La España de Bonmatí se reencuentra ante Suiza y hace historia al alcanzar los cuartos del Mundial
Catapultada por la banda izquierda y con una Aitana mayúscula, la selección logra superar una eliminatoria en un gran torneo por primera vez
Después de haber perdido la sonrisa y el atildado fútbol que destiló hasta la tremebunda cachetada de Japón, España recuperó la compostura y el juego, también el colmillo y el gol, además de a una Aitana superlativa. Una victoria frente a una Suiza que se las prometía felices porque no había encajado tanto alguno en todo el certamen, un triunfo de lo más revitalizante que le entrega el salvoconducto para cuartos, también la alegría y, de paso, ...
Después de haber perdido la sonrisa y el atildado fútbol que destiló hasta la tremebunda cachetada de Japón, España recuperó la compostura y el juego, también el colmillo y el gol, además de a una Aitana superlativa. Una victoria frente a una Suiza que se las prometía felices porque no había encajado tanto alguno en todo el certamen, un triunfo de lo más revitalizante que le entrega el salvoconducto para cuartos, también la alegría y, de paso, hace historia porque la selección nunca había superado una eliminatoria en un gran torneo.
Jorge Vilda, intervencionista como mandan los cánones cruyffistas y despreocupado ante las críticas, decidió sacudir el árbol, darle algo más que una vuelta a la alineación por más que no hubiera cambios estructurales, acaso poner una delantera fija y no un falso nueve. Así, Cata Coll se estrenó en la portería en detrimento de una Misa con el ánimo alicaído, al tiempo que Oihane entró como lateral derecho para que Ona ocupara la izquierda. De paso, retrasó a Jenni de interior y puso a Alba Redondo como extremo junto con Esther para ponerle el lazo al juego colectivo, ausente del once Alexia, que siempre actuó como marcapasos de España. Permutaciones que reconstruyeron al equipo a tiempo, pues lo que tanto costó ante Japón, tan rápido llegó frente a Suiza. El gol.
Con carrileras de luces largas que permitían generar superioridades en las bandas, España renunció en parte a los pasillos interiores, los que le negó Japón con estrecheces en sus líneas. Se trataba de definirse con las alas abiertas, de encontrar un punto final en el área. Así, la rampa de la izquierda era un camino de rosas para una Salma Paralluelo que descontaba a su pareja de baile al sprint, del mismo modo que Ona desdoblaba con frecuencia para pisar la línea de fondo. Centros al punto de penalti, donde se significaba Esther González, una Carpanta del área de gazuza infinita. Y si por la izquierda se construía, por la derecha se definía, aparición en escena de Alba Redondo, imperial en el regate y el último pase, también en el remate.
La luz se le hacía a España con las carreras de Salma Speedy Gonzales Paralluelo, quiebros y centros, fútbol de salón. El primero no encontró rematadora. El segundo, con rosca y al segundo palo, sí; lo atacó Redondo, chut y despeje al palo, rechace que también peleó y reconvirtió en un pase hacia atrás, donde Aitana bailó con la pelota para inventarse un recorte y chutar con la izquierda —en teoría su pierna mala— y enviarla a la red. No sería el último. Pero antes se dio la fatalidad, la certeza de que sin Ivana de central junto a Paredes el invento se tambalea, toda vez que a Laia Codina le entró el tembleque. Resulta que en lo que fue una pifia morrocotuda, la central absorbió un despeje rival sin apenas intención, sola y perfilada hacia la portería pero sin mirar, pase de unos 35 metros hacia atrás para Cata Coll —estaba adelantada— que se convirtió en un tiro, veneno puro, balón que era la crónica de una muerte anunciada, tanto en propia puerta. Pero ni con esas se desarregló España.
Aprendida la lección de que no se pueden desestructurar las líneas y de que las vigilancias ofensivas son necesarias, La Roja amasó la pelota, perdió pocos balones que permitieran las transiciones rivales y desnaturalizó con las líneas juntas y el repliegue puntual a una Suiza que apenas se definía con el pase largo y el infructuoso juego de las segundas jugadas, pues España siempre llegaba antes. Y, de paso, jugaba al abordaje, un ataque y gol perpetuos. Por lo que un nuevo centro desde la izquierda, ahora de Ona, fue peinado por Aitana y rematado por Redondo: cabezazo, bote y diana, espectáculo del bueno. Tanto, que parecía que lloverían los goles, incluso con los saques de esquina. Como esos remates de Esther y Paredes que se marcharon alto, o como ese de Aitana —con la zurda, claro—, que Thalmann escupió con una estirada deliciosa. Aunque el premio se lo llevó Laia Codina, todo fe y brega, que pugnó por el esférico en un barullo del área para poner el gancho, para marcar, a buen seguro que se lo diría, un tanto de justicia divina. Previamente, Aitana había vuelto a hacer de las suyas, una samba con la pelota en los pies, un recorte para sentar a tres rivales y marcar con… la zurda.
Con el duelo visto para sentencia en el entreacto, España decidió guardar la posesión y defenderse con el esférico entre los pies, siempre con un plus de picante en los últimos metros, pendientes de echar la caña Redondo y Esther. Poco o nada replicaba Suiza, quizá las carreras y paredes que pocas veces le respondían a Ramona Bachmann, también un disparo de Terchoun que explicó que Cata Coll tiene manos, primer y último susto helvético. Tan plácido se le puso un partido que se intuía de lo más engorroso, que Vilda dio minutos a María Pérez, futbolista del filial del Barça que, sin embargo, se perfila como ninguna con los controles y tiene un fútbol que se le cae de los bolsillos. También jugó Eva Navarro y Alexia sumó más minutos porque ha regresado al tapete hace poco tras la grave lesión de rodilla. Pero la pelota y el partido eran de Aitana, que en una presión recuperó la posesión y encontró a Jenni para que hiciera el quinto, para que España se reencontrara y se recordara que le sobra fútbol, para que hiciera historia.
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