Editorial:

Violencia prefabricada

SE HA cumplido ya un mes del secuestro del presidente del Consejo de Estado. Y tan prolongada sucesión de jornadas acaso oculte la verdadera perspectiva de tan insólito cautiverio.Seria precisa una traslación artificial de los hechos de estos últimos días para recuperar la perspectiva perdida. ¿Qué opinión tendrían los españoles si en pleno centro de París un raro y desconocido comando secuestra al presidente del Consejo de Estado francés y lo mantiene indefinidamente cautivo en la misma capital del país? Presumiblemente los españoles estimarían que la política francesa se encontraba en trance...

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SE HA cumplido ya un mes del secuestro del presidente del Consejo de Estado. Y tan prolongada sucesión de jornadas acaso oculte la verdadera perspectiva de tan insólito cautiverio.Seria precisa una traslación artificial de los hechos de estos últimos días para recuperar la perspectiva perdida. ¿Qué opinión tendrían los españoles si en pleno centro de París un raro y desconocido comando secuestra al presidente del Consejo de Estado francés y lo mantiene indefinidamente cautivo en la misma capital del país? Presumiblemente los españoles estimarían que la política francesa se encontraba en trance de decrepitud. Máxime si el secuestro se encontrara adobado con ingredientes propios de las historias de Rocambole: plazos y amenazas de cumplimiento caprichoso y elástico, condenas mutuas entre el Gobierno y los secuestradores, llamadas telefónicas de estos últimos a los periódicos, mensajes y autógrafos salpicados por los retretes de los bares y las estaciones de Metro, más un largo etcétera de anécdotas que acaso algún día se puedan contar.

El Gobierno puede dar a esta historia, digna de la pluma de Graham Greene y del escenario haitíano, al menos un par de explicaciones: que ignora de todo punto, quien ha secuestrado al presidente del Consejo de Estado y donde puede encontrarse éste, aunque sospeche fundadamente que no ha salido de Madrid; y que el poder no puede actuar bajo coacción, si quiere mantener el principio de autoridad.

La primera explicación el Gobierno no la ha dado. El resultado negativo de las indagaciones policiales también es significativo. La segunda explicación sí se ha producido, aunque sea lícito dudar de su razón última, porque ignoramos cómo se subvierte mejor un principio de autoridad: si dejando indefinidamente en cautividad a una de las más altas jerarquías del Estado o accediendo a un canje de presos por delitos de convicción. A este respecto insistimos en que no sabemos quiénes se encuentran tras los GRAPO, pero sí podemos afirmar desde ya que quienes los manipulan no, son precisamente unos ingenuos idealistas. Al menos hasta ahora la iniciativa ha correspondido a estos GRAPO de dudosa genealogía política.

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De otra parte los sucesos recientes en el País Vasco y en Madrid -muerte de un muchacho y ametrallamiento de unos vigilantes jurados- coinciden con la insólita huelga general convocada por los secuestradores del señor Oriol en su último comunicado a la prensa. Nadie hace excesivo caso a convocatorias como ésta lanzadas desde el más absoluto despego de la clase obrera. Pero nadie tampoco puede fiarlo todo a la casualidad. El lunes se intentó crear una situación de violencia artificialmente conseguida que hace sospechar una vez más en los juegos políticos sobre dos tableros, en la manipulación de los grupúsculos de supuesta ultraizquierda y en los numerosos ejemplos históricos de desestabilizaciones provocadas.

El Gobierno -con su silencio sobre el secuestro del señor Oriol- sabrá a qué atenerse y qué salidas previsibles tiene en la cabeza para recuperar la iniciativa y procurar una solución que si no salvaguarde el principio de autoridad gubernamental sí ponga a recaudo la seriedad del Estado.

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