Balance de la campaña electoral

El desinterés nota dominante de la campaña en Cataluña

El aburrimiento y el desinterés han sido en Cataluña la tónica dominante en la campaña electoral que ayer finalizó. Otros hechos evidentes han sido la pérdida de fuerza de las reivindicaciones netamente catalanistas, con el paralelo incremento del uso de la lengua castellana en la campaña, y el predominio de las formulaciones moderadas, tendentes de forma preferente a conservar el voto del 15 de junio antes que a incrementarlo.La «sucursalización» política de Cataluña -es decir, la penetración total -de los partidos de ámbito español- y la homogenización de los resultados electorales catalanes...

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El aburrimiento y el desinterés han sido en Cataluña la tónica dominante en la campaña electoral que ayer finalizó. Otros hechos evidentes han sido la pérdida de fuerza de las reivindicaciones netamente catalanistas, con el paralelo incremento del uso de la lengua castellana en la campaña, y el predominio de las formulaciones moderadas, tendentes de forma preferente a conservar el voto del 15 de junio antes que a incrementarlo.La «sucursalización» política de Cataluña -es decir, la penetración total -de los partidos de ámbito español- y la homogenización de los resultados electorales catalanes y españoles constituirán, según todos los indicios, dos importantes novedades -de alcance histórico y de contenido muy negativo para el catalanismo político-, que podrán concretarse en los comicios de mañana.

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En toda la campaña sólo la coalición que encabeza Jordi Pujol utilizó masivamente el epíteto sucursalista, que en el pasado constituyó el peor de los insultos, mientras que ahora el «sucursalismo» se ha convertido en una práctica generalizada. «Cataluña no puede ser una sucursal» -rezaban los eslóganes publicitarios de la coalición de Pujol. A ello los socialistas, en privado e irónicamente, replicaban que «lo que Cataluña no puede ser es una sucursal bancaria».

Esta quizá sea la primera y última anécdota viva de la campaña. De una campana que en nada recuerda a la del 15 dejunio. Los cientos de miles de asistentes a los mítines de entonces -400.000 fue el récord- se han convertido ahora en promedios de escasas docenas. Todo se ha empequeñecido. Pero lo que más, ha sido el nacionalismo y autonomismo catalanes.

Cambio cualitativo

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Este cambio cualitativo tiene un doble origen. Por un lado, la operación Tarradellas, que ha resultado para Suárez -y, en definitiva, para todos los partidarios de la unidad de España- de una rentabilidad inconmensurable. Por otro lado, la unificación socialista catalana, cuyo carácter real y definitivo ha sido una integración en el PSOE del embrionario socialismo autóctono.

No hay duda de que el gran freno para la autonomía catalana proviene desde hace meses de la propia Generalidad provisional y su presidencia, desde donde se evitó la desaparición de las cuatro diputaciones catalanas, desde donde se pidió, en materia de enseñanza del catalán, menos de lo que luego Suárez, sin ningún esfuerzo, concedió. En este marco de desconcierto y renuncia, el principal beneficiario en ciernes es UCD. Pero el cambio más sustancial -éste hacia la baja- puede constituirlo una fuerte pérdida de votos por parte de Pujol, en particular en la decisiva circunscripción electoral de Barcelona.

Esto último posee, por otro lado, un fuerte interés poselectoral. Una pérdida de fuerza de Pujol equivaldrá a su sometimiento a Tarradellas y su posterior íntegración en un amplio bloque centrista, posiblemente con dos cabezas, una catalanista y otra en torno a UCD. El común denominador sería el sometimiento a Tarradellas en la perspectiva de las elecciones al Parlamento catalán.

Tanto comunistas como Pujol juegan más a conservar el voto que a incrementarlo. En ambos partidos, asimismo, existen fuertes tensiones internas. En el caso de los comunistas se da, en concreto, un muy evidente predominio de la tendencia socialdemócrata en las candidaturas de las elecciones de mañana y, en cambio, un no menor predominio de leninistas en la lista de las municipales por Barcelona. Ello ha hecho que el entusiasmo de la base del PSUC haya sido desigual.

Los socialistas, por su parte, creen poder avanzar, lo cual puede ser mucho creer. Su campaña electoral ha demostrado tan absoluta falta de imaginación que en lo que sí hay coincidencia es en señalar que -al igual que lo acaecido en la anterior legislatura- la fuerza electoral de los socialistas catalanes puede perfectamente no implicar un posterior dominio de la situación por su parte. Recuérdese al efecto su papel -o la falta del mismo- en el retorno de Tarradellas y su ausencia en la Comisión Constitucional.

Finalmente, UCD puede incrementar su porcentaje menos de lo que piensan sus dirigentes. No obstante, una leve mejora será ya un gran éxito si recuerdan las incoherencias del partido de Suárez en Cataluña poco antes y poco después del 15 de junio. Pero un incremento de votos puede traducirse en una mayor exigencia en su aún embrionaria estructuración orgánica en Cataluña y por una agudización de las contradicciones entre el catalanismo de Marcelino Moreta y el españolismo -por no decir lerrouxismo- de Juan José Folchi.

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