Tribuna:

El acosado de la Moncloa

Ese día parlamentaria y políticamente histórico que podría añadirse a las otras abreviaturas de la transición, el 20-M (20 de mayo), registra inicialmente un suceso de gran envergadura democrática. El hombre que preside el Gobierno, y que es líder del partido político que ocupa el poder, y que representa a la minoría mayoritaria con más asistencia en las urnas de 1979, está acosado -con diferentes acosos- por diferentes fuerzas políticas y sociales, y hasta por un caballo de Troya que tiene dentro de la fortaleza. Este hombre sorprendente, atractivo, tunante (en su acepción castellana m...

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Ese día parlamentaria y políticamente histórico que podría añadirse a las otras abreviaturas de la transición, el 20-M (20 de mayo), registra inicialmente un suceso de gran envergadura democrática. El hombre que preside el Gobierno, y que es líder del partido político que ocupa el poder, y que representa a la minoría mayoritaria con más asistencia en las urnas de 1979, está acosado -con diferentes acosos- por diferentes fuerzas políticas y sociales, y hasta por un caballo de Troya que tiene dentro de la fortaleza. Este hombre sorprendente, atractivo, tunante (en su acepción castellana más noble), embaucador de pícaros, masturbador de ambiciosos, temeroso de intrigantes y con una ambición política que no alivia o cercena la adversidad o los sinsabores, se construyó un gran cerco, a la manera como se defendían los cristianos antiguos de la morisma, y al final la morisma ha puesto sitio a la fortaleza. No habrá asalto, o no es posible que lo haya, salvo sorpresas; pero hay desabastecimiento interno. El presidente del Gobierno carece de recursos para sostenerse cercado a largo plazo. Los acosos son los siguientes:En primer lugar, el acoso socialista. Los dirigentes socialistas temen -y no les falta razón- compartir el poder con UCD, porque los problemas que están sobre la mesa son tan graves que el deterioro del Partido Socialista estaría asegurado cuando ni siquiera pueden gozar del poder plenamente e imponer sus fórmulas o criterios. Pero llegarían a una colaboración de esta naturaleza arriesgada si estuviera en juego la democracia, con una sola condición: su colaboración sería en un Gobierno sin Suárez y sin el entourage del presidente. La desconfianza del equipo dirigente socialista hacia Adolfo Suárez es total: piensan que han sido engañados numerosas veces en el reciente pasado y el cuento se ha acabado.

El segundo acoso es el de los comunistas: este no es un acoso de convicciones o de valoración de los engaños. Santiago Carrillo es un táctico de largo recorrido, y el engaño o la simulación le parecen una estrategia y la asume sin dramatizar. Pero los comunistas respiran por dos heridas: la de no compartir alguna forma de poder o de influencia con el Gobierno, a efectos interiores y exteriores, y la descapitalización de su organización sindical, que son las Comisiones Obreras, en su relación con los patronos y con las autoridades de nuestra economía. Santiago Carrillo, con Berlinguer de invitado y Pasionaria a su costado, despedazó a Suárez recientemente en la Monumental de Las Ventas.

El tercer acoso, aunque solapado, expectante e inversor, es el de Coalición Democrática, con ese trío no homogéneo y diferente constituido por Fraga, Osorio y AreiIza-Senillosa. Este grupo parlamentario y político espera verlas caer o arrimar su hombro en función de esto o aquello.

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El cuarto acoso es el de los catalanes, puesto que los vascos no están, y que se ponen en situación de verlas venir, en función de un toma y daca implacable. Cataluña vende favores a cambio de un nacionalismo catalán más puro. Pujol es un comerciante y Suárez es sensible al comercio político.

El quinto acoso es el caballo de Troya de liberales, socialdemócratas y otros personajes dubitativos o con ambiciones de porvenir que intrigan, horadan y gusanean en el propio partido de UCD, una vez que han resuelto para sus conciencias y su vida política que es más importante y debe ser más duradero el partido que el líder actual. Este acoso puede ser el más grave, aunque no se formalizara ahora de una manera ostensible. El presidente del Gobierno y el líder del partido son incapaces de llevar este caballo de Troya fuera de las murallas.

El sexto acoso es el de la prensa y algunas áreas informativas y de opinión de la radio. Los más importantes periódicos -en la órbita de la democracia- y los más significados y populares columnistas no están ya con el presidente del Gobierno. Este es el segundo acoso gravísimo de la situación. A los enemigos parlamentarios se les puede reducir con unas votaciones. Parece que a determinados y prestigiosos escritores y periodistas políticos no se les reduce con el pesebre, con la adulación o con la esperanza, y no olvidemos que ciertos desecalabros de este siglo, el de Maura en la primera Restauración, el de Lerroux en la República y en los años recientes el de Nixon en Estados Unidos, y el del general De Gaulle en Francia tuvieron dinamiteros periodísticos, y en todos los casos como expresiones populares evidentes.

El séptimo y último acoso es el del pánico nacional por la situación y por la nula esperanza que tiene el país porque alivien los grandes problemas actuales los equipos de poder -después de su renovación última- y los métodos utilizados para gobernar. El pueblo español no tiene esperanza, sino un gran desaliento. Este no es un momento de especulaciones para que unos dramaticen y otros triunfalicen. Ya no son posibles las habilidades de una oposición o de unos gobernantes. Lo que está delante de la ciudadanía, en cuanto a hechos, son habas contadas. No hay autoridad para acabar con los terrorismos. No hay competencia para resolver los problemas económicos. No hay aclimatación social para construir un diálogo de intereses razonable entre patronos y obreros. No hay imaginación política para emprender la tarea de un desarrollo constitucional que fabrique un nuevo Estado con el suceso de las autonomías y el establecimiento definitivo de sus límites y de sus competencias. No hay un rigor económico del Estado, representado en sus Presupuestos, para no gastar más de lo que se tiene, en un régimen de prioridades inteligentes, con el valor de decirle al país que no estamos, por lo que producimos o invertimos, en el sueño de una noche de verano. No hay una política exterior clara, valerosa, transparente, y no hacemos otra cosa que mojar en todas las salsas, cuando sabemos perfectamente que tenemos solamente dos objetivos en el mundo internacional: el objetivo, económico, y el objetivo de la defensa. No hay más. La política internacional es implacable, y no existe en ella la menor sensibilidad. O nos beneficiamos o nos benefician. No hay otro dilema. Y aquí, en lugar de ser comerciantes o estrategas, somos gaiteros.

Todos estos son los acosos del presidente del Gobierno que van a tener lugar el 20-M. Pienso que la moción de censura es inviable o difícil, por razón de una exigencia constitucional de mayoría absoluta y de presentación de candidato a la presidencia. Creo que una nueva investidura, mediante la petición por parte del Gobierno del voto de confianza -tras el vendaval- podría ser más viable, aunque con todos sus riesgos, por razón de esa otra exigencia constitucional de la mayoría simple. La dificultad de ambas cosas atenaza en el poder al presidente, y este es uno de los grandes vacíos de una democracia, que hemos construido en 1978 y, sin embargo, no es satisfactoriamente moderna o con garantías. El sentido común de la gente dice que un Gobierno sostenido sobre un partido que ha perdido estrepitosamente Cataluña, el País Vasco, Andalucía, y es irresoluto ante casi media docena de gravísimos problemas nacionales, no merece estar un solo minuto en el banco azul del Parlamento. Y también, con la Constitución en la mano, y a poca afición que tenga un Gobierno a permanecer, resulta muy difícil, y hasta casi imposible, desalojarlo. Esta es otra de las graves disparidades entre la España vital y la España oficial, que un día recordara Ortega para casos no exactamente como los actuales, pero del mismo parentesco. Y mientras todo esto sucede, el Rey, que es el jefe del Estado, y no un mero regalo tradicional de la historia, está atado de pies y manos, porque ni puede dar la mano a un presidente que no le arregla las cosas ni puede darle una nobiliaria patada en el trasero. La Constitución, sin embargo, le asigna el arbitraje y la moderación del «funcionamiento regular de las instituciones». Pero aqui todo funciona regularmente; lo que no funciona, es el país. Este cuadro que he pintado, bien merecía una moderación y un arbitraje. Pero no existe tal posibilidad.

¿Puede admitirse la paradoja de que funcionen las instituciones y no funcione el país? Pues en esta paradoja estamos. O se acaba con esta paradoja o la paradoja acaba con el sistema. Por lo pronto sería muy deseable que el 20-M no fuera un mal recuerdo -pero sin brillantez- de nuestro parlamentarismo excelente del XIX. A lo menos, que si la Constitución tiene lagunas, y el Gobierno no gobierna, y el residente es casi inmortal, que, por lo menos, se salve el Parlamento, que es donde está representado el país, para que lo que se diga sea vigoroso, lo que se pruebe sea concluyente y que luzca más la crítica y la preocupación que el desahogo. Douglas Home había estado dos años inmovilizado por una lesión vertebral y cuando se incorporó a la política de nuevo, señaló: «Soy un caso sin precedentes en la historia: el de un político incapaz de doblegarse». Este es el caso de Suárez, independientemente de sus éxitos anteriores, con sus vértebras políticas gravemente afectadas por la situación y dispuesto a no doblegarse. Pero una vez el célebre Bob Hope dijo en la década de los sesenta algo insuperable de América: «Sólo poseemos dos clases, el pueblo y los Kennedy». Esto es lo que parece que está sucediendo aquí: el pueblo español y Suárez. Demasiado simplismo político y un error que podríamos pagar caro.

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