Muere a los 59 años ‘Totò’ Schillaci, la mirada apasionada del gol
El mítico delantero italiano, “héroe de las noches mágicas”, fue el máximo goleador en el Mundial de Italia 90 y jugó en la Juventus y el Inter
Totò ha muerto y con él muere también una amplísima generación de futboleros que disfrutaron de su gloriosa epopeya en el Mundial de 1990, un torneo chato por el juego desplegado en el que un enjuto y compacto siciliano acaparó portadas mientras se disparaba desde las profundidades del banquillo de la selección italiana al entorchado de máximo goleador del campeonato. Totò era Salvatore Schilaci, un tipo de ojos profundos que corría a por cada balón como si fuese el último que disputaba en su vida y celebraba cada tanto con mediterránea pasión. En la mañana de este miércoles se anunció su fallecimiento por un cáncer de colon. El próximo 1 de diciembre habría cumplido 60 años.
“Nunca vi a nadie con tanto deseo de marcar goles”, le describió el venerable técnico Franco Scoglio, que hasta dos años antes del Mundial le dirigía en el Messina, el equipo que representaba a Sicilia en la Serie B. Con 25 años Schillaci venía de un par de operaciones en la rodilla y tampoco había destacado en exceso en el tercer y segundo escalón del fútbol italiano. Hasta que en 1988 el singular técnico checo Zdenek Zeman desafió todas las convenciones de las catacumbas del fútbol italiano con dos conceptos inéditos en ese entorno: zona y ataque. Schillaci estaba allí para marcar 23 goles, la mitad de los que hizo su equipo en la Liga. La Juventus le puso un contrato sobre la mesa. Faltaba menos de un año para el Mundial y un siciliano desubicado arribó a Turín para afincarse en una vivienda frente al estadio del Torino. “Terrone di merda”, le pintaron varias veces en el portal.
Terrone es una expresión peyorativa que se emplea como un insulto en Italia para referirse a los habitantes del sur del país. Muchos paisanos de Schillaci se habían desperdigado por el norte del país en la ola migratoria que acompañó al desarrollismo de los años sesenta y setenta. Totò llegó más tarde, pero nunca dejó de ser un terrone para muchos. “Me entraba por un oído y me salía por el otro. Solo quería marcar goles”. Y celebrarlos con la mirada desorbitada. Así se instaló en la Juventus a machamartillo y a las órdenes de Dino Zoff en una campaña que acabó con triunfo en la Copa de la UEFA. 21 anotó en una temporada que le abrió de par en par las puertas de una selección en la que nadie le esperaba y con la que debutó en un amistoso contra Suiza tres meses antes del Mundial.
Schilaci era el último de la fila de una línea en la que el seleccionador Azeglio Vicini alistó de inicio, en el estreno en Roma contra Austria, a Andrea Carnevale, fornido delantero del Nápoles, y a Gianluca Vialli, no menos vigoroso atacante de la Sampdoria. En la recámara estaban el alter ego de Vialli en la Sampdoria, Roberto Mancini, el resolutivo Aldo Serena y el grandísimo Roberto Baggio. Pero con el partido atascado en el empate inicial y a un cuarto de hora del final, Vicini llamó a Totò. Cuatro minutos tardó en marcar un gol que fue un retrato del frenesí antes, durante y después. Italia estalló en júbilo, el Olímpico romano se llenó de banderas tricolores y el país cantó sin cesar Un’estate italiana, el himno del torneo que hablaba de noches mágicas y que se convirtió en la banda sonora de la epopeya de un siciliano que sorprendió al mundo aún más cuando cinco días después volvió a darle alivio a su equipo en un duro partido contra Estados Unidos que decidió un gol de Giannini. Totò se ganó ahí la titularidad. En el tercer partido de la fase de grupos contra Checoslovaquia volvió a marcar y ya no dejó de hacerlo en todos las citas restantes, ante Uruguay, en octavos, abrió el marcador. A Irlanda la dejó atrás con otro gol. Le marcó a Argentina en la semifinal napolitana y fue decisivo también para que Italia fuese tercera ante Inglaterra. Seis goles en siete partidos, los dos primeros saliendo del banquillo.
“Tengo miedo de que todo esto se acabe…”, explicó poco después en una entrevista. Aquel año quedó segundo en el Balón de Oro tras Lothar Matthäus. Algo había de síndrome del impostor. La estrella de Totò se apagó tras las noches mágicas de aquel verano italiano del 90. En la temporada siguiente apenas anotó ocho goles en 42 partidos con la Juventus, cifras similares a las de la campaña siguiente, tras la que se marchó al Inter, donde estuvo más tiempo entre el banquillo y la grada que en el césped. Las lesiones tampoco le ayudaron. “Estás en la cima y el deseo de no abandonar lo que has conquistado te hace ir más allá y ya no sientes el sacrificio, el dolor”, apuntaba. En septiembre de 1991 jugó su último partido con Italia, con la que apenas se alineó ocho veces más tras el Mundial. No volvió a jugar un gran torneo de selecciones. En 1994 se fue a Japón para jugar en el Jubilo Iwata, donde se convirtió en un ídolo y un pionero porque fue una de las primeras grandes estrellas europeas en acampar en aquellos lares. Japón le revivió antes de una retirada con apenas 32 años y un devenir que le llevó de la política al cine pasando por la televisiva isla de los famosos italianos y varios reality shows. Totò jamás dejó de ser una celebridad en Italia y un maravilloso recuerdo en todo el planeta. “Ni siquiera un loco se hubiera podido imaginar todo lo que me ha sucedido. Aquel Mundial me cambió la vida. Estuve en el lugar correcto en el momento adecuado”, explicó.