Ir al contenido

El hincha es un mierda

¿Quién alza hoy la voz? ¿Quién se rebela en público? ¿Quién dice no, de verdad, a que un Mundial se dispute en Qatar y que en la siguiente Copa del Mundo la FIFA le conceda a Trump un nuevo premio de la paz? ¿Quién se arriesga hoy a ser subversivo en el sistema fútbol?

Maurizio Montesi era rebelde y comunista. En su cromo de Panini tiene la cara de un Che Guevara romano: bigote amexicanado, cejas espesas y unos ojos parpicaídos llenos de luz y melancolía.

Montesi jugaba a otro fútbol. El de las camisetas de lana con los dorsales del uno al once sin nombres detrás ni patrocinadores delante (el yo y el dinero: resumen epocal). ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Maurizio Montesi era rebelde y comunista. En su cromo de Panini tiene la cara de un Che Guevara romano: bigote amexicanado, cejas espesas y unos ojos parpicaídos llenos de luz y melancolía.

Montesi jugaba a otro fútbol. El de las camisetas de lana con los dorsales del uno al once sin nombres detrás ni patrocinadores delante (el yo y el dinero: resumen epocal). El de todos los partidos jugados el domingo a la misma hora. El de los estadios donde los asientos no iban numerados. El fútbol —sobre todo— donde un centrocampista de la Lazio, militante del partido revolucionario Lotta Continua, podía decir en una entrevista que el hincha es un mierda que le hace el juego al sistema.

Montesi se refería a cómo el sistema fútbol explota la pasión de los aficionados hasta vampirizar su vida y vaciar sus bolsillos. Todo esto lo cuenta el periodista Guy Chiappaventi en la novela La desaparición del futbolista militante (Altamarea), un retrato apasionante de la Italia de los setenta y ochenta y de aquel momento epifánico en el que una red de amaños y apuestas clandestinas compra la voluntad de la Lazio y del Milán en el partido de liga que van a disputar. Compra a directivos y a jugadores. Compra a grandes sociedades de la Serie A como el Milán, la Lazio, el Avellino, el Bolonia y el Perugia. Lo compran todo. Pero a él, a Maurizio Montesi, no lo compran. Lo tientan con seis millones de liras, pero él se niega. Se hace el lesionado para no jugar el partido y luego, él mismo, destapará el escándalo y dirá —por voz de Chiappaventi— que una cosa es creer que los aficionados son unos imbéciles porque se dejan engañar, se creen el cuento del fútbol como vuelta semanal a la infancia, confían en el juego limpio y hasta enferman y mueren por el fútbol. Pero que otra cosa es burlarse de ellos. Burlarse de quien se deja una parte de la vida por ti. Y que eso no. Porque aunque el fútbol te habitúe a pensar que en la vida sólo importa el resultado, y alcanzarlo por cualquier medio, eso no es así y a veces hay que rebelarse.

Leo conmovido estas páginas acerca de un tipo —y esto es lo más novelesco de todo, aparte de una condena a prisión por narcotráfico— que cuando tenía 26 años se esfumó. Desapareció. Nunca más se supo de él. Hoy tendría 68 años, si es que continúa vivo. Si lo hace, sería interesante su mirada sobre el fútbol actual. ¿Quién alza hoy la voz? ¿Quién se rebela en público? ¿Quién dice no, de verdad, a que un Mundial se dispute en Qatar y que en la siguiente Copa del Mundo la FIFA le conceda a Trump un nuevo premio de la paz por “promover la paz y la unidad en todo el mundo”? ¿Quién se niega a que una Finalissima entre España y Argentina se juegue en Doha, como si nunca fuese suficiente el dinero y siempre hiciese falta más? ¿Quién se arriesga hoy a ser subversivo en el sistema fútbol? Lo débil es fuerte, lo fuerte es débil: dice el taoísmo del Dadodejing. Y en este circo hay demasiado que perder. Qué problema ser tan rico.

Me refugio en una novela gráfica reciente, La otra historia del fútbol (Garbuix Books), con guión del gran Mickaël Correia y de Jean-Cristophe Deveney. Emocionan esas microhistorias donde el fútbol ha servido como instrumento de emancipación para obreros, mujeres y disidentes políticos. La huelga contra los patronos de los futbolistas ingleses amateurs de principios de siglo XX. El empuje futbolístico de las chicas municioneras empleadas en las fábricas durante la Gran Guerra y que congregaron a 53.000 espectadores en el Boxing Day de 1920. El coraje de Carlos Alberto al convertirse, en 1914, en el primer jugador mestizo del Fluminense brasileño aun teniendo que blanquearse la cara con polvo de arroz antes de salir al césped. La decisión del austriaco Matthias Sindelar de no acatar las órdenes nazis y marcarle un gol a la Alemania de Hitler y declinar unirse a la selección del Tercer Reich en el Mundial del 38. El gulag al que enviaron a los hermanos Stárostin después de que Beria y su policía política se hartase de verlos llevar al Spartak a la gloria para desesperación de su Dinamo.

Nos faltan Montesis. Seguramente tenía razón. El hincha lo consiente todo. Eso somos: unos mierdas. Y así nos va.

Más información

Archivado En