aplicar la mordaza también a las noticias desagradables. Todo esto sería condenable en cualquier circunstancia y aspecto. Pero cuando lo que anda por medio es la seguridad de los ciudadanos y el conocimiento de la realidad del proceso vasco, la cuestión resulta mucho más grave.

De seguir las cosas por este camino habría que convenir que al final ETA ha obtenido su primera victoria seria en su estrategia asesina y absurda de llevar las cosas al «cuanto peor, mejor». La ya limitada libertad de expresión habría recibido una estocada fulminante: la del espadachín que trata de ocultar su miedo a la verdad y al conocimiento con el ropaje inusitado, e inadmisible en una verdadera democracia, de las dignidades del Estado, que unos funcionarios públicos pretenden representar a su corto arbitrio.

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