Reportaje:El Vaticano, un Estado misterioso /2

Las arcas de la discordia

«Hace falta un Papa que sea un buen administrador», declaró el cardenal neoyorquino Terence J. Cooke nada más llegar a Roma. «Pastores -vino a decir- somos todos.» La administración vaticana, en efecto, es complicada. Las diminutas dimensiones del pequeño Estado parecen disimular su complejidad. Dentro, rodeados de silencios, se encuentran los libros contables. El Vaticano, a pesar de su significado espiritual, tiene también su Hacienda.

Las fotos de la época lo presentan calvo, canoso, con una gran nariz y unas finas gafas de montura dorada. La mirada es huidiza: posiblemente fuese tím...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

«Hace falta un Papa que sea un buen administrador», declaró el cardenal neoyorquino Terence J. Cooke nada más llegar a Roma. «Pastores -vino a decir- somos todos.» La administración vaticana, en efecto, es complicada. Las diminutas dimensiones del pequeño Estado parecen disimular su complejidad. Dentro, rodeados de silencios, se encuentran los libros contables. El Vaticano, a pesar de su significado espiritual, tiene también su Hacienda.

Las fotos de la época lo presentan calvo, canoso, con una gran nariz y unas finas gafas de montura dorada. La mirada es huidiza: posiblemente fuese tímido y reservado. Bernardino Nogara era un banquero que se había especializado en Estambul en las transacciones de oro y divisas. Durante veinticinco años -de 1929 a 1954- fue un hombre poderoso. Como los cardenales, sólo despachaba con el Papa. Era el delegado de la administración especial del patrimonio de la Santa Sede. Fue alguien llevó el espíritu mercantil al Vaticano.El Pacto de Letrán hizo imprescindible los conocimientos, de Nogara. Aquel acuerdo, firmado en 1929 por Pío XI y Mussolini, proporcionó a la Iglesia unos 1.550 millones de liras, equivalentes a unos 256.000 millones de pesetas actuales. Este capital fue repartido equitativamente en tres tipos de inversiones: un tercio en acciones diversas, otro en inmuebles y otro en oro y divisas.

Parece que Nogara fue un. hombre muy hábil. Todavía ahora, los fondos del Vaticano provienen del Pacto de Letrán. Para sus gastos cotidianos, la Iglesia recibe a menudo ayudas económicas de otros países. Los cardenales americanos, canadienses y -ahora, fundamentalmente- alemanes tienen un gran peso en este sentido. La influencia de sus donaciones, dicen algunos observadores vaticanos, pesa algo a la hora de celebrar un cónclave.

Es difícil estimar con una cierta exactitud a cuánto se eleva ahora el capital que comenzó a manejar Nogara. Tribune de Lausanne, calculaba, en 1970, una cifra situada entre los 50.000 y 55.000 millones de francos suizos, lo que equivale a una cantidad actual de dos billones o 2.200.000 millones de pesetas.

Naturalmente, ya entonces L'Osservatore Romano desmintió la estimación de Tribune de Lausanne. Sin embargo, al margen de la credibilidad que merece el prestigioso diario suizo -y especialmente en los temas económicos-, hay un dato que deja, bien clara la buena salud de las arcas vaticanas: se calcula que, en 197,4, cuando quebró el grupo financiero del italiano Michele Sindona, la Santa Sede perdió sin acusar graves problemas, unos 8.000 millones de pesetas. En su caída, la Banca Privata Italiana de Sindona arrastró al Finabank de Ginebra y al Banco Wolff de Hamburgo.

Las maniobras de los financieros.

Hans Wolff, propietariode este último, contó después de la crisis cómo los fínancieros vaticanos maniobraban continuamente con sus capitales, apuntándose siempre a las más ventajosas operaciones de cambio y dando la cuarta parte de sus beneficios a Michele Sindona, que era quien les asesoraba oportunamente sobre qué monedas iban a proporcionar cambios ventajosos.

Posteriores investigaciones relacionarían a Michele Sindona (que huyó a Estados Unidos) con la financiación del fallido. golpe de Estado fascista del príncipe Valerio Borghesse.

El papel desempeñado por Nogara ha seguido manteniéndose después de su muerte, en 1958. Dos cardenales, Di Jorio y Guerri, tomaron el relevo. En el verano de 1967 -y dentro de su reforma de la curia- Pablo VI creó un nuevo organismo encargado de estos temas: la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA). Quizá de este modo el Papa pretendía controlar mejor las finanzas vaticanas en el momento en que empezaban a filtrarse los primeros escándalos: el Vaticano tenía invertido parte de su capital en industrias tan contradictorias con el cristianismo como una fábrica de armas o unos laboratorios farmacéuticos que, entre otros productos, elaboraba anticonceptivos.

La presidencia de APSA la ocupó el secretario de Estado, cardenal Jean Villot, con la asisten la de otros cuatro purpurados..» el australiano James Robert knokx, el yugoslavo Franjo Seper y los italianos Sebastiano Baggio y Pericle Felici.

De la presidencia de APSA dependen dos organismos. De un lado, la Sezione Straordinaria, que se ocupa de las inversiones de los capitales obtenidos en el Pacto de Letrán, siguiendo la herencia del viejo Nogara. Por otro, la Sezione Ordinaria, encargada de los bienes inmuebles, el mantenimiento de los edificios y la nómina de los cardenales y empleados, que vienen a cobrar mensualmente unas 50.000 pesetas, los primeros, y de 20.000 a 45.000 los 3egundos. Monseñor Luigi Esposito la preside.

Paralela e independientemente a estos organismos funciona el Instituto per le Opere di Religione (IOR), que es el comúnmente, lamado Banco Vaticano.

Archivado En