Editorial:

Irán, entre la dictadura y la necesaria reforma

EL ESPERADO nombramiento de un militar para dirigir el Gobierno iraní, tras varias semanas de inestabilidad política sin precedentes en el país desde la caída provocada del primer ministro Mossadeg, en 1955, parece ser el último esfuerzo del sha Mohammed Reza Pahlevi para mantener a toda costa y a cualquier precio un régimen milenario y semifeudal en una región que es clave para el actual equilibrio de poder en el mundo. Es también la consecuencia directa de un plan ambicioso de reformas emprendidas por el sha hace quince años, cuyo último objetivo -modificar en su corazón y modernizar las est...

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EL ESPERADO nombramiento de un militar para dirigir el Gobierno iraní, tras varias semanas de inestabilidad política sin precedentes en el país desde la caída provocada del primer ministro Mossadeg, en 1955, parece ser el último esfuerzo del sha Mohammed Reza Pahlevi para mantener a toda costa y a cualquier precio un régimen milenario y semifeudal en una región que es clave para el actual equilibrio de poder en el mundo. Es también la consecuencia directa de un plan ambicioso de reformas emprendidas por el sha hace quince años, cuyo último objetivo -modificar en su corazón y modernizar las estructuras de una sociedad conservadora con un sentido profundo de la religión islámica- había topado desde hace un año con la firme y organizada oposición de una coalición anti natura de intereses religiosos ultraconservadores y de un izquierdismo revolucionario muy de moda en los vecinos países árabes.A juzgar por las primeras reacciones a la militarización del país decidida por el sha, un fracaso improbable de éstos, sus últimos recursos, establecería en el país un régimen islámico, profundamente nacionalista, cuya inestabilidad no sólo tendría graves consecuencias internas, sino que, en el mejor de los casos, convertiría este rico país en un objetivo ideal para los intereses externos, tanto de los que hoy parecen controlarlo de cerca -los países occidentales- como los que lo ambicionan, la Unión Soviética, fundamentalmente.

La situación estratégica de Irán y su enorme riqueza petrolífera -que le convierte en el segundo suministrador de crudos a Occidente de los países englobados en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP)- provocaron, ya en 1955, las apetencias norteamericanas. La participación de las agencias de inteligencia estadounidenses en la caída de Mossadeg quedó ampliamente demostrada en la reciente publicación, en Estados Unidos, de los resultados de la investigación del Congreso sobre la Agencia Central de Inteligencia (CIA), precisamente cuando uno de los directores últimos de ésta, Richard Helms, era nombrado embajador norteamericano en Teherán.

Las elecciones norteamericanas de 1976 provocaron la salida de Helms de su «destierro» asiático, pero antes el que fue jefe de operaciones especiales de la CIA a la caída del Gobierno nacionalista de Mossadeg todavía tuvo tiempo de completar uno de los planes militares de modernización más ambiciosos que se han planeado y ejecutado desde la segunda guerra mundial. Tan sólo en la última década el sha ha dotado a sus fuerzas armadas -cuyo jefe del Alto Estado Mayor es hoy el nuevo primer ministro- con más de 14.000 millones de dólares en armamento, adquirido gracias a la ayuda colaboraicionista de Gran Bretaña, la RFA, Italia y, por supuesto, Estados Unidos. Hoy Irán tiene las fuerzas armadas más sofisticadas de Asia, y su nivel de preparación y de eficacia se le compara, tanto por expertos soviéticos como occidentales, a las de Israel.

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Según estos expertos, el objetivo de los asesores militares occidentales fue crear en Asia, en un país y régimen amigo, la fuerza necesaria que controlara el estratégico estrecho de Ormaz, que une los golfos Pérsico e Indico. No sólo este estrecho es una ruta obligada de casi todo el petróleo del golfo, sino que, contrariamente a la tesis del estratega británico Lord Roberts, el futuro de Asia y del mundo durante este siglo no se iba a controlar desde Singapur sino desde Irán o, mejor dicho, desde el país y régimen que controlara esta vía marítima.

La presente situación semicaótica en Irán, donde un Gobierno militar como el del general Gholam Reza Azhari puede acrecentar ese descontento popular que hoy paraliza los puertos de Irán y, como consecuencia, sus exportaciones de petróleo, amenaza ya con una eventual subida de los precios del crudo, pero este incremento sería de relativa importancia para Estados Unidos y para los países consumidores de Europa ante la perspectiva de un nuevo régimen menos manejable que se impusiera nuevas o distintas metas internas y cuyos objetivos internacionales fueran menos acordes con el actual equilibrio que existe en la zona.

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