Theo Hernández y la paciencia del cazador Mbappé
El lateral francés, que empezó a jugar por la lesión de Lucas, marca en la noche de mayor vigilancia al delantero
Más bajo los focos que nunca, Mbappé ha pasado en Qatar a dosificar sus batidas de caza, sus raciones de exuberancia. Si algo se daba como descontado en la semifinal contra Marruecos, era el enfrentamiento entre el francés y Achraf Hakimi, compañeros en el PSG, mejores amigos en París, dos balas. Antes de salir a la hierba, en el túnel se saludaron como en la esquina del barrio, con juegos de manos y un abrazo sincero, mientras Griezmann paseaba al fondo en círculos como en la sala...
Más bajo los focos que nunca, Mbappé ha pasado en Qatar a dosificar sus batidas de caza, sus raciones de exuberancia. Si algo se daba como descontado en la semifinal contra Marruecos, era el enfrentamiento entre el francés y Achraf Hakimi, compañeros en el PSG, mejores amigos en París, dos balas. Antes de salir a la hierba, en el túnel se saludaron como en la esquina del barrio, con juegos de manos y un abrazo sincero, mientras Griezmann paseaba al fondo en círculos como en la sala de espera de un quirófano. Mbappé y Achraf sabían que ellos eran lo que todo el mundo esperaba. Desde hace mucho.
Tanto que en mayo, cuando algunos de los futbolistas del PSG estuvieron de visita publicitaria en Doha, ya fantasearon con la posibilidad de cruzarse más adelante en el Mundial. “Tendré que destrozarle”, bromeó Mbappé. “Le tendré que machacar”, respondió Achraf. Nada de eso hubo. Ni una chispa. Apenas una patadita con la que el delantero tiró al lateral y que corrigió enseguida con una caricia en la cabeza y un choque de manos.
La primera antorcha de Francia se encendió por aquella banda, pero la prendió el tipo que juega a la espalda de Mbappé, Theo Hernández, que se encontraba en el campo como fruto de una tragedia familiar.
Aquel puesto fue durante 10 minutos de su hermano, Lucas. Pero después de ese breve tramo de su estreno en Qatar, tuvo que dejar el campo, y el Mundial. Acudió a defender al australiano Leckie, al que habían enviado un balón largo por la banda izquierda que él defendía, pisó mal, cayó al suelo, y notó el dolor un instante antes de verse por debajo en el marcador. Australia se puso 0-1 y Lucas se había roto el ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda, una lesión que le hará perderse además lo que queda de temporada después con el Bayern Múnich.
Aquella calamidad supuso la entrada al campo de Theo, que un cuarto de hora después comenzó a enderezar el susto de los franceses: asistió a Rabiot, que cabeceó el empate. El lateral, aún con el susto del hermano, apenas acudió a celebrarlo, pero desde entonces jugó todo con Francia, algo que no atisbaba cuando conoció el primer once de Deschamps. En el siguiente partido, también ofició de deshollinador. Cuando Dinamarca les había empatado, Theo volvió a asistir, esta vez a Mbappé.
Contra Marruecos, hizo algo que pareció aún más extraordinario. Para alcanzar su segunda final consecutiva, Francia se encontraba ante un acertijo que era una fortaleza. Un equipo que solo contaba en su casillero con un gol en contra, y se lo habían metido ellos mismos. Deschamps había sugerido que había encontrado fórmulas para saltar los cerrojos. Todas las vigilancias iban tras Mbappé, pero saltaron la caja siguiendo otra secuencia.
En el estadio-jaima de Al Bayt, fue Theo Hernández el que llegó el último a la fiesta de descorche. Empezó por el camino habitual: Griezmann alcanzó un buen pase filtrado de Varane y se la echó atrás a Mbappé, que congregó un manojo de defensas. Tiró una vez, y le bloquearon, insistió y el balón rebotó en otro defensa, pero se quedó botando muy alto en el segundo palo, y por allí apareció Theo, que saltó y lo pateó casi a la altura de su cabeza, con la zurda, la que se había roto su hermano. “En este momento pienso en él”, dijo el goleador tras el encuentro. Apenas habían transcurrido cinco minutos de la cita y Francia ya había logrado algo único.
Y no fue Mbappé, sino el tipo que le guarda la espalda, y que después le ayudó a sacudirse la vigilancia marroquí. El atacante del PSG, como en cuartos contra Inglaterra, empezó tanteando la resistencia de los muros, rodeándolos sobre todo. La primera vez que burló a Achraf ya fue en la segunda parte, y no con un recorte, o una finta a la carrera, sino lanzado por un pase del lateral del Milan que fue un regate.
Apenas se escapó más. En la siguiente, cuando ya alcanzaba el punto donde se cruzan el área y la línea de fondo, Amrabat sacó la guadaña y le segó. Pero como el paciente cazador en que se está convirtiendo, encontró el momento para deslumbrar: rodeado por cuatro defensas en el área, se sacó tres recortes y asistió al recién llegado Kolo Muani para alcanzar la final.
Cuando todo terminó, volvieron a la historia más esperada. Mbappé buscó a Achraf, tirado en la hierba. Lo levantó, lo abrazó. Y se fueron los dos, cada uno con la camiseta del otro.
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