Reportaje:

Fabero, del esplendor de la minería a las estrecheces del paro

El Ayuntamiento de Fabero es en estos momentos un coto privado de la izquierda, que en las últimas elecciones consiguió diez de las trece concejalías, mientras quedaban el resto en manos de UCD. El PCE, con siete concejales, gobierna desde entonces en solitario un municipio que en los primeros años veinte comenzó a crecer de forma paralela a las minas de carbón. Esta relación de dependencia decidió los períodos de prosperidad y las épocas de crisis con frecuentes altibajos en el número de habitantes, que en un 90% siguen dependiendo de las cinco minas de la zona como jubilados o trabajador...

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El Ayuntamiento de Fabero es en estos momentos un coto privado de la izquierda, que en las últimas elecciones consiguió diez de las trece concejalías, mientras quedaban el resto en manos de UCD. El PCE, con siete concejales, gobierna desde entonces en solitario un municipio que en los primeros años veinte comenzó a crecer de forma paralela a las minas de carbón. Esta relación de dependencia decidió los períodos de prosperidad y las épocas de crisis con frecuentes altibajos en el número de habitantes, que en un 90% siguen dependiendo de las cinco minas de la zona como jubilados o trabajadores en activo.

Según el alcalde de Fabero, Felipe del Castillo, desde que en 1978 se presentó el primer expediente de crisis han abandonado el pueblo alrededor de 2.000 personas, y al menos otras trescientas familias tendrían que seguir el mismo camino si en los próximos meses no se llega a una solución aceptable. El primer expediente de Antracitas de Fabero obligó a un pacto entre la empresa y las centrales sindicales para salvar las minas; se logró que la explotación sobreviviera sin excesivos problemas durante un período de seis meses, hasta que los impagos de ENDESA -principal cliente de Antracitas, que llegó a deber más de 2.000 millones de pesetas a las empresas del sector provocaron el cierre.

Encierro en el pozo Julia

La crisis estalló de forma espectacular en junio del pasado año, cuando 94 trabajadores se encerraron en el interior del pozo Julia, con cuatro ingenieros como rehenes, para protestar contra un nuevo expediente de regulación temporal de empleo y reclamar los salarios de más de tres meses, que no habían sido hechos efectivos por la empresá-debido a problemas financieros. El encierro se prolongó durante una semana y dio lugar a numerosas manifestaciones y actos de protesta, entre ellos una huelga general que paralizó por completo el pueblo.Poco después, el Fondo de Garantía Salarial se comprometió a pagar la deuda de la empresa y la delegación de Traba o aprobó una reducción temporal de plantilla por la que seiscientos de los casi ochocientos trabajadores de Antracitas pasaron a percibir el subsidio de desempleo. El expediente fue prorrogado en varias ocasiones, la última de ellas a primeros de 1980.

En la valoración de aquella crisis todas las partes coinciden en señalar que supuso el mayor bache económico de la historia de Fabero. Entre los miles de personas que abandonaron el pueblo para instalarse en las cuencas mineras vecinas figuraban los grupos de inmigrantes, fundamentalmente portugueses, paquistaníes y africanos, que años atrás habían llegado a las minas atraídos por los altos salarios del interior. En algunos bares todavía pueden verse pegatinas en las que se alude a Fabero como la calefacción de España, y los propietarios añoran los tiempos en que el dinero corría abundante y alegremente de los bolsillos de los mineros a los comercios de la zona.

«La gente se está acostumbrando a ahorrar por primera vez después de muchos años de vivir al día», dice el alcalde. Muchas familias se dieron cuenta hace un año, cuando estuvieron tres meses sin cobrar, de que la crisis podría repetirse en cualquier momento, y se acuerdan de que el propio ayuntamiento tuvo que repartir en aquella ocasión vales de comida».

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Vivir del Estado

La gente, según el alcalde, vive en estos momentos en una situación de compás de espera, confiada en que los veinte millones del desempleo que puntualmente llegan cada mes se prolonguen todavía durante algún tiempo. El hecho de que haya pasado ya un año desde que los parados cobraron las primeras cantidades con cargo al Fondo de Garantía Salarial hace que una parte de ellos se inquiete por el retraso con que se están gestando las posibles soluciones a la crisis, pero la opinión más generalizada es que el Estado no dejará de pagar puntualmente mientras los trabajadores puedan mantener una fuerte capacidad de presión mediante movilizaciones populares similares a las del pasado verano.La quiebra de Antracitas, por mala estructuración y deficiente gestión, ha costado al Estado más de seiscientos millones de pesetas, de los que 410 corresponden a cuotas impagadas a la Seguridad Social o al Ministerio de Hacienda y alrededor de 240 al subsidio de paro. Poner en marcha la empresa al cabo de un año de inactividad casi total costará otros 351 millones en créditos oficiales, en total mucho más de lo que ningún empresario pagaría por la explotación. Las centrales sindicales y los grupos de izquierda han utilizado estas cifras en las negociaciones con la Administración como principal argumento para pedir la nacionalización de la mina, lo que parece muy poco probable, dados los criterios que rigen la política económica de UCD.

Un toque de atención

La urgencia de las soluciones puramente económicas han dejado en un segundo plano los problemas que tradicionalmente han venido afectando a las cuencas mineras. Así, las reivindicaciones en materia de seguridad son hoy muy limitadas, a pesar de que en el último año los accidentes de trabajo costaron un total de dieciocho vidas humanas en las minas de León, de ellas seis en Fabero.Las condiciones de trabajo tampoco han mejorado sensiblemente en los últimos años, al menos lo que se refiere a las enfermedades profesionales -silicosis, producida por el polvo del carbón-, que han convertido a Fabero en un municipio de gentes prematuramente envejecidas, donde la edad media de jubilación no suele ir más allá de los cuarenta años. Actualmente, los salarios del interior -picadores y barrenistas, entre otros- giran en tomo a las 70.000 pesetas mensuales, con un período de vida activa no superior a quince años. Fuera de las galerías los sueldos se reducen prácticamente a la mitad.

Para los 1.500 pensionistas de Fabero -tantos como trabajadores en activo, según las centrales-, la jubilación supone la vuelta a trabajo de subsistencia, que en la mayor parte de los casos se reducen al cultivo de una pequeña parcela en sus pueblos de origen. Las pensiones, que últimamente alcanzan las 30.000 pesetas mensuales, sólo cubren durante los primeros años las necesidades de las familias y se reducen a cantidades simbólicas cuando el trabajador apenas ha alcanzado una edad madura. En estos momentos el grueso de los ubilados de Fabero siguen percibiendo pensiones que raramente superan las 18.000 pesetas.

La crisis de Antracitas de Fabero, que por sus características ha supuesto una llamada de atención para otras poblaciones mineras de El Bierzo, se inscribe dentro de la crisis general que en 1979 afectó de lleno a la minería del carbón, con amenazas de cierre en numerosas empresas y reducciones en las plantillas. El resto del sector se encuentra actualmente, según apreciaciones de la patronal, a la espera de una oportunidad favorable para el relanzamiento de las exportaciones, que permita, a su vez, crear nuevos puestos de trabajo en la zona. Durante 1979, la producción se mantuvo en torno a los dos millones de toneladas, equivalentes al 60% de la producción total del país -a pesar de que el número de puestos de trabajo disminuyó en casi un millar, situándose a finales de año en 5.567 empleos- Según las mismas fuentes, las empresas tienen actualmente cubiertas sus plantillas, y sólo el cumplimiento por parte del Gobierno de las ayudas prometidas a las empresas permitiría una nueva expansión de las minas.

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