Entrevista:

'Extramuros", nueva novela de Jesús Fernández Santos

"Es una historia de amor heterodoxo"

Jesús Fernández Santos (Madrid, 1926) publicará la próxima semana su duodécima obra, una novela titulada Extramuros, que edita Argos Vergara, de Barcelona. Entre las novelas anteriores de Fernández Santos se encuentran Los bravos, Libro sobre las memorias de las cosas (Premio Nadal, 1970), El hombre de los santos (Premio de la Crítica, 1958), y La que no tiene nombre.

Libros de relaios suyos son Las catedrales, Cabeza rapada (Premio de la Crítica, 1968) y Paraíso encerrado. Sobre su novela de inminente aparición, Jesús Fernández Santos señala que «Extramuros viene a...

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Jesús Fernández Santos (Madrid, 1926) publicará la próxima semana su duodécima obra, una novela titulada Extramuros, que edita Argos Vergara, de Barcelona. Entre las novelas anteriores de Fernández Santos se encuentran Los bravos, Libro sobre las memorias de las cosas (Premio Nadal, 1970), El hombre de los santos (Premio de la Crítica, 1958), y La que no tiene nombre.

Libros de relaios suyos son Las catedrales, Cabeza rapada (Premio de la Crítica, 1968) y Paraíso encerrado. Sobre su novela de inminente aparición, Jesús Fernández Santos señala que «Extramuros viene a ser, a la vez, la historia de un amor un tarito heterodoxo y de un falso prodigio, urdido para salvar a un convento de la ruina. Todo ello sucede en una España ya en los comienzos de su decadencia, en un siglo indeterminado, bajo la dinastía de los Austria».EL PAIS: No parece este un tema muy común en la historia de la literatura española.

Jesús Fernández Santos: En lo que se refiere al amor entre mujeres, la historia, como se sabe, es, más que discreta, muda, mucho más que eri el amor entre hombres, perseguido pero reconocido al fin y castigado por lo común con la hoguera cuando podía ser demostrado.

Las cuestiones del sexo, como el desnudo en la pintura, siempre fueron tocados en aquellos siglos muy de tarde en tarde por nuestros autores, y aun cuando lo hicieron, tal como sucedió a Cervantes, unas veces optaron por pasar de largo y otras por autocensurarse, cambiando el desenlace de la obra. No es preciso sino recordar los dos finales diferentes de El celoso extremeño, uno en el que el adulterio llega a consumarse; otro, salvándolo gracias a un oportuno y benéfico sueño. Ya Américo Castro hacía veir las precauciones y habilidades de que el autor del Quijote se veía obligado a echar mano para enmascarar su pensamiento más a menudo de lo que suponemos.

Si esto era así en lo que podríamos llamar «amores ortodoxos» es fácil imaginar lo que sucedería con los otros, máxime si en ellos se rozaba los predios siempre alerta de la Iglesia. Sobre ellos ni la escena, ni la poesía, ni la novela cuentan gran cosa. Tan sólo algunos diarios y noticias hacen, ante quien quiera pasearse por sus páginas, relación de una serie de sucesos no demasiado claros ni privativos ciertamente de nuestro país, pero que entre nosotros adquieren caracteres especiales. Tales amores escondidos, malditos, no existen literariamente para nuestro Siglo de Oro y, sin embargo, debieron de llenar muchas horas de falsas vocaciones, de tanto encierro inútil, tal como madame. D'Alnoy insinúa en sus páginas.

P. ¿Es ésta luna novela histórica?

R. No se trata en rigor de una novela histórica. No lo es ni en el sentido tradicional, como podría serlo, por ejemplo, Yo, Claudio, ni en el convencional, ese en el que se disfrazan con personajes y vestiduras de otras épocas, conflictos y actitudes de ésta. Puesto a elegir, la primera modalidad me parece la más difícil, la más llena de posibilidades y, por supuesto, la más rica. La segunda, en la que puede incluirse gran parte de la novela romántica, aparece más limitada y de vida más breve. Sus últimos años han venido a llenar de túnicas y arneses los últimos filmes históricos de Hollywood.

P. ¿Por qué el cine, en general, adopta tan a menudo esta modalidad?

R. El cine gusta de esta especie de relatos porque, aunque en ellos los héroes mueran, el futuro queda a salvo, y ello supone un cierto final feliz del que esta industria no pue,de prescindir. En el siglo XIX, con una burguesía lectora como público principal, triunfante y segura de sí misma, poco importaban las desgracias de los protagonistas. El lector, una vez concluido el libro, se deleitaba con su final más o menos triste, seguro también de que su porvenir y el de su clase se hallaban ciertamente a salvo.

P. ¿Cuáles son los problemas que plantea esta modalidad literaria?

R. Acercarse a una realidad ya pasada, recrearla en personajes, psicología y lenguaje, es un modo de afrontarla, a medias entre el ensayo y la novela. Este del lenguajees uno de los primeros problemas que se plantean, sobre todo si la novela está narrada en primera persona. Es preciso acertar no sólo en las palabras, sino en el ritmo y la cadencia. Sería inútil resucitar formas muertas ya y, por tanto, ininteligibles; también resultaría ocioso inventarse otras totalmente nuevas. Es preciso recrearlas tal como en los relatos que aluden a nuestros tiempos. A fin de cuentas, todos sabemos que el lenguaje no se copia, se inventa a medida que se escribe. En tal sentido se parecen las novelas escritas sobre todas las épocas.

Secuencia histórica

P. ¿Cuáles fueron las razones que le llevaron a escribir esta nueva clase de novela?R. Nunca había pensado hacer un libro así, pero cuando publiqué el último de los míos, La que no tiene nombre, incluí en él, entre las diversas acciones, una referida a ciertos hechos históricos. A esta especie de secuencia histórica yo le tenía cierta prevención y, sin embargo, a la postre, quedó como la más viva y actual de la obra, a pesar de los siglos transcurridos desde entonces. Entonces comprendí que cuenta poco el tiempo y que la novela puede hacernos más presentes y actuales unos hechos, al parecer lejanos, siempre que se acierte a darlos como son, sin simbolismos ni trasposiciones.

Así surgió Extramuros, a medias entre la realidad de unas escasas noticias y la imaginación. Después de todo, la fantasía de la que hoy tanto se habla, nace del mundo en torno, de nuestro universo particular, de nuestro propio yo real y concreto, de nuestra experiencia, de todo cuanto a lo largo de la vida amamos o tememos.

P. ¿Qué aportación supone Extramuros en su propia obra?

R. En cuanto a los valores literarios de esta última novela mía, mi opinión cuenta poco. El autor tiende siempre a confundir lo que quiso decir con lo que dijo realmente. Alguien definió el estilo como «el sonido de una mano». Yo creo que ese sonido, en lo que a mí respecta, se ha ido haciendo más sútil con el paso de los años. El tiempo no pasa en balde. Al menos, eso es lo que yo espero y deseo: entender mejor el mundo en torno a mí, comprendermé mejor a mí mismo y contar esa experiencia a los demás con un sonido no demasiado grave, a medias entre el humor y el dolor, entre el temor y la esperanza.

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