Tribuna:DIARIO DE UN SNOB

Cortarse el pelo

Voy a cortarme el pelo. De cuando en cuando voy a cortarme el pelo. Poco, pero voy. La peluquería y la filosofía de Nietzsche son los grandes halagos al yo que ha dado el mundo moderno. Por esos los chicos que redescubren a Nietzsche se cuidan mucho el largo pelo carabí.En la peluquería se siente uno nietzscheano, superhombre de espejos y manicuras. Leyendo a Nietzsche se siente uno como en la peluquería: se ve uno el yo como en un espejo. Por eso todos frecuentamos a Nietzsche y al peluquero:

-Más corto, don Francisco, más corto -me reconviene el peluquero- Es más sano para el p...

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Voy a cortarme el pelo. De cuando en cuando voy a cortarme el pelo. Poco, pero voy. La peluquería y la filosofía de Nietzsche son los grandes halagos al yo que ha dado el mundo moderno. Por esos los chicos que redescubren a Nietzsche se cuidan mucho el largo pelo carabí.En la peluquería se siente uno nietzscheano, superhombre de espejos y manicuras. Leyendo a Nietzsche se siente uno como en la peluquería: se ve uno el yo como en un espejo. Por eso todos frecuentamos a Nietzsche y al peluquero:

-Más corto, don Francisco, más corto -me reconviene el peluquero- Es más sano para el pelo.

Y salta el oficial, que me lee mucho.

-No lo crea, don Francisco. Usted tiene una imagen. Yo le veo mejor con su pelo. No se lo corte mucho, don Francisco.

He aquí un caso típico de participación de los trabajadores en la empresa, eso que ahora se plantea como un avance irreversible, y que los empresarios se niegan a admitir, yendo a quejarse a Wall Street, de paso que celebran un desayuno de acción de gracias con Carter, a base de sopas Campbell decoradas por Andy Warholl.

-Don Francisco tiene que cuidarse el pelo -insiste el patrono, con criterios higiénicos y estética conservadora (y ya con las tijeras tijereteando el aire).

-Yo no le veo a don Francisco con el pelo corto -insiste el oficial, con criterios progresistas y de imagen pública.

En esta disputación metafísica sobre mi pelo, a la que yo asisto a través del espejo, con mi babero de peluquería, el don que me aplican va y viene como una pelota de tenis, y también me engrandece nietzscheanamente. Uno sólo consiente ser don en la peluquería. Al final prevalece la estética mass-media del oficial, y mientras arregla, que no corta, mi abandonada melena, pienso que si la participación del trabajador en la empresa es válida y afortunada, en el caso de la peluquería, por qué no lo va a ser en la nave de contrachapeado.

Si a mí me cortan el pelo o me cortan un artículo prefiero que la decisión sea de los trabajadores a que sea de un consejo de administración, que los consejos de administración cortan muy mal el pelo.

-Usted tiene una imagen, don Francisco -insiste el oficial, contento de su trabajo.

El peluquero, si no es servil (que ya no suelen serlo) es un buen ejemplo de obrero con iniciativas. La negativa de los empresarios a que el trabajador invente cosas en su trabajo -con el consiguiente beneficio o contrapartida- me parece un derroche y un desperdicio de energía creadora, derroche que no podemos permitirnos, aunque el señor Alvarez Rendueles, del Banco ese de España, diga que tenemos más de 7.000 millones de dólares debajo de la colchoneta nacional de dormir a pierna suelta el sueño eterno del paro.

¿Y cómo un país con esas reservas monetarias no inventa cosas para que los trabajadores trabajen? Yo ya les doy tarea a los currantes con mi pelo y mis artículos, que uno y otros hay que componerlos, pero el señor Alvarez Rendueles, por lo que ahorra, parece que no se gasta, el cheli, ni en peluquería.

Bueno, Ullán sonríe de mi imagen y mis bufandas, como le es propio, y lo hace en la mejor y más cifrada prosa del periodismo vivo. Supongo que también de mi pelo, pero estará conmigo en que la participación de los trabajadores en la empresa es no sólo de justicia social, sino de conveniencia empresarial, y voy al caso histórico de aquel obrero inglés que descubrió el taladro en el terrón de azúcar para evitar que los terrones almacenados se pudran. Había una revista cuya mancheta se distribuía así: «Los que la hacen. Los que la escriben. Los que la piensan.» ¿Y por qué van a ser sólo los empresarios los que la piensan?

Más allá de las reivindicaciones laborales, me indigna que a los obreros se les relegue al limbo del no pensar. A veces, aunque parezca mentira, a los obreros se les ocurren cosas. Al menos cuando se trata de mi pelo.

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