Editorial:

La resaca del debate

TRAS LA euforia del debate televisado de la pasada semana, ha llegado el despertar del desaliento y la resaca. El Gobierno se mantiene en el poder, pero a los centristas les queda el sabor a ceniza de las causas reales de esa moción de censura que la dimensión constructiva en pro de los socialistas ha ocultado o dejado entre paréntesis. Y les queda, sobre todo, la desoladora impresión de un Gobierbo de minoría, enfrentado por diversas y a veces contrapuestas razones con el resto del Cengreso.Las declaraciones del señor Suárez en Valencia hablan, sin embargo, muy positivamerae de ...

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TRAS LA euforia del debate televisado de la pasada semana, ha llegado el despertar del desaliento y la resaca. El Gobierno se mantiene en el poder, pero a los centristas les queda el sabor a ceniza de las causas reales de esa moción de censura que la dimensión constructiva en pro de los socialistas ha ocultado o dejado entre paréntesis. Y les queda, sobre todo, la desoladora impresión de un Gobierbo de minoría, enfrentado por diversas y a veces contrapuestas razones con el resto del Cengreso.Las declaraciones del señor Suárez en Valencia hablan, sin embargo, muy positivamerae de su olfato, político y de su instinto de poder. Nada más acabar el debate de la moción de censura, el presidente del Gobierno comienza a plantearse ya la necesidad de un acuerdo de mayoría en el Congreso que pueda traslucirse en una verdadera crisis ministerial, algo muy distinto del aborto producido a comienzos de mayo. En efecto, UCD no puede seguir gobernando en la soledad en que la votación de la moción de censura le ha dejado. El problema, sin embargo, es saber qué dirección va a tomar para lograr esa mayoría parlamentaria estable que el país necesita.

Hacia la derecha, UCD puede pactar con Coalición Democrática. Pero es dudoso que Suárez acepte la posibilidad de su propio suicidio, dado que la entrada de Fraga en la mayoría parlamentaria y en el Gobierno pondría en marcha una dinámica, seguramente irresistible, que fortalecería a los sectores dernocristianos de UCD y alzaría sobre el pavés a un nuevo presidente del poder ejecutivo. Hacia la izquierda, la gran coalición con los socialistas sólo sería posible si surgiem una grave crisis de Estado, una profunda conmoción social o un riesgo indudable para la supervivencia de las instituciones democráticas. Nada indica que una coalición así pueda o deba hacerse.

Queda como única salida -descartada la obvia imposibilidad actual de una alianza con el PNV- la alianza de UCD con la Minoría Catalana, que no le aseguraría la mayoría absoluta, a falta de dos escaños, pero que le pondría al resguardo de perder la cuestión de confianza prevista en el artículo 114, y posiblemente le proporcionaría apoyos o neutralidades en otros grupos parlamentarios. No son escasos los españoles, fuera de Cataluña, que consideran a los hombres de Convergencia Democrática como el único exponente serio de ese centrismo modernizador y progresista que nuestro país tanto necesita. Pero esa eventual, y para algunos deseable, alianza entre UCD y la Minoría Catalana no debería reservar a los recién llegados carteras de consolación o ministerios económicos. Nada sería peor que una fórmula de este tipo, que cargaría de razón a quienes sospechan, desde los supuestos del agravio comparativo, que la autonomía catalana es fundamentalmente un asunto de dinero o una reivindicación de la burguesía industrial y comercial del Principado.

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Si ese pacto llegara a realizarse, no sólo los catalanes, sino también muchos otros españoles, verían con simpatía la entrada de los hombres de Convergencia Democrática en el corazón mismo del Estado.

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