Tribuna:

La nueva cultura sexual y los sistemas de parentesco

Nuestro tema de hoy, de acuerdo con el final del anterior artículo, es el del proceso de ruptura, al que estamos asistiendo. de la moral sexual establecida. Ésta reposaba sobre el pudor y la castidad. el culto de la virginidad y el de la fidelidad conyugal femenina, la relación sexual considerada positivamente sólo dentro del matrimonio y en función de la procreación, y la indisolubilidad conyugal.

Llamar a esto «moral cristiana» era doblemente abusivo. En primer lugar, porque suponía una «doble moral», extremadamente rigurosa para las mujeres, extremadamente laxa para los hombres. En s...

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Nuestro tema de hoy, de acuerdo con el final del anterior artículo, es el del proceso de ruptura, al que estamos asistiendo. de la moral sexual establecida. Ésta reposaba sobre el pudor y la castidad. el culto de la virginidad y el de la fidelidad conyugal femenina, la relación sexual considerada positivamente sólo dentro del matrimonio y en función de la procreación, y la indisolubilidad conyugal.

Llamar a esto «moral cristiana» era doblemente abusivo. En primer lugar, porque suponía una «doble moral», extremadamente rigurosa para las mujeres, extremadamente laxa para los hombres. En segundo lugar porque tal sistema de mores, en principio más o menos cristiano, había sido vaciado de su genuino sentido, al ser puesto al servicio de intereses burgueses, y así la virginidad cobraba la significación de entrega, en el contrato matrimonial, de mercancía sana y no averiada, en tanto que la infidelidad de la mujer casada ponía en peligro la limpieza de esa legítima producción que son los hijos; y la educación para la frigidez facilitaba los tratos. Claro está que las cosas no se veían con esta crudeza: la hipocresía, bien internalizada, llegaba a constituir un modo de ser. Para los casos límite quedaba, como último recurso, la anulación del matrimonio.

El cambio, hecho posible por el giro radical de la juventud, que prefiere la sinceridad al fariseísmo, ha consistido, esencialmente, en la disociación del goce erótico de la función procreadora. De ella proceden, como sus consecuencias, la limitación artificial de la natalidad y el aborto, el divorcio, la libertad sexual preconyugal y conyugal, para ambos cónyuges, la admisión de la homosexualidad y la bisexualidad, la promiscuidad sexual y sexualidad comunal, la pornografía como voyeurismo en imágenes, en cuanto medio de excitación relacionado con la masturbación, la comprensión para ésta, etcétera.

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Adviértase que, si se es plenamente consecuente, tal revolución trasciende del ámbito sexual y, de hecho, el divorcio posibilita ya la poligamia, no sincrónica, sino sucesiva, es verdad, pero con novación en el sistema de parentesco. Este quedaría radicalmente transformado en un régimen de sexualidad libertaria. En este punto es importante distinguir la radical sexualidad comunal del decadente «erotismo de grupo» como mero juego excitante de fin de semana que, si mantiene el matrimonio como jurídica asociación voluntaria, deja intacto el sistema parental. Por el contrario, en el caso de la promiscuidad, como forma de vida, el parentesco patrilineal habría de ser reemplazado por un neo-matriarcado, cuya estructura concreta, si es que llega a ocurrir, es dificil de prever.

Yo diría que en esta mutación cultural hay que destacar cuatro factores. Por de pronto esa sinceridad juvenil a ultranza que devalúa la institución del matrimonio como un convencionalismo social. Hace pocos años, en una especie de seminario sobre el modo de vestir de los jóvenes, dirigido en Barcelona por una amiga mía, y oyendo cómo los que de ellos habían acudido allí con corbata, todos se disculpaban diciendo que inmediatamente antes o después habían ido o iban a ir a otro lugar donde ésta era exigida, se me ocurrió que, andando algún tiempo -no mucho- la mayor parte de los jóvenes casados, se disculparán de estarlo, alegando exigencias del grupo social al que pertenecen, o bien conveniencias puramente externas, cuasi-administrativas. La voluntad cultural de extender la democracia desde el ámbito político al familiar es un segundo factor y, en conexión estrecha con él, el movimiento de liberación de la mujer: el cabeza de familia pierde su autoridad y el puesto de la madre en el hogar cambia sensiblemente cuando ella ejerce una profesión. En fin, un cuarto factor, muy importante, es el de la dimensión ácrata de la cultura juvenil o, si se prefiere, de lo que en sentido amplio cabe seguir llamando contracultura (aunque la palabra no nos guste). El anarquismo como partido político es ya, probablemente, inactual. Pero hay un importante ingrediente anarquista y/o utópico en la cultura de hoy, a mi juicio innegable y -por no citar sino autores de artículos que he leido- muy recientemente- Fernando Savater y Salvador Pániker, Pilar de Yzaguirre y Benjamín Oltra -en unas muy finas reflexiones-, participan, de mayor o menor grado, de él. A Savater, por ejemplo, podríamos atribuirle, -muy obviamente, la expresión «contrapolítica» que, sin embargo, no es suya, sino de Pániker.

Próximos a terminar regresemos a nuestro punto de partida que era el empeño de la Iglesia en ligar la religión a esa «moral católica»,que, según se ha puesto de relieve por teólogos en reciente coloquio de Comillas, es «desafiada» por los jóvenes. Desafiada en el mejor de los casos, pues en el cada vez más extendido les deja indiferentes. Problema que a más de la Iglesia en cuanto «revolución cultural», atañe a los políticos de la oposición. Y ya que me refiero a éllos, permítaseme agregar que no entiendo por qué el seguidor de Tierno Manuel Pastor, aquí mismo me toma impertinente, si bien atentamente, como punto de partida para recitarnos a Gramsci. No soy yo, sino la historia, quien nos muestra que la revolución política -Revolución francesa- ha precedido a la socioeconómica -Revolución soviética-, y que ésta ha precedido a la revolución cultural que, en cuanto fenómeno social y no meramente individual (Sade, por ejemplo, o Fourier), es enteramente de nuestros días; y en cuanto estrategia política en nuestro país, no soy yo tampoco, son todos los socialistas y los Comunistas del PCE quienes establecen una periodización y buscan el cambio político en primer lugar, dejando los otros para más adelante.

El peligro estaría aquí en la entrega a un cambio cultural como superestructura, sin transformaciones socioeconómicas ni compromiso político, que haría parecer «avanzada» a una bohemia dorada y snob conservadora de sus privilegios. En efecto, el compromiso político no debe eludirse. Pero compromiso político no es sinónimo de pertenencia a un partido. No sé si hay muchos militantes en ellos, pero lo que es partidos, los tenemos de sobra.

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