Tribuna:SPLEEN DE MADRID

Afrodita Lib

Feliciano Fidalgo ha contado muy bien en este periódico la manifestación feminista de París protestando contra las recientes declaraciones/ restricciones del Papa y exigiendo la aprobación definitiva de la ley abortista de la señora Veil.El genio literario francés, que va de los redactores deportivos de L'Equipe a las manifestaciones callejeras, pasando por las Memorias de De Gaulle, ha acuñado la frase/impacto en esta ocasión:

-Nuestro cuerpo no será para Chirac, para Debré ni para el Papa, decían las parisienses.

Afrodita Lib está n...

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Feliciano Fidalgo ha contado muy bien en este periódico la manifestación feminista de París protestando contra las recientes declaraciones/ restricciones del Papa y exigiendo la aprobación definitiva de la ley abortista de la señora Veil.El genio literario francés, que va de los redactores deportivos de L'Equipe a las manifestaciones callejeras, pasando por las Memorias de De Gaulle, ha acuñado la frase/impacto en esta ocasión:

-Nuestro cuerpo no será para Chirac, para Debré ni para el Papa, decían las parisienses.

Afrodita Lib está naciendo/renaciendo de las espumas contaminadas del fin de siglo, que es como un Finisterre de los tiempos, con Wojtyla recorriendo el huecograbado del mundo en imagen de arcángel boxeador y conservador, Edward III, de la dinastía Kennedy a su costado, católico y novio, casado de una muerta en el puente difícil, muñeca humana de tamaño natural/ Berlanga, y todas las católicas yanquis de medio velito a lo Doris Day, que han aplaudido al Papa por la mañana y se han tomado la píldora por la noche, como siempre.

Lo cual que Carter ha dicho la frase democrática que nos alecciona en democracia a todos:

-No utilizaré electoralmente contra Kennedy el episodio del puente.

Y con esta declaración ya han utilizado el episodio en contra del ciudadano K. Afrodita Lib nace/renace múltiple en todas las espumas litorales del movedizo mapa de la época, y hasta entre las espumas industriales de Bilbao asoma su desnudo de niebla y acero, más hija de Zubiaurre que de Botticelli, para asistir al juicio contra once/mujeres/once, abortistas o abortadas, que los memoriones de este periódico han emparentado certera y trágicamente con las brujas de Salem.

Pero Arthur Miller, que denunció en su drama/documento aquel auto de fe del puritanismo pionero de su América, haría luego su víctima de la Afrodita/Marilyn, y hasta le escribió el auto de fe después de la caída, porque el día en que iba a morir Marilyn, Terenci, amor, Artaud aterido de las Ramblas, ella sabía ya que el nembutal letal y decisivo se lo daba el machismo americano. Su cuerpo no fue para Chirac, para Debré ni para el Papa (que entonces debía ser otro), pero había sido para muchos hombres -¿también otro Kennedy?-, y finalmente fue para el fuego purificador y frío del neón alarmante de la casa de enfrente.

Afrodita Lib bajo los paraguas de París/ Cherburgo, gritando contra un hombre más que contra un Papa, chillando contra el peatón Wojtyla, arcángel peatonal que va imponiendo cárceles, mazmorras, inflernos, calabozos de culpa, inquisiciones, a su paso blanco y vivo por la Tierra, Lázaro que se ha desamortajado a sí mismo y deja por el viento otoñal del siglo los vendajes sepulcrales e impolutos de una Iglesia que creíamos otra. Afrodita pagana y liberada, Afrodita laboral y anacreóntica frente a la serpiente teológica del Luna Park de Adán y Eva, serpiente con cara de Esculapio que se enrosca bizantinamente en las columnas de oro vaticano y en los cálices de la farmacopea de derechas, enjoyada de letanías y aspirinas.

Once mujeres malas en Bilbao. Un juicio retroactivo y milenario. Nuestro editorialista lo ha explicado lúcidamente, pero aquí en las páginas amarillas, entre las parísíenses liberadas, entre los Kennedy/Carter que fianquean al Papa, como ángeles de la guarda o guardaespaldas del Angel de la Guarda universal y convencional, yo podría contar el caso de la espanola pobre, de la madrileña sub, sin charter para Londres, que buscaba no hace mucho, allá por Ventas, al abortista cojo y de poco precio, entre los muertos de la Sacramental, al hombre de bigote y celestina que ensangrienta sus manos torpes en la entraña de Afrodita, en las agallas dulces y dolientes de la mujer que es mar y libertad.

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