Iniesta: el jugador que paró el mundo
El centrocampista nunca fue un jugador de un solo entrenador, sino que su fútbol generó el mismo consenso en el banquillo que en la grada, en campo propio y ajeno, en Europa, América o Asia
Andrés Iniesta podría jugar desnudo, por supuesto sin botas ni porterías, necesitado solo de la pelota con la que ha conquistado el mundo con su aura y fútbol de seda, ligero y sensible como un pájaro, humilde desde niño, cuando quedó atado de por vida a aquel árbol mayúsculo de la pista de Fuentealbilla, y desde siempre ciudadano anónimo con razón social en Barcelona. Una figura tan dulce que invita a un relato empalagoso que poco tiene que ver con su timidez y brevedad —”simple y corto, pero directo”, palabra de Guardiol...
Andrés Iniesta podría jugar desnudo, por supuesto sin botas ni porterías, necesitado solo de la pelota con la que ha conquistado el mundo con su aura y fútbol de seda, ligero y sensible como un pájaro, humilde desde niño, cuando quedó atado de por vida a aquel árbol mayúsculo de la pista de Fuentealbilla, y desde siempre ciudadano anónimo con razón social en Barcelona. Una figura tan dulce que invita a un relato empalagoso que poco tiene que ver con su timidez y brevedad —”simple y corto, pero directo”, palabra de Guardiola— ni con su fútbol sincero, jugador único y centrocampista por excelencia, tan auténtico que merecería ser “patrimonio de la humanidad”, en afirmación de Luis Enrique.
Nunca fue jugador de un solo entrenador, sino que su fútbol generó el mismo consenso en el banquillo que en la grada, en campo propio y ajeno, en Europa, América o Asia. Tan singular y querido que difícilmente admitió comparación más allá de aquellos aficionados universales que por sus gestos les ha evocado la figura de Roger Federer. Quizá por su elegancia y armonía y seguramente también por ser tan natural, como si jugara sin esfuerzo ni sangre y nunca rompiera a sudar; tan tierno, blanco y pálido como se le ve, incluso tristón; más resistente de lo que se deduce por su aparente delicadeza y fragilidad; un deportista que en lugar de huesos tiene fibras; un mago con trato de señor o de Don como coantaba en sus retransmisiones Joaquim Maria Puyal.
A Paco Sehirul.lo, conocido como el “druida” por su decisiva aportación y disección del denominado ADN del Barça, Iniesta siempre le pareció un “genio” por su dominio del espacio y del tiempo: “A veces puede parecer que está ausente, pero de pronto se va cuando todos creen que ya no está. Siempre mira donde tienen los pies los demás. Tiene una idea del movimiento muy particular; parece flotar”, recordaba en la autobiografía de Iniesta La jugada de mi vida. “Saca ventaja de hacer las cosas en su momento justo, sabe elegir, y tiene más resistencia que fuerza, una fuerza elástica. Sus músculos son como él: un misterio; blancos y compactos, como una liebre de campo”, remata Sehirul.lo.
No es casual que sus referentes fueran Laudrup y Guardiola. “Cuando le veo pasar la pelota de un pie a otro me recuerda a mí; somos como dos serpientes”, recordaba al danés para autentificar la croqueta en la que se inspiró Iniesta. Y de Guardiola aprendió cómo mirar a los dos lados antes de recibir el balón, la vista periférica, y la rapidez en la toma de decisiones, rasgos conocidos del técnico del City. Guardiola respondió que Iniesta le ayudó a entender mejor el juego después de elogiar su facilidad para “arrancar y frenar”, acelerar y parar, cambiar de ritmo y marcar distancias desde los primeros 10 metros, jugador que esquivaba y no chocaba, se deslizaba y se esfumaba, como decía Tito Vilanova.
“Si estamos en la tribuna y vemos que el 4 va solo, entonces él da media vuelta y se la da al 4; jugar a la pelota como lo hace él es como ir manejando en la autopista; es el único que nos enseña a jugar la pelota”, enfatizaba Riquelme. Y remataba Neymar: “Cuando recibe el balón se produce una calma enorme, una inmensa quietud. Parece lento, pero sus efectos son rápidos”, añadía el brasileño en sintonía con Paul Scholes, el futbolista del United admirador de Iniesta. Anticipaba, simplificaba y su pulcritud le permitía esconder la pelota para que nadie se la quitara de la misma manera que su flexibilidad avalaba un giro y un regate singulares, señalado como el rey del engaño, la pareja ideal de Xavi.
Iniesta es la sublimación del centrocampista español, el mejor representante del interior que todo seguidor tiene en su cabeza, el futbolista que redimió a los volantes en una selección dirigida precisamente por centrocampistas como Luis Aragonés y Del Bosque. Iniesta se sentía Messi en La Roja. “Es el talento más grande que ha dado el fútbol español”, concluye Xavi. Hay algunos entendidos que le señalan como el continuador del fútbol de Luisito Suárez, la estrella que alcanzó el Balón de Oro y el único trofeo que se le negó a Iniesta. Aunque siempre fue generoso, también era muy ambicioso, como queda constancia en una conversación que mantuvo con su amigo Valdés en 2005 después de ganar la Liga.
Ambos se preguntaban en el campo del Levante cuántas Ligas y Champions ganarían con el Barça. Iniesta respondió: 6 y 3. Al final fueron 9 Ligas y 4 Copas de Europa, además de 6 Copas del Rey y 3 Mundiales de Club: 32 títulos en 22 años (1996-2018). Valdés fue capital para que Iniesta se acomodara en La Masia. “Allí pasé el peor día de mi vida” escribió Iniesta. Tuvo la sensación de abandono y de pérdida, de saber que quería estar en aquel sitio y al mismo tiempo de no querer separarse de su familia por vez primera, razón de sobra para llorar desconsoladamente, vulnerable y añorado de Fuentealbilla. Aquel niño de 12 años no había salido de en su vida de la pista de su pueblo salvo para ir y venir de Albacete.
El fútbol le llevaba con el coche de su padre o del abuelo por un camino muy aprendido, siempre con un bocadillo de chorizo en la mano, hasta que se presentó la tercera edición del torneo de Brunete en 1996. Aquella competición montada por José Ramón de la Morena le “cambió la vida” porque su fútbol entusiasmó a los técnicos azulgrana y puso rumbo a Barcelona. Iniesta se había jurado que sacaría a su madre Mari de la barra del bar Lujan y a su padre José Antonio de los andamios de La Manchuela. Así que aguantó como pudo aquella noche en La Masia y extrañó tanto a sus padres al día siguiente que cuando se reencontraron los tres durmieron en la misma cama del hotel reservado muy cerca del Camp Nou.
Inteligente e imaginativo, Iniesta fue un jugador de calle que se educó en el conservatorio de la Masia para convertirse en un solista que solo improvisaba a partir del solfeo, como los músicos de jazz, igual que Messi o Lamine. “No paraba de repartir caramelos”, sostuvo Puyol para definir el juego de Iniesta, debutante con Van Gaal el 29 de octubre de 2002 y enfadado con Rijkaard en 2006 por jugar solo media parte en la final de París. Hubo un par de veces en que incluso se arrimó al área para acabar las jugadas que los demás no podían, momentos que acabaron en dos goles célebres: en Stamford Bridge en 2009, antes de la final de Roma, y en Johannesburgo en 2010, día de la Copa del Mundo.
La fe del barcelonismo y la fuerza de la afición española se depositaron en la pierna derecha de Iniesta. Aunque trascendentes ambos, no fueron dos goles iguales, sino que entre ambos hubo un momento en que el cuerpo de Iniesta dijo basta, seriamente lesionado después de Londres y la victoriosa final de Roma 2009. “No veía la luz, no encontraba el camino, perdí la confianza en mí mismo, la misma confianza que había sido el motor de mi vida”, confesó angustiado. “Algo insoportable, terrorífico. Tenía que ser el verano más glorioso y, de repente, sin saber por qué, te encuentras mal, la mente no descansa y la gente que te rodea no lo entiende. Tenía un gran vacío dentro”, se lee en el libro de Iniesta.
Y cuando parecía remontar, llegó una noticia que heló su corazón: la muerte de Jarque, su amigo íntimo, a veces también su chofer, un confidente desde que coincidieron en las distintas selecciones de España. Ahí empezó su “caída libre hacia un lugar desconocido, el abismo”. “He comprobado que cuando la mente y el cuerpo están en una situación tan vulnerables eres capaz de hacer cualquier cosa”, confesó. “Entiendo a las personas que en un determinado momento hacen una locura. ¡No puedo más doctor!” Ayudado por la familia, los amigos, los médicos y los psicólogos, Iniesta recuperó su mejor fútbol en la selección, doble campeón de Europa, y en el Barça.
Nunca habló de depresión ni de salud mental sino de vacío, posiblemente porque “no suele contar las cosas y no es fácil entrarle”, como admite Raúl Martínez, el fisioterapeuta que encontró el tejido que desorganizaba su pierna. “Andrés es un enigma”, sostiene Martínez, sabedor de la genética y de la sensibilidad de un jugador cuya cabeza amenaza con estallar porque se guarda y somatiza los problemas, sufre por todo y por todos, “me lo como todo para no preocupar a los míos”, liberado del tormento solo cuando toma la pelota y ve la luz: “Lo que hago me sale de dentro”, concluye. “Necesita sentir” aseveran muchos, “es un artista, puro sentimiento”, tan comprometido siempre que en su día, cuando el equipo de Guardiola arrancó con una derrota contra el Numancia y un empate ante el Racing, entró en el despacho del entrenador para decirle: “Tranquilo míster que esto va a ir muy bien”.
Ahora no se sabe cómo le irá la vida a Iniesta fuera del campo, recién llegado de Dubai, su destino la pasada temporada, después de abandonar el Vissel Kobe. Aunque siempre supo jugar con presión, hubo un momento en que necesitó tomar distancia del Barça y se fue a Japón: 2018. Aquel niño que se quedó solo en la Masia, nunca ha dejado a su familia desde que es una celebridad, también campeón por tres veces en el hasta entonces huérfano de títulos Vissel. Una lesión muy grave le dejó por un tiempo en una silla de ruedas hasta que se volvió a levantar para cumplir su promesa de que se retiraría en un campo de fútbol como así ha sido después de su paso por el Emirate. A los 40 años ha decidido parar y recordar el silencio que tanto disfrutó en Sudáfrica.
Aquel día, en la final de la Copa del Mundo, Iniesta tuvo la sensación, cuando controló la pelota antes de rematar a gol, que “se paraba el mundo”.