Las elecciones alemanas, a la sombra del nacionalismo

«Lo que se juega en las elecciones no es la posibilidad de cambiar un Opel por un Mercedes, como la prensa europea se empeña en decir. Estamos decidiendo el futuro de este país como nación y como Estado. Si ganan los socialdemócratas, de nuevo, seguiremos sometidos al imperio atlantista y a la política de coexistencia.» Quien así habla es un modesto negociante bávaro, que está en Munich para asistir a la fiesta de la cerveza. Minutos después empezarla el duelo televisivo entre Schmidt y Genscher, por un lado, y Khol-Strauss, por otro.

Un duelo plácido, primero; agrio, después. Todo dent...

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«Lo que se juega en las elecciones no es la posibilidad de cambiar un Opel por un Mercedes, como la prensa europea se empeña en decir. Estamos decidiendo el futuro de este país como nación y como Estado. Si ganan los socialdemócratas, de nuevo, seguiremos sometidos al imperio atlantista y a la política de coexistencia.» Quien así habla es un modesto negociante bávaro, que está en Munich para asistir a la fiesta de la cerveza. Minutos después empezarla el duelo televisivo entre Schmidt y Genscher, por un lado, y Khol-Strauss, por otro.

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Un duelo plácido, primero; agrio, después. Todo dentro de un orden, de un tono moderado, en el que apenas sf se evocaron las cuestiones enojosas (la Lockheed, para Strauss; el gobernador de Essen, para Schmidt). Claro que Strauss golpeó en la mesa como es su cos tumbre y Schmidt con el cigarrillo en la mano y el acento displicente, remató todos los balones que le llegaban mientras Genscher silbaba como si la cosa no fuese con él. Hubo, naturalmente, dos tesis contrapuestas, y dos acusaciones.Primera tesis (socialdemócrata): «Este país está como nunca. Ha logrado el respeto y la admiración de Europa y de todo el mundo. Las perspectivas económicas son espléndidas. Las jubilaciones :suben un 10 por 100 cada año y el coste de la vida no llega al 5. Nuestra moneda tendrá que ser revaluada. Esta es la política que debe mantenerse, y los reaccionarios fascistas encubiertos (primera acusación), no lo impedirán.»

Segunda tesis (democristiana): «Este país lo construimos nosotros desde que en los años 40 llegamos al poder de manos de herr Adenauer, pero ahora falta confianza. No hay inversión suficiente, el paro continúa, la producción está estancada, la Universidad no funciona. Y la semilla del marxismo y del comunismo está penetrando en el campo social (segunda acusación) porque los socialdemócratas lo permiten y lo alientan. Hay que terminar con esto. Hay que ofrecerle al país un Gobierno verdaderamente nacional, una alternativa nacional de futuro. »

La derecha ha recobrado sus manías patrióticas y administra el sentimiento nacional como un minifundio. La izquierda y el centro, que desean ser cada día menos izquierda y menos centro, no tienen más remedio que seguir el estribillo. El europeísmo lírico de los años cincuenta y sesenta no sirve ya. La Europa unida de ayer es hoy un ideal depauperado y crítico.

Los democristianos consideran que el gigante alemán no tiene osamenta sin un nacionalismo consecuente, y que sólo este nacionalismos puede alejar los fantasmas del pasado, el miedo, la desconfianza, la xenofobia y el radicalismo.

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Los socialdemócratas creen que el poder de Alemania en el terreno económico debe conciliarse con su papel en el mundo, mediante una política exterior coherente. Ahí surgen, de nuevo, las diferencias: porque en el tema más controvertido (Berlín) unos y otros opinan de forma diferente. Aunque al final tengan que actuar del mismo modo.

«¿Por qué Europa nos teme?», preguntan ahora estos burgueses del segundo milagro alemán. Y entonces comienzan a improvisar una extraña teoría de resentimientos históricos y competencias ,económicas. «Pagamos la cuenta deficitaria de los europeos, parecen decir, y no nos quieren. Sólo están alegres cuando tropezamos, y nos caemos. Así no hay quien construya nada, y mucho menos la unidad de Europa.» Hay cierto complejo de incomprensión ante la generosidad, de resentimiento ante la ingratitud. Lo que seguramente no impide que la televisión alemana aumente -10 anunció el jueves Schmidt- de un 11 a un 13 por 100 para «ponerse a la hora europea». O que al final deba ser Alemania la que pague la cuenta de ciertas experiencias predemocráticas en el Mediterráneo (sic).

Algunos alemanes temen ahora que se les confunda con inocentes a quienes se intenta explotar en cada esquina. Pero esta explotación puede servir para pagar una deuda histórica y franquear el zaguán de una nueva etapa.

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