Reportaje:Quebec, entre la autonomía y el separatismo / y 3

En busca de un autogobierno sin ruptura

«Es como dormir con un elefante.» Un alto funcionario del Ministerio canadiense de Asuntos Exteriores describía así, en Ottawa, las relaciones entre Canadá y Estados Unidos. Efectivamente, Canadá no sólo limita al Norte -Alaska- y al Sur con Estados Unidos, sino que es su primer comprador y vendedor, recibe todo tipo de influencia cultural a través de las cadenas de televisión, los libros y el cine, y, además, está vinculado militarmente a Norteamérica mediante la OTAN y el Norad, o sistema de alerta conjunto.Aunque la postura oficial de la Administración Carter sobre el problema de Que...

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«Es como dormir con un elefante.» Un alto funcionario del Ministerio canadiense de Asuntos Exteriores describía así, en Ottawa, las relaciones entre Canadá y Estados Unidos. Efectivamente, Canadá no sólo limita al Norte -Alaska- y al Sur con Estados Unidos, sino que es su primer comprador y vendedor, recibe todo tipo de influencia cultural a través de las cadenas de televisión, los libros y el cine, y, además, está vinculado militarmente a Norteamérica mediante la OTAN y el Norad, o sistema de alerta conjunto.Aunque la postura oficial de la Administración Carter sobre el problema de Quebec es el clásico no comment, Washington tampoco oculta su inquietud ante una eventual secesión de la provincia francófona del resto del país. Sin embargo, René Levesque se permitía, a principios del año pasado, dirigiéndose en Nueva York a un grupo de hombres de negocios estadounidenses, comparar las metas de su partido con las que guiaron a las trece colonias rebeldes que se independizaron de Inglaterra y crearon los Estados Unidos de América.

Pero el temor que provocan los 5.000 millones de dólares de inversiones norteamericanas en Quebec y el problema estratégico que podría suponer la aparición de un nuevo Estado independiente en el área, no es compartido por la mayoría de los empresarios norteamericanos, según afirmaba en Montreal un partidario de la secesión de Quebec:

«Los empresarios estadounidenses saben que no tienen nada que temer, y que un Quebec independiente sólo nacionalizaría los asbestos y no las inversiones extranjeras. Ellos saben que aquí no vamos a ser nunca comunistas. »

Desde el famoso grito del general De Gaulle, hace once años, Francia ha mantenido una actitud reservada hacia el problema del secesionismo de Quebec. Cuando René Levesque visitó París el año pasado, se le rindieron, sin embargo, honores propios de jefe de Estado y se le impuso la Legión de Honor sin que el premier rebelde requiriera el permiso de Ottawa para recibir una condecoración de un Gobierno extranjero. A finales de febrero pasado, el embajador de Canadá en París pedía el texto de los acuerdos suscritos por Levesque con Francia.

«Es natural que se haga esto -opina en Ottawa el subsecretario adjunto del Ministerio de Asuntos Exteriores, G. H. Blouin-, porque Quebec es una provincia de Canadá, y como tal no puede firmar acuerdos con una potencia extranjera sin conocimiento del Gobierno federal.»

Los adversarios de Levesque comentan con ironía que toda la política de grandeur tan del agrado de los franceses no tiene contrapartidas en el terreno económico, y que París no se preocupa por ayudar al desarrollo de Quebec, donde las inversiones galas brillan por su ausencia.

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En cambio, los pequistas se deshacen en elogios sobre el excelente comportamiento hacia ellos de su «madre patría» y ven en Francia una importante ayuda a la futura supervivencia de un enclave francófono en medio de un continente dominado por el idoma inglés.

«Una catástrofe»

«Sería una catástrofe, posiblemente, el fin de Canadá. » Así definía un funcionario federal la posible secesión de Quebec. Esta opinión de que la independencia de la provincia francófona supondría el desmembramiento del país y, quizá, la incorporación de las provincias anglófonas, especialmente las del Oeste, a Estados Unidos, es casi común en la zona anglófona del país.

«La independencia no es la solución. Debemos encontrar un punto intermedio. Algo que permita a Quebec alcanzar sus aspiraciones de autogobierno sin que obligue a la ruptura con el resto del país. Claro que hay que crear mejores condiciones para la población francófona, pero dando también garantías a los anglófonos que viven en la provincia», señala Antoine des Roches, del diario francófono La Presse.

Mientras tanto, en Montreal, un partidario ferviente de Levesque, dueño de un bar frecuentado por los pequistas, cambiaba el nombre de su establecimiento por el de 15 de noviembre, en recuerdo de la fecha en que el Parti Quebecois obtuvo su victoria en las urnas. En ese bar se pueden adquirir por un módico precio chapas y pegatinas con inscripciones como Je suis quebecois, Quebec libre o Oui au referendum, elementos propagandísticos para una consulta popular que nadie sabe muy bien cuándo ni en qué términos va a celebrarse y que puede ser decisiva para el futuro del Canadá actual.

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