Tribuna:SPLEEN DE MADRID

Sampedro

Los ojos negros, vivos, inteligentes. Las zapatillas de cuadros, confianzudas y hogareñas, en la asepsia geométrica y fría del Francisco Franco. Las manos voladas, una inexistente, la otra, la derecha, reducida a esquema, tan expresivo en este hombre, con el gran reloj de pulsera en la muñeca. Juan Antonio Sampedro, de este periódico, desvencijado por la bomba que maduró, siniestra, hace un año, contra su pecho duro y cordial, ahora desnudo bajo el pijama, y la franja blanca e incógnita del vendaje en el estómago:-Estos días he tenido fiebre muy alta, pero hoy ha hecho crisis la fiebre....

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Los ojos negros, vivos, inteligentes. Las zapatillas de cuadros, confianzudas y hogareñas, en la asepsia geométrica y fría del Francisco Franco. Las manos voladas, una inexistente, la otra, la derecha, reducida a esquema, tan expresivo en este hombre, con el gran reloj de pulsera en la muñeca. Juan Antonio Sampedro, de este periódico, desvencijado por la bomba que maduró, siniestra, hace un año, contra su pecho duro y cordial, ahora desnudo bajo el pijama, y la franja blanca e incógnita del vendaje en el estómago:-Estos días he tenido fiebre muy alta, pero hoy ha hecho crisis la fiebre.

Entre el vivo y el muerto del atentado, Juan Antonio Sampedro, al que no he podido ver antes, estos días, por la infección que ardía en el desgarrón de su vientre operado. Entre el vivo y el muerto, ni vivo ni muerto, habitando en la ardiente oscuridad los silencios concéntricos de la fiebre, de la clínica, de la sociedad, de la policía.

-Un día, el médico, que ha sido muy importante para mí, me dijo que tenía que hablar despacio conmigo, me explicó cómo había quedado yo. Y lo he asumido, lo he resuelto mentalmente, lo tengo todo claro respecto de mí mismo.

Con él, su mujer y un par de compañeros. En Alcorcón queda el hogar huido, los niños llevados y traídos al colegio por manos ajenas. Tres niños al amparo de los abuelos. Juan Antonio Sampedro, madrileño de treinta y tantos años, lo tiene todo asumido, lo ha resuelto mentalmente, está en claro Y en paz consigo mismo. ¿Saben los terroristas a quién matan, cuando matan? La bomba que desguazó a Sampedro, mientras un compañero moría y otro se salvaba ileso, vino a recortar, rebañar cruentamente esta figura de hombre, pero vino también a señalar, a distinguir, a condecorar inversamente a un madrileño entre miles, al hombre que ahora miro, y que si no, quizá, no habría mirado nunca, jamás, pese a estar en lo mismo y ser lo mismo, por bobas lejanías de espacio y tiempo.

-He tenido mucha fiebre, he sudado mucho y estoy débil. Pero como de todo y calculo que en una o dos semanas saldré de aquí. Es importante volver a casa, al hogar, donde todo le responde a uno en torno.

El riñón artificial, la naturalidad de la palabra ligera y como cervantina de los que no han leído demasiado a Cervantes, ni falta que les hace, porque son el pueblo mismo que escuchaba don Miguel, el castellano tranquilo y fácil de Sampedro, el aire de la clínica, amputado en muñones.

Cuando los sufrimientos y secuestros de algunas figuras nacionales, se ha hablado a veces de su «entereza cristiana» para soportar el dolor y la humillación. Siempre nos dan noticia de las grandes cosas de los grandes, pero ¿quién tiene noticia de esta gran entereza, no sé si cristiana o qué, de este corazón herido y subalterno, de este hombre que se ha rehecho a sí mismo -más dificil que hacerse- mentalmente, igualando con la vida el pensamiento y completando en esquema intelectual lo que le falta ya para siempre a su perfil vital? Sólo quería enterarme y me ha tocado asombrarme.

-Estuve, al principio, un mes con los ojos tapados.

En la ardiente oscuridad buerovallejiana, que Buero entiende bien estos casos de justicia/injusticia. Ni una alusión a sus presuntos asesinos, a la marcha del caso, ni un movimiento de odio en sus ojos fijos y lúcidos. ¿De dónde, desde dónde esta elegancia natural del puro pueblo, que a otros se nos malpudre de mala cultura? Me ha estropeado gloriosamente la tarde este hombre. Qué inexistente y pálida la rueda de los cócteles, sabiendo ya que hay en la vida este centro de dolor y paciente lucidez, cuando todos andamos entre el ruido grande de la política y el silencio de la policía, aturdidos y demócratas, queriendo ser felices y de cine. «Yo creo que voy a recuperarme pronto.» No sabe (aunque se diría que este hombre lo sabe todo) que está ya recuperado, que la metralla torpe le ha hecho más listo. Pongo una mano en su hombro. «Sampedro», digo. Y no digo nada.

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