Editorial:Después de las elecciones /5

Cataluña

CATALUÑA ES algo más que una de las múltiples comunidades autónomas ideadas por UCD, para anegar a las nacionalidades históricas. La soberanía política hasta finales del siglo XV, dentro del reino de Aragón, y las instituciones de autogobierno vigentes hasta comienzos del siglo XVIII confieren a su pasado características profundamente diferenciadas del resto de los territorios que forman España. El catalán ha sido un idioma que no sólo ha servido de instrumento para tina cultura cualitativamente tan notable como la escrita en lengua castellana -desde Raimundo Lulio y Joannot Martorell h...

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CATALUÑA ES algo más que una de las múltiples comunidades autónomas ideadas por UCD, para anegar a las nacionalidades históricas. La soberanía política hasta finales del siglo XV, dentro del reino de Aragón, y las instituciones de autogobierno vigentes hasta comienzos del siglo XVIII confieren a su pasado características profundamente diferenciadas del resto de los territorios que forman España. El catalán ha sido un idioma que no sólo ha servido de instrumento para tina cultura cualitativamente tan notable como la escrita en lengua castellana -desde Raimundo Lulio y Joannot Martorell hasta Maragall y Salvador Espriú-, sino que en las épocas oscuras de la unificación administrativa resistió las embestidas centralistas y se, mantuvo sierripre como vehículo de comunicación familiar y social, tanto en el campo como en las ciudades. El gran desafio que representó la inmigración masiva de mano de obra andaluza y castellana para trabajar al servicio de la burguesía industrial catalana amenazó con resquebrajar, en el primer tercio de siglo, la identidad de un país bruscamente acrecentado en su población por familias que hablaban otro idioma y eran herederas de otra cultura. Sin embargo, la manipulación lerrouxista de los inmigrantes y los llamamientos del cenetismo a la solidaridad clasista por encima de los orígenes nacionales han sido neutralizados, en las últimas décadas, por los esfuerzos de socialistas y comunistas para construir una comunidad catalana no basada en los orígenes, sino en el futuro y por la renuncia del catalanismo más tradicional a convertir la pureza de la sangre y frondosidad de los árboles genealógicos en la línea divisoria del combate político.Cabría afirmar que el tratamiento dado desde el Gobierno y la Oposición a la cuestión catalana es uno de los escasos argumentos que permiten contemplar sin completa desesperanza el futuro de las nacionalidades, en general, y del País Vasco, en particular, enconado por la torpeza e ignorancia de todos.

Por lo demás, los resultados de las elecciones del 1 de marzo en Cataluña ponen de relieve que las complicadas relaciones entre el País Catalán y el resto de España también se reflejan en los nexos que unen y diferencian a los partidos catalanes con sus homólogos en todo el Estado.

Unión y Convergencia, el partido del centro catalán que entronca con el nacionalismo tradicional, ha mantenido sus posiciones. La pérdida de sufragios, en términos absolutos, se ha debido seguramente al abandono del Reagrupament fundado por Pallach, que se adhirió, después de las pasadas elecciones, al Partido Sacialista de Cataluña. La sección catalana de UCD ha logrado, en cambio, mejorar sus resultados. El fichaje de un demócrata catalanista de tan limpia ejecutoria como Canyellas, procedente de la democracia cristiana, para encabezar la candidatura de Barcelona, ha jugado probablemente un papel positivo en la ganancia de votos. Pero las bendiciones visibles e invisibles del honorable Tarradellas, reclamado por la ingenuidad de la izquierda para regresar del exilio y presidir la Generalidad, pero capitalizado por la sagacidad del interesado y el oportunismo del Gobierno en favor de UCD, han sido, sin duda, el factor preponderante en ese alza del voto ucedista en Cataluña. Los espectadores ignorantes de las complejidades de la vida pública catalana se preguntarán la razón de que ambas formaciones no se unan en un solo partido. Al parecer, no faltan voces en el seno de cada coalición -por ejemplo, la de Trías Fargas en CiU- en favor de tal solución. Aquí surge precisamente la peculiaridad de Cataluña. Porque si el partido del Gobierno no acepta con todas sus consecuencias que la organización centrista en Cataluña debe ser, a la vez, una entidad federada con las otras secciones de UCD en España y un grupo político con auténticas señas de identidad en el antiguo Principado, su eventual uníficación con los hombres de Pujol nunca será posible. Y en ese juego hay varias prendas: el Estatuto de Autonomía, la renuncia a fomentar las ambiciones otoñales del honorable Tarradellas y la aceptación de que España no es una unidad de destino en lo universal, sino una comunidad libremente formada por los pueblos que la componen.

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Pero las resistencias para hacer compatible la autonomía de las partes con la unidad del conjunto no es patrimonio exclusivo de la derecha y del centro. También afecta a la izquierda. Hasta el presente, los socialistas han sobrellevado, sin mayores contratiempos, los efectos de la unificación entre el antiguo PSC y el PSOE. Para suerte suya, los dirigentes del socialismo catalán no han sido llamados en comisión de servicios a Madrid y no han abandonado, como algunos andaluces y vascos, el cometido para el que fueron elegidos. En cuanto a los comunistas, hasta ahora propietarios de la fórmula para hacer compatibles la identidad catalana y la militancia española, el estancamiento el 1 de marzo de los elevados resultados que habían obtenido en junio de 1977 ha abierto una crisis artificialmente provocada por las observaciones de Santiago Carrillo al respecto.

No parece demasiado aventurado suponer que los reticentes comentarios del secretario general del PCE a propósito de los comunistas catalanes, paralelos a sus elogios para quienes no han conseguido ni en Galicia ni en el País Vasco un solo escaño, son la respuesta en diferido al amargo trago que le supuso ser dejado en minoría antes del IX Congreso. Pero esas hachas que el señor Carrillo tiene todavía por afilar en Cataluña deberían haber esperado una mejor oportunidad para salir a la luz. Las dificultades del PSUC para ampliar su espacio en

Cataluña no provienen de su catalanismo (difícilmente

criticable, como no sea desde posiciones terroristas) ni de

su acercamiento a Tarradellas (al fin y al cabo, el hombre

que ha hecho posible, en escala menor, el viejo sueño

carrillista del Gobierno de concentración), ni de la poca

virulencia de sus críticas a los socialistas (única garantía,

por lo demás, de que la unidad de la izquierda no es una

expresión vacía), ni de haber aplicado en el seno de su

organización un postulado tan básico de¡ «eurocomunLq

mo» como es la libertad de expresión (lo que da lugar,

necesariamente, a la pública manifestación de tendencias

ya existentes). Mas el estancamiento electoral de¡ PSUC

probablemente nace del efecto de mostración negativo

que supuso el descalabro comunista en el resto del país en

junio de 1977 y de la incapacidad del PCE como conjunto para llevar a la práctica esos proyectos de penetración en la sociedad civil y de alianza con las fuerzas de la cultura que figuran en su programa.

Para la línea de nuestro argumento, en todo caso, lo único que importa es constatar que las dificultades para articular la autonomía de Cataluña dentro de la unidad de España encuentran su reflejo en las resistencias de los partidos a reproducir en su propio seno esa misma dialéctica de diversidad y unidad que predican para la sociedad entera.

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